Tal como era de esperar, la dictadura de partido único prosiguió andando como si nada luego de cumplir el trámite formal de elegir a sus diputados al Parlamento, quienes por diseño legal salen electos nada más que votando por sí mismo aunque todos los demás electores voten en contra.
Cada cual tiene derecho a optar por abstenerse o ir a votar, ya sea en contra o a favor, pero la oposición más conveniente al gobierno dictatorial es quedarse en casa en vez de ir a votar NO, como corresponde a unas elecciones en que todos los candidatos son propuestos por la bandería en el poder. Así aquellas se convierten en esos referendos que grupos opositores vienen convocando desde 1988 con la iniciativa del extinto Partido Pro Derechos Humanos de Cuba.
En aquel entonces, la dictadura había abierto la vía electoral con la Constitución de 1976, pero la oposición prefirió dar un paso atrás en política: en vez de llamar a la acción directa de votar en contra, prefirió recoger firmas para proponer leyes a un parlamento en el cual no tenían -ni tienen hoy- un solo diputado.
Semejante espejismo político pervivió a pesar de la tajante respuesta que la Comisión de Asuntos Constitucionales y Jurídicos de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) dio al Proyecto Varela en noviembre de 2002: ;“Ni la Constitución de la República ni el Reglamento de la ANPP establecen la recolección de firmas, cualquiera que fuese su número, para promover la iniciativa legislativa”.
Una vez disuelto aquel espejismo, los llamados de la oposición campean ahora por sus respetos abstencionistas. Del paso atrás en la acción se recula todavía más a la inacción, como si alguna vez los aparatos estatales, ya sean democráticos o dictatoriales, hubieran cancaneado por elevados índices de abstención, que entre cubanos sólo sirven para darle más vueltas a la maruga de las estadísticas.
Veamos este cuadro comparativo de los porcentajes de participación popular en las tres últimas elecciones municipales (M) y parlamentarias (P):
Por supuesto que cada cual tiene derecho a largar que toda elección en dictadura totalitaria es una farsa, denunciar que hubo muchas irregularidades e incluso consolarse con que la abstención volvió a triunfar como voto de castigo, pero la clave política prosigue siendo que superar el régimen dictatorial es posible ya sólo dentro del marco jurídico vigente, con votos, o fuera de ese marco, con balas. Esa es la razón teórica y todo lo demás, embeleco apegado al fervor mediático.
Sin embargo, la razón teórica se ocupa de cómo son las cosas y a su lado corre la razón práctica: cómo debe ser la conducta. El Estado totalitario actual, desovado por una revolución casi septuagenaria, sigue muriendo en crisis permanente pero no hay velorio ni entierro.
De ahí que todo cubano en el exilio debe apartarse del doblez de “al combate corred, bayameses”, y también de la ilusión de que “la patria os contempla orgullosa”. La única propuesta racional a quienes sobreviven en el insilio debe asentarse en la filosofía política posmoderna del cineasta Juan Pin Vilar: “Váyanse (…) de este país, [pues] se acabó, se fue a la mierda y no va a levantar ni a jodía por las razones que sean”.
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