Donald Trump, como se sabe, ha sido acusado de 34 delitos. Lo que no se sabe es si podrá aspirar a la presidencia otra vez, o como salida legal a este monumental atasco, se llegará a un acuerdo que impediría que este señor volviera a ocupar la Casa Blanca. Por lo pronto, muy ufano, declaró que tenía el respaldo de unos nuevos siete millones de dólares -ahí se mide el apoyo por la capacidad recaudatoria que tienen los líderes- por parte de unos 125,000 novísimos cotizantes a su causa.
Donald Trump es un candidato formidable. Domina la TV como nadie en el Partido Republicano. Es un “showman” más que un hombre de Estado. En las elecciones de 2016 destrozó la imagen de los senadores republicanos Ted Cruz y Marco Rubio, y de Chris Christie, entonces gobernador de New Jersey, también republicano. Rompió el acuerdo propuesto por Ronald Reagan de no atacar a ningún republicano. Llegó a decir en una entrevista que DeSantis había sido tan malo o tan bueno para los floridanos como el exgobernador de Florida, Charlie Crist. Cuando liquidó uno por uno a sus adversarios republicanos, y estuvo solo contra los demócratas, perdió por casi tres millones de votos, pero ganó el voto electoral (304 a 227) y así alcanzó la Casa Blanca frente a Hillary Clinton.
La verdad es que los demócratas son más. Hay un mayor número de afiliados en el Partido y los que votan mayoritariamente son simpatizantes de los demócratas. Esto se vio con total claridad en las elecciones en que Joe Biden fue elegido en el 2020. Ganó con el respaldo de 306 votos electorales frente a 232 que exhibía Donald Trump. Hillary había sido vengada. Asimismo, Trump obtuvo 74 millones de votos, la cifra más alta que jamás ha sacado un candidato presidencial derrotado, pero Biden había obtenido 81 millones de votos. Esto es: la mayor cantidad de votos que jamás le dieron su respaldo a un presidente. ¡Había ganado por más de siete millones de votos! Una cifra que duplicaba la diferencia observada por Hillary Clinton y con la que se aseguraba que no se repetiría la sorpresa de una victoria republicana en el colegio electoral.
¿Qué había ocurrido? Sencillo: se fueron muriendo los republicanos “de calzón quitado” (más bien los de “calzón puesto”) y llegaron a la urna unos jóvenes con las preocupaciones y los valores que en USA llaman “progresistas” y en todas partes como de “sentido común”: El racismo. El Me Too. El feminismo y el feminicidio. La oposición a las “armas para todos” -incluidos los sicópatas, a juzgar por la insistencia en no hacer preguntas-, y el culto a la ridícula Segunda Enmienda. El ambientalismo y el cambio climático. La orientación sexual y la elección del género a que se pertenece.
Cada vez es más gente la que cree en la “agenda progresista”. El Partido Demócrata ha ido descubriendo causas a las que afiliarse. Joe Biden parece muy feliz con esos descubrimientos que se le antojan juveniles, aunque luego, una vez hechos los hallazgos, se le suman numerosos adultos. Y, como suele ocurrir, esas causas han traspasado las fronteras y las adoptan en otras latitudes sin saber que son fruto de la “modernidad” estadounidense.
En todo caso, hay otras medidas, como la ampliación de la OTAN y la extensión del manto de seguridad europeo-estadounidense, que van contra la antiglobalización que milita en el terreno de Trump, o la ojeriza y las sospechas que despiertan George Soros entre los trumpistas, una forma de ser antisemita, sin que se note. Antes de la II Guerra Mundial (1939-1945) los nazis acusaron sin pruebas a los judíos de “apuñalar por la espalda” a los alemanes, lo que llevó a seis millones de judíos europeos a los campos de exterminio, incluidos niños, ignorando que de esa etnia habían salido cien mil judíos al campo de batalla durante la “Gran Guerra” o la I Guerra Mundial (1914-1918).
Es cierto que Trump maneja con envidiable destreza el espectáculo, pero en medio de sus innumerables reveses legales, según las encuestas, el 60% de los americanos está de acuerdo con su imputación. Incluso, los que lo defienden no dicen que sea inocente, sino afirman que se ha creado un “clima de persecución política ajeno a la tradición liberal estadounidense”: una pobre defensa donde las haya. Sin duda, se crea una oportunidad para los demócratas y su agenda mal llamada “progresista”.
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