Cabrisas, el cristal donde muchos se miran

El veterano oficial de Inteligencia se ha vuelto una pieza clave en el organigrama cubano, cambiante desde la muerte de López-Calleja.

Ricardo Cabrisas Ruiz, viceprimer ministro de Cuba © ACN
Ricardo Cabrisas Ruiz, viceprimer ministro de Cuba Foto © ACN

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Este artículo es de hace 1 año

Ricardo Cabrisas Ruiz sigue siendo el superministro cubano. A sus 86 años y, desde la prematura muerte del general de división Luis A. Rodríguez López-Calleja, se ha convertido en el cristal en el que muchos altos cargos del tardocastrismo se miran, para intentar aprender claves de supervivencia.

"Cabrisas ha sido la cara de nuestro país ante los acreedores externos, en momentos tan complicados como los que vivimos y la muerte de López-Calleja fue una oportunidad, que ha sabido aprovechar; aunque siempre gozó de la confianza de Fidel (Castro) y Raúl", sostiene un ex vicepresidente del Consejo de Ministros, que lo conoce bien.


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Raúl Castro está disfrutando de la jubilación casi a su antojo; y no se trata de una ocurrencia o improvisación, sino de la aceptación del fracaso de su intento reformista, torpedeado con artillería de grueso calibre por el convaleciente en jefe.

El presidente Miguel Díaz-Canel y su ministro de Economía, Alejandro Gil, aún recuerdan la tarde en que Cabrisas les comunicó que no despacharía más con el entonces todopoderoso zar de GAESA porque es "un compañero que te habla masticando las palabras".

La negativa de Cabrisas a seguir el juego de subordinación a López-Calleja sirvió de acicate a Díaz-Canel para ordenar a Gil: Compra pollo y no consultes...

El tardocastrismo aún está haciendo el duelo de López-Calleja, que llegó a controlarlo todo y mandar en todo; pero con la ventaja de no dar la cara ante los empobrecidos cubanos, que no entendieron su egoísmo de seguir construyendo hoteles en medio de la pandemia de coronavirus, cuando cientos de ciudadanos murieron por falta de oxígeno y medicamentos.

Entonces, se hizo evidente el vasallaje del partido comunista y el gobierno cubanos a un Chicago boy, respaldado por Raúl Castro y auxiliado por su hijo Raúl G. Rodríguez Castro "El Cangrejo", con menos luces que un barco pirata, pero que se ocupó de aislar al abuelo de posibles influencias negativas a sus intereses y mantener informado a su padre de los movimientos palaciegos.

La inclusión en el Buró Político y el ascenso a general de división fue el último tren a Yuma por voluntad de Raúl Castro para cerrar heridas con su exyerno, antes que la parca lo retratara con la crueldad silente que castiga a quienes se creen elegidos por mandato divino. Y aún entonces Cabrisas estaba allí, en el sitio ideal, en el momento oportuno y en medio del frágil equilibrio entre dinosaurios y renovadores, entre civiles y militares.

El margen de maniobra de Cabrisas es estrecho por la bancarrota de Cuba, la falta de liderazgo claro y de consenso en la cúpula para avanzar en las tantas veces anunciadas y pospuestas reformas, y cuando ni siquiera han sido capaces de ponerse de acuerdo para liberar a presos políticos y desbrozar el camino hacia una negociación con Estados Unidos, acompañada por la Unión Europea y el Vaticano.

Pero un viejo zorro de la Inteligencia, el oficial Cristal, sabe que el poder confiere una dimensión diferente al tiempo y lleva rato saboreando las mieles de sentirse necesario en una corte de funcionarios timoratos, vagos y de bajo perfil político y cultural, que desprecian cuanto ignoran, incluida la herida nación cubana.

Conocedor de que los ámbitos políticos exigen tener la casa propia en orden, Cabrisas ha comenzado una reorganización del MINCEX, de la que ya se han filtrado las primeras decisiones, como la prohibición del uso de teléfonos móviles en horario laboral; pero tiene por delante una tarea ciclópea porque los negocios siguen sin aparecer, los acreedores continúan rompiendo alcancías de paciencia.

Nadie a los 86 años encabeza una revolución y Cabrisas sabe que los desafíos cubanos son inconmensurables, con el peor gobierno posible en las peores circunstancias, donde hará lo que pueda hasta que el cuerpo aguante, sin renunciar a defender el legado de la revolución, a la que ha servido con lealtad y disciplina desde 1959 y debió pasar años para superar su complejo por no haber participado en la lucha insurreccional; aunque ahora se tutee con Ramiro Valdés, el último de los mohicanos con ganas, lecturas diversas y medido afán de lucro, y el maléfico Machado Ventura, un estajanovista sectario con hijos descarriados.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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