Entre las fugas insólitas de los cubanos para llegar a Estados Unidos, la hazaña de Alejandro Nápoles Pérez tiene ya asegurado un escalón de privilegio. El joven tunero planificó en solitario una arriesgada travesía hacia las costas de Florida en un kayak inflable, y logró cumplirla sin daños físicos mayores en apenas tres días.
Tal vez hubiera sido una aventura temeraria, pero apropiada para un kayakista entrenado o un navegante con experiencia de pilotaje en el mar. Sin embargo, Nápoles carecía completamente de tales destrezas. Nunca antes se había montado en un kayak, no había visto siquiera uno similar hasta el día que lo adquirió a un vendedor en la internet, y navegar era aún una asignatura pendiente a sus 30 años.
Lo más leído hoy:
“Lo que yo sí sé es nadar bien, pero no tenía ningún conocimiento de navegación ni de kayaks, ni de nada del mar… Sé que fue una locura, pero es lo que hace una persona desesperada por escapar a cualquier precio”, comenta el joven en su primera entrevista meses después de su arribo por Cayo Marathon, el 21 de agosto de 2022.
Tras su llegada, las autoridades de la Patrulla Fronteriza reportaron el caso con una foto del kayak en las redes sociales y el adelanto de que su tripulante sería puesto en proceso de deportación. Pero luego de permanecer detenido por semanas y someterse a entrevistas para solicitar asilo político, Nápoles ganó su caso de miedo creíble y pudo reunirse con sus familiares en Tampa con un documento de libertad bajo supervisión.
“Me impactó cómo un joven de su edad, hijo único, lo arriesga todo para buscar la libertad… Alejandro es el rostro de la desesperación cubana”, afirma la abogada de inmigración Sophia Carballosa, quien tomó el caso en sus inicios por asignación del bufete de Willy Allen en Miami.
En noviembre del pasado año, las autoridades del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) determinaron extenderle finalmente un estatus de libertad bajo parole.
Hasta hoy se desconocía su nombre y su destino, Nápoles ha decidido romper el silencio y contar a CiberCuba la apasionante historia de su viaje de 61 horas desde la playa de Guanabo, al este de La Habana, hasta las arenas del Isla Bella Beach Resort, en Cayo Marathon. Está en vísperas de presentar su solicitud de residencia permanente al amparo de la Ley de Ajuste Cubano (CAA), y comienza a tejer los planes para consolidar su nueva vida, validar sus credenciales de mecánico automotriz y acariciar el sueño de reunirse alguna vez con los seres queridos que quedaron atrás: sus padres y un hijo de tres años, a quien ya extraña demasiado.
Este es el testimonio de Nápoles tras varias horas de conversación en Miami.
Un mecánico militar: Razones para el desencanto
Soy natural de la ciudad de Las Tunas. Allí viven mis padres todavía. Al terminar el preuniversitario me fui a La Habana para estudiar un técnico medio de Mecánica en la Escuela Interarmas “General Antonio Maceo” [hoy Universidad de Ciencias Militares “General Antonio Maceo”]. Tomé la carrera de técnico para quitarme de arriba ir al Servicio Militar como recluta, y poder estudiar así Mecánica, que es lo que me gusta. Me gradué en 2012 y fui enviado a trabajar a una unidad militar de reparaciones del Ejército, con grados de teniente. Comencé a desencantarme durante mi trabajo en el taller, donde vi cosas que me molestaban: camiones que aún estaban en buen estado técnico, que podían servir a una escuela, un hospital o un campesino para sacar su cosecha, pero que se entregaban como materia prima para hacerlos chatarra, incluso muchos de ellos en buen estado tras haber cumplido un ciclo de explotación en las FAR. Después de cumplir tres años, pedí la la baja de las Fuerzas Armadas (FAR), pero no me la concedieron. A los cinco años de trabajo volví a pedirla y ni siquiera me dieron respuesta. Así te pueden tener la vida entera, porque no hay dónde quejarse.
Punto de giro
El punto de giro que me decidió a irme del país fueron las protestas del 11 de julio de 2021. Era domingo y de imprevisto me llamó mi jefe para que me presentara en la unidad a apoyar la represión de las manifestaciones. Le dije que no iba a ir porque estaba cuidando a mi hijo con mi familia. Después de eso se produjeron reuniones conmigo para advertirme de que no podía volver a ocurrir, y que tenía que estar disponible para cualquier situación de este tipo. Pero yo no escogí una carrera de mecánico militar para eso. Las Fuerzas Armadas están para proteger el país, no para luchar contra su mismo pueblo.
Decisión de fuga
Tenía una moto que había adquirido con mucho esfuerzo. El día que decidí vender esa moto, que era mi medio de transporte en Cuba, sabía que había dado un paso importante, y de ahí no podía echarme atrás. Eso fue como dos meses antes de mi salida, más o menos como en junio de 2022. Estaba decidido a irme, pero no tenía el capital para adquirir las cosas que necesitaba.
Inicialmente quise salir legalmente, pero por mi condición de militar no me daban acceso a pasaporte. Entonces exploré con amistades de la infancia en Las Tunas la posibilidad de escapar en una lancha, pero no se llegó a nada en concreto. Pensé en un viaje en una balsa con amistades, gente que son como mis hermanos y que no me iban a delatar, pero tenían hijos pequeños y si pasaba algo -y yo sobrevivía- me iba a quedar un cargo de conciencia muy grande para el resto de mi vida. Pensé en mi papá, que estoy seguro me hubiera acompañado, pero no quise que mi mamá se quedara sola. Me propuse hacer algo individual y arriesgarme solo para poder salir a otro mundo.
Inspirado en Diana Nyad
Me decidí por esta forma de hacer la travesía por mar luego de que leí la historia y vi los videos de la nadadora estadounidense Diana Nyad, que a los 64 años logró cruzar el Estrecho de Florida [en septiembre de 2013]. Lo hizo desde La Habana en dos días y cuatro horas. Ella fue mi inspiración. Si ella lo había hecho nadando, yo estaba seguro que iba a poder hacerlo remando sobre un kayak. Ahora sé que fue una locura de mi parte en medio de la desesperación, porque ella iba con equipos protegiéndola a su lado; ella es una profesional de la natación, yo nada que ver con el mar. Sí sé nadar muy bien, pero no tenía ningún conocimiento de navegación ni de kayaks, ni de barcos. Yo lo que sé es de mecánica.
El precio de la libertad
Tuve ideas de salir en embarcaciones más grandes, no en un kayak, pero me percaté de la dificultad que iba a tener para llevar sigilosamente cualquier artefacto mayor hasta la costa. Y buscando en las redes sociales vi el anuncio de la venta de un kayak inflable, que fue el que compré finalmente. En Facebook hay grupos de compra y venta, pero yo me enfoqué en los de deportes acuáticos y pesca. En uno de esos grupos vi la oferta de un kayak nuevo de importación. Llamé a la persona, nos pusimos de acuerdo en el precio y me lo trajo a la casa. Pagué 350 euros, un poco caro, pues después vi uno igual mucho más barato en Amazon a $150 dólares. Pero ya había vendido la moto y tomado la decisión, así que si me pedía 500 se los iba a dar. La libertad no tiene precio. Compré también la brújula a 150 euros. El vendedor de la brújula parece que se imaginó el propósito de la compra y me deseó suerte.
Preparativos cautelosos
Fui preparando las demás cosas, enfocándome en el equipo inflable que tenía. Leí mucho en internet sobre astronomía y meteorología, todo lo que imaginé que podía ser conocimiento útil para echarme al mar: cómo orientarme con las estrellas, cómo emplear una brújula… Descargué aplicaciones para guiarme por un GPS, pero a la larga el GPS no me sirvió, porque el teléfono cogió agua y terminé guiándome solo por la brújula y las estrellas. Me preparé también sicológicamente, visualizando todas las posibilidades positivas y negativas del viaje, y cómo suplementar lo negativo con soluciones de emergencia. Por ejemplo, no tenía pensado comprarme un traje isotérmico para cubrirme durante la travesía, pero me percaté de que todos los profesionales del kayak aconsejan usarlo por el frío, así que una semana antes de lanzarme, lo compré.
En este tiempo entraba con VPN a las páginas de Florida que están bloqueadas, y veía el estado del tiempo y los noticieros sobre las condiciones meteorológicas. Esperé el momento adecuado. Hasta que vi un pronóstico de sol para los siguientes cuatro días y decidí que había llegado la hora de partir.
El minuto del adiós
Tenía que decírselo a alguien de confianza. Llamé a mi pareja en ese momento para decirle que me iba al día siguiente. Yo había mantenido mis planes en el más estricto secreto y ni siquiera las cosas del viaje las tenía en mi casa del Reparto Eléctrico [Arroyo Naranjo], sino en otra vivienda que estaba en construcción en el municipio Diez de Octubre. Ella se puso muy nerviosa. Acordamos que si en tres días no sabía de mí, contactara entonces a mis primas en Tampa [Florida] para que llamaran a los guardacostas de Estados Unidos y me pudiesen salir a buscar.
Al otro día, 18 de agosto, alquilé un carro para que me llevara hasta Guanabo. Llegué a la playa cerca de las dos de la tarde, pleno agosto, gente bañándose en el mar, espíritu de vacaciones… Empecé a echarle aire y armar el kayak, y no llamé la atención, porque era un equipo profesional y nadie se iba a imaginarse que me iba a ir así. Empecé a practicar en la zona más honda de la playa, me viraba, volteaba el kayak, me subía, probando para ver si me funcionaba todo.
Desprenderse de la tierra
Me preparé con un avituallamiento para más de tres días. El kayak tiene un compartimento detrás del asiento y ahí puse 10 litros de agua, latas de atún, cuatro latas de Red Bull que compré en Guanabo, galletas; todo que se pudiera mojar sin echarse a perder.
Sobre las siete de la noche, cuando las personas empezaban a abandonar la playa, comencé a ponerme nervioso porque sabía que en cualquier momento tenía que tirarme al mar. Lo amarré todo al kayak y me puse una linterna ajustable en la cabeza. La partida fue uno de los momentos más difíciles. A las nueve de la noche todo estaba oscuro y tranquilo, sin nadie en la playa, y fue cuando decidí salir. Pero subirme al kayak, dejar la tierra y pensar que lograba tocar otra tierra firme o se acabaría mi vida, esa fue una de las partes más difíciles del viaje. Soltar la tierra. Desprenderme de la tierra.
Primera noche en vilo
Lo primero que no podré olvidar es la primera noche. Fue superlarga para mí, porque estaba con la incertidumbre de que me podían atrapar en el intento. Miraba para atrás y se veían las luces de Cuba. Remaba y seguía viendo las luces y pasaban barcos pesqueros que iban de regreso a la costa. Me detenía en silencio para que no me vieran, por temor a ser descubierto. Me pasé la noche remando y recuerdo que al amanecer veía todavía la silueta del litoral de Cuba. Seguí hasta que miré los 360 grados en derredor y solo vi agua por todas partes. En ese momento fue que pude echar mi primer sueño en el mar, con el sol afuera, por unas dos horas.
Un acompañante inesperado
El sábado por el día tuve otro momento de alta tensión. Se me apareció un tiburón. No era grande, pero sirvió para quitarme de un tirón todo el cansancio. Se me ponía al lado del kayak, se movía para atrás, venía por el otro lado, y así estuvo como cinco minutos. Le di con el remo y despareció. Pero te confieso que en ese momento la adrenalina se me puso a mil. No miré más hacia el agua, solo arriba y alante. El viaje lo hice acompañado de gaviotas todo el tiempo. En la segunda noche vi destellos de luz a lo lejos que luego desaparecieron, por lo que me desanimé un poco pensando que me había perdido.
Increíblemente las noches eran lo que más quería que llegaran. Me sentía cómodo en la oscuridad, porque nadie me veía, la temperatura era fresca y el traje me impedía el frío de las madrugadas. Me las vi feas, pero me volvería a tirar al mar sin pensarlo dos veces.
Dos viajeros a 26 millas
Las únicas personas que me encontré en la travesía fueron dos cubanos de Florida que estaban a bordo de un yate. No vi ni el barco cuando se me acercó, pero fue una suerte tremenda. Se acercaron a mí y me dieron agua fría, que me hizo revivir. No podían ayudarme y rescatarme en su embarcación para no violar las leyes, pero me ofrecieron agua y comida, y fueron el impulso final que necesitaba para llegar a tierra. Les pregunté a qué distancia me hallaba de la costa y me dijeron que a 26 millas. Fue como decirme que estaba a la vuelta de la esquina. De ellos no sé sus nombres, pero quisiera volverlos a ver alguna vez para agradecerles.
Cayo Marathon a la vista
El sábado 20 de agosto por la noche ya veía las luces de los cayos. Me dormí viendo las luces en el horizonte. El traje isotérmico me produjo quemaduras de las que aún tengo marcas en los brazos y partes del cuerpo. Remaba y sentía que no avanzaba. Estaba realmente agotado, muy débil y vi unas boyas pequeñas flotando en el mar. Me amarré a ellas y me quedé dormido, Cuando desperté al amanecer, con los rayos del sol, vi el puente, los carros que pasaban y divisé las tombonas en la playa, en lo que parecía un hotel. Empecé a remar hacia ese punto. No le llamaba la atención a nadie entre las embarcaciones que pasaban porque estaba con mi traje isotérmico remando sobre un kayak, así que llegué al hotel como si fuera un turista más. El kayak se enterró en la arena. Eran exactamente las 10 de la mañana.
Me bajé con el agua en el tobillo. Me levanté, pero no me pude sostener sobre mis pies. En el viaje nunca estuve mareado, pero en este momento de la llegada tuve que esperar unos cinco minutos para recuperarme. Halé más el kayak hacia la orilla, saqué la brújula y todos los documentos que traía, y entré al patio del hotel.
Ahí vi una pareja que me habló en inglés, pero no los entendí y decidí entonces aproximarme a otra pareja que me dio la impresión de que era latina. ¡Otros cubanos! Me ayudaron mucho e incluso después que fui puesto en custodia, ellos estuvieron en contacto con mi familia.
Les dije: ‘¿Ustedes hablan español?, yo acabo de llegar de Cuba’. Me invitaron a sentarme en su mesa y me dijeron que pidiera lo que quisiera. Lo primero que me tomé en Estados Unidos fue un café. Me ofrecieron que desayunara, pero en ese momento no tenía hambre.
Entre el asombro y la generosidad
La pareja cubana llamó al gerente, a la ambulancia, a la Policía y luego a los agentes de Inmigración, que me llevaron para un centro en Cayo Marathon. Desde el hotel, la pareja de cubanos me prestó un teléfono para comunicarme por video llamada con mi familia en Cuba, y con mis primos en Tampa, para decirles que había llegado y estaba a salvo. Les estoy muy agradecido a ellos y puedo decir que fueron mis primeros padrinos en Estados Unidos.
La experiencia del hotel fue para mí muy emocionante y la voy a recordar siempre, porque me demostró la generosidad americana. Se empezó a correr la voz de que había llegado un cubano en un kayak y los huéspedes, asombrados, me empezaron a rodear. Primero vino un hombre y me dio $20 dólares, No quería cogerlos, pero me dijo: “Cógelos, que te van a hacer falta”. La gente que se agrupó allí fue dándome dinero y en un abrir y cerrar de ojos reuní $815 dólares, que me sirvieron después para el tiempo que estuve detenido.
Irse del no futuro
Hablo por mí, pero sé que casi toda la juventud cubana piensa así. No ves un futuro. Estudies lo que estudies, no vas a ver un fruto para tu esfuerzo. No importa lo que te esfuerces, no verás la luz al final del túnel. Te prometen mejoría, pero el país cada vez va más para atrás. Todo en Cuba es ilegal. Si vas a armar un negocio tienes que comprarlo todo en la ilegalidad, y te dejan avanzar hasta que les molestes o interfieras a alguien del gobierno. Entonces, en cualquier momento te pueden inspeccionar el negocio y te van a hallar algo ilegal, porque quien tiene una pizzería compra la harina por la izquierda, no hay ningún mercado para comprarla, o el queso se lo compras a un campesino que no tiene autorización para hacerlo. No hay manera de prosperar así. El dinero es poder y ellos lo saben. Para mantenerse en el poder, el gobierno necesita hacerte dependiente de ellos. ¿De qué futuro me van a hablar viviendo así?
Archivado en: