En 1959 Cuba era un país próspero, de acuerdo a cualquier estándar de medición, era símbolo de prosperidad y modernidad en América Latina. Era un país puntero en la implantación de nuevas tecnologías, en el arte, la cultura, los negocios. Pero era un país injusto, gobernado por la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista.
Para sacar a Batista del poder los cubanos confiaron en Fidel Castro, que prometía: “No hay comunismo o marxismo en nuestras ideas. Nuestra filosofía política es la democracia representativa y justicia social en una economía bien planificada”. La inmensa mayoría de los cubanos confió en el nuevo mesías y el este los engañó, nos engañó a todos. Los que no creían en la idea tenían dos opciones, o se marchaban o vestían la máscara del fidelismo.
Y a pesar de que Castro prometió no decomisar nada pronto llegaron las olas de expropiaciones. Comenzaron por las grandes compañías extranjeras, las grandes extensiones de tierra, pero llegaron hasta el puesto de fritas del chino de la esquina. Todo, absolutamente todo se nacionalizó. De pronto todo era de todos, o lo que es lo mismo, de nadie. Y así desapareció ese que es el máximo velador de su propiedad, el dueño.Y comenzó la debacle revolucionaria.
Las ciudades, que antaño eran la envidia de toda América Latina, hoy muestran un paisaje que recuerda al de zonas devastadas por conflictos bélicos.
La Habana, con su arquitectura colonial y sus majestuosos edificios, que solían ser testigos de la riqueza y el esplendor de la isla, ahora están en ruinas, despojados de su antiguo brillo.
Calles que una vez resonaron con la música y la alegría, ahora susurran historias de abandono y desesperación.
Los edificios tuvieron dueños que se ocupaban de su mantenimiento, hoy son tierra de nadie sus fachadas, pasillos, escaleras y elevadores. Nadie se ha ocupado pintar, reparar una losa rota, cambiar un bombillo o darles mantenimiento por años. El estado, ese ente superior que controla todo, se olvidó de esto hace años, se limpió las manos. Y las cosas así, solo van de mal en peor.
Los derrumbes son el orden del día en muchos barrios habaneros, esos donde viven los más humildes, mueren niños y adultos por culpa de estos. Y donde se derrumba un edificio queda un solar, o surge un nuevo hotel de la dictadura, para eso sí hay dinero.
La industria, otrora pujante, es prácticamente inexistente. Cuba, que en su apogeo fue la mayor exportadora de azúcar del mundo, ahora solo muestra las ruinas oxidadas de centrales azucareros.
Estas estructuras, que en su momento fueron el motor económico de la nación, hoy son mudos testigos de una era que parece haber quedado atrás. La dependencia de las importaciones ha crecido exponencialmente, evidenciando la incapacidad del régimen para mantener una economía autosuficiente.
La agricultura y la agronomía no se quedaron detrás. En 1954 Cuba tenía mas de 5 millones de cabezas de ganado vacuno, o 0.90 reses per cápita. Hoy la mayoría de los cubanos no come carne de res, y los pollos son importados desde el gran “enemigo” del norte.
Fidel prometió carne, leche y huevos para todos, habría tanto que sería casi gratis. Cuán lejos ha quedado la realidad de las enajenaciones del dictador.
Ya ni se produce suficiente café para el mercado nacional. Hoy importamos café de Vietnam, país que aprendió a cultivar café gracias a cubanos que fueron hace años a enseñar las técnicas de cultivo. Ironías del socialismo caribeño.
El impacto medioambiental del régimen ha sido igualmente brutal. La deforestación, la contaminación de ríos y mares, y la falta de políticas sostenibles han dejado una huella imborrable en la rica biodiversidad de la isla. Parajes naturales que solían ser refugio de especies endémicas y atracción para turistas y científicos, ahora enfrentan serias amenazas debido a la negligencia y la falta de visión a largo plazo.
Pero quizás, el impacto más doloroso se observa en las personas. Cuba, una nación que envejece a pasos agigantados, está llena de ancianos que luchan por sobrevivir con pensiones insuficientes. Aquellos que no cuentan con el apoyo de familiares en el extranjero o con alguien que los cuide, se ven en la triste necesidad de pedir limosna o hurgar en la basura en busca de algo que comer
La precariedad económica ha llevado a muchos cubanos a una situación de vulnerabilidad extrema, incapaces de afrontar cualquier gasto imprevisto que surja en su día a día. link
Pero no es solo la depauperación física de las personas, es la destrucción de las familias, divididas por una emigración que se asemeja mucho a un exilio. Durante décadas los que se iban eran considerados desertores, “gusanos”, los que quedaban rompían la comunicación con los que se marcharon, para no ser marcados como desafectos.
Otros, que creían en la idea, se pelearon con sus familiares porque realmente los consideraban traidores. Muchos lamentaron esas decisiones y tuvieron que pedir ayuda a los otrora apestados, muchos exiliados entendieron y aceptaron las disculpas, para estos la familia estaba por encima de todo, pero otros jamás perdonaron a sus familiares.
Un día no estarán, un día serán el pasado, pero el legado del régimen cubano es un país en ruinas, tanto en su infraestructura como en su tejido social. La esperanza de un futuro mejor parece cada día más difícil, ¡es tanto lo que hay que reconstruir! Pero la memoria de lo que una vez fue Cuba, la resistencia y espíritu emprendedor de los cubanos, son testimonios de que la isla puede, y debe, renacer de sus cenizas. Solo tenemos que quitarnos a estos desgraciados de encima.
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