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¡Atención, camaradas comensales y aficionados al peligro culinario! Las denominadas 'croquetas explosivas', cortesía de la audaz industria alimentaria del régimen revolucionario, han logrado otra hazaña. Jorgito, conocido en su barrio por su valentía gastronómica, ha sufrido un encuentro cercano con estos pequeños proyectiles disfrazados de comida.
¿El escenario de la batalla? Su cocina. ¿El arma del crimen? Una sartén traicionera. ¿La fecha? El fatídico 12 de noviembre. Justo cuando estaba sumergiendo las esferas subversivas en el caldero aceitoso, una de ellas decidió celebrar su independencia con una detonación en su cara.
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Nuestro héroe culinario, ahora convertido en mártir de la cocina, fue trasladado a la fortaleza hospitalaria, portando heridas de guerra en sus dignas mejillas y su cornea desafiante. La comunidad solidaria, siempre lista para unirse en tiempos de crisis explosivas, ha suministrado al camarada caído en desgracia con el arsenal médico necesario para su pronta recuperación.
En la esfera digital, el valeroso Ramon Alvarez ha compartido en directo desde el campo de combate. "Señores, esto no es juego", sentencia con un tono tan grave que podría hacer vibrar hasta las papilas gustativas más adormecidas.
Aun cuando hay esperanza de que Jorgito recupere su visión, las cicatrices invisibles de esta experiencia sin duda se quedarán en la memoria colectiva. Las recomendaciones de Prodal para la preparación de estas pequeñas granadas incluyen un conjunto de instrucciones precisas —propias de un manual de desactivación de bombas— que han sido acogidas con la misma confianza que se le otorgaría a un paracaídas hecho de encaje.
Pero persiste la interrogante: ¿Cuál es el ingrediente misterioso que convierte estas inofensivas albóndigas en armas de destrucción masiva? ¿Será un acto de rebeldía en la cadena alimenticia? ¿Un secreto mal guardado de la alquimia culinaria socialista?
Prodal, manteniéndose firme en su postura, evita cualquier disculpa con la destreza de un bailarín de ballet esquivando huecos en el escenario. Sin cambios en la receta a la vista, y con una escasez que haría parecer un buffet a la dieta de un ermitaño, los habitantes de la isla continuarán jugando a la ruleta rusa comestible con cada bocado de croqueta.
Alerta a los ciudadanos de Cuba: La próxima vez que una croqueta llame a su puerta, no responda. Podría ser una invitación a un duelo en el que su cara es el objetivo principal.
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