El Gran Premio de Miami de 2024 evoca recuerdos del efímero pero legendario Gran Premio de La Habana, que tuvo lugar entre 1957 y 1960. Durante esos años, la capital cubana se transformó en el escenario de un evento automovilístico que buscaba no solo entretener, sino atraer turismo y glamour a la isla en plena era de Fulgencio Batista.
El primer Gran Premio de La Habana se celebró en el icónico Malecón, marcado por la victoria de Juan Manuel Fangio, quien conducía un Maserati 300S. El evento no solo era una carrera, sino una muestra de la conexión entre Cuba y la élite automovilística internacional. Sin embargo, el Gran Premio de 1958 quedó oscurecido por el secuestro de Fangio, organizado por rebeldes del Movimiento 26 de Julio, que buscaban llamar la atención sobre su lucha contra el gobierno de Batista.
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Este suceso, junto con el trágico accidente en el que Armando Garcia Cifuentes perdió el control de su Ferrari, matando a seis espectadores, imprimió un carácter dramático y sombrío a la carrera. A pesar de estos eventos, el Gran Premio continuó en 1960 en una nueva ubicación, utilizando caminos de servicio de un aeródromo militar, antes de desaparecer del calendario internacional.
La primera edición del Gran Premio de La Habana en 1957 no solo fue una competición automovilística, sino también un espectáculo de glamour y técnica. Los coches participantes incluían modelos de alto rendimiento como el Maserati 300 S y el Ferrari 410. Juan Manuel Fangio, una leyenda del automovilismo, se llevó la victoria en esa ocasión, dejando una marca imborrable en la historia del automovilismo en Cuba. Carroll Shelby y Alfonso de Portago completaron los primeros puestos, ambos conduciendo Ferraris, demostrando la fuerza y el diseño excepcional de estos vehículos.
En 1958, el escenario del Gran Premio de La Habana se vio dramáticamente alterado por el secuestro de Fangio, pero eso no detuvo la carrera. Ese año, Stirling Moss se alzó con la victoria pilotando un Ferrari, mostrando una vez más la destreza y el dominio técnico de los pilotos y sus máquinas. La carrera de 1960 marcó el final de esta serie en Cuba, con Moss repitiendo triunfo, esta vez en un Maserati, seguido de cerca por Pedro Rodríguez de la Vega en un Ferrari 250 TR59 y Masten Gregory en un Porsche 718. Este evento no solo destacó por la competencia, sino también por la convergencia de talentos y tecnologías automovilísticas de todo el mundo.
Ahora, mientras Miami se prepara para su propio Gran Premio, no podemos evitar pensar en lo que pudo haber sido si el Gran Premio de La Habana hubiera continuado desarrollándose en un contexto político y social diferente. Este evento no solo representa un legado de lo que fue, sino un reflejo de lo que pudo haberse convertido: un puente entre culturas y épocas, uniendo a entusiastas del automovilismo bajo el sol caribeño.
En un paralelismo casi poético, Miami recoge el testigo, simbolizando un nuevo capítulo en la historia del automovilismo en el exilio cubano, un recuerdo de lo que pudo haber sido un símbolo de progreso y unión para una Cuba diferente. Sin embargo, con la llegada al poder de los comunistas, todos estos eventos glamorosos fueron retirados de la escena pública cubana, reemplazados por un panorama más desolador y de crisis continua.
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