La devastación que dejó el huracán Oscar a su paso por Guantánamo no solo se mide en casas destruidas y familias incomunicadas, sino en el sentimiento de abandono que ha inundado a los sobrevivientes, quienes aseguran que el gobierno cubano los dejó a su suerte en los momentos más críticos.
En San Antonio del Sur, uno de los municipios más golpeados, un vecino tuvo la oportunidad de enfrentar cara a cara a Miguel Díaz-Canel cuando este se apareció tres días después del desastre. "Nos dejaron solitos allí con 29 niños", le soltó el hombre, mientras relataba cómo las autoridades prometieron un equipo de rescate que nunca llegó. A los afectados no les quedó otra que buscarse la vida, y así, entre vecinos, lograron evacuar a quienes pudieron, enfrentándose al río desbordado. La angustia era palpable: “Por poco nos ahogamos”, confesaba el hombre, mientras Díaz-Canel intentaba justificar la situación con excusas que sonaban a promesas vacías.
Este sentimiento de abandono no es exclusivo de San Antonio. En municipios como Imías, familias enteras quedaron atrapadas en sus casas, viendo cómo el agua subía hasta el techo. “El agua sigue subiendo y la ayuda no llega”, decían desesperados en videos que circularon por redes sociales, donde se ven las casas sumergidas y a los vecinos trepados en las azoteas con la esperanza de que alguien los rescate. Pero los días pasaban, y el único apoyo real vino de vecinos ayudando a vecinos, porque las autoridades brillaban por su ausencia.
Lo más duro para muchos fue ver cómo las cifras oficiales no reflejan lo que en verdad sucedió. El gobierno anunció la muerte de siete personas en Guantánamo, pero los habitantes locales aseguran que la realidad es mucho más sombría. “Aquí hay entre 17 y 20 muertos, no lo dicen, pero en los pueblos todo el mundo se conoce”, afirmaba una vecina de San Antonio del Sur. Las autoridades intentaron minimizar la tragedia, pero los desaparecidos se cuentan por decenas y los muertos no se contabilizan completos
Y si la situación no fuera ya suficientemente desesperante, la falta de información agrava el caos. El apagón que dejó a Cuba a oscuras días antes del huracán impidió que muchos se enteraran de la magnitud de lo que se venía. Familias atrapadas en sus casas no recibieron alertas ni tuvieron tiempo para evacuar. El resultado: vidas perdidas y un dolor que aún resuena en las calles sumergidas de estos municipios.
El pueblo guantanamero, acostumbrado a enfrentar crisis, se ha volcado en redes sociales para intentar localizar a sus seres queridos. Padres, hermanos y amigos piden noticias de los suyos, con la esperanza de que la conectividad, tan escasa en estos momentos, les brinde algún tipo de alivio.
Aunque las brigadas de rescate, lideradas por las FAR y el MININT, han comenzado a llegar, para muchos es ya demasiado tarde. Los que han sobrevivido no solo luchan contra la destrucción de sus hogares, sino contra el olvido en que los ha sumido un gobierno que parece más interesado en justificar sus errores que en atender las necesidades urgentes de su gente.
Guantánamo sigue esperando. Las promesas del gobierno suenan vacías, y la sensación de abandono cala tan profundo como las aguas que aún cubren gran parte de la región
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