Hay una clase de actores millonarios que han construido sus fortunas gracias a la libertad, la democracia y el capitalismo, pero que, en una muestra de hipocresía sin límites, se permiten defender regímenes dictatoriales que oprimen a sus pueblos. Desde la comodidad de sus mansiones en Los Ángeles o Madrid, rodeados de lujos que solo el sistema que tanto critican les ha permitido alcanzar, se atreven a romantizar gobiernos que persiguen, censuran y empobrecen a su gente.
Kevin Costner no es el primero ni será el último en prestarse al juego propagandístico de la dictadura cubana, como tantas otras figuras que, cómodamente instaladas en democracias que les permiten expresar sus opiniones sin consecuencias. Otros nombres de Hollywood y la élite intelectual han hecho lo mismo.
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Sean Penn viajó a Cuba y entrevistó a Raúl Castro en una operación de relaciones públicas, mientras que Michael Moore glorificó el sistema de salud cubano en su documental 'Sicko', ignorando sus deficiencias reales. Oliver Stone ha elogiado el régimen castrista en múltiples ocasiones, blanqueando su historial de represión. Naomi Campbell visitó la isla y se retrató con el hijo de Fidel Castro, mientras que Danny Glover ha sido un defensor abierto del gobierno cubano. Mas recientemente la cubana Ana de Armas, por su parte, que siempre ha evitado criticar al régimen, ha entablado relaciones sentimentales con el hijastro de Miguel Díaz-Canel, lo que ha generado aún más cuestionamientos sobre su posición respecto al gobierno cubano.
Kevin Costner recientemente visitó la isla, se reunio con el dictador Miguel Diaz-Canel y regresó a casa sin haber pasado un solo día haciendo la cola del pan, sin haber sufrido un apagón de 12 horas ni haber temido la visita de la Seguridad del Estado. Para él y sus similares, la revolución es un tema exótico, un accesorio más en su colección de experiencias para presumir en entrevistas y redes sociales.
Lo más repugnante de esta postura es que muchos de estos millonarios se aprovechan de la democracia que les ha permitido expresarse libremente y amasar fortunas, mientras apoyan a regímenes que niegan esos mismos derechos a sus ciudadanos. Ninguno de ellos estaría dispuesto a vivir bajo las reglas de los gobiernos que defienden. Ninguno cambiaría su residencia en Beverly Hills por un apartamento en un solar en La Habana. Ninguno cambiaría sus cuentas bancarias multimillonarias por una libreta de abastecimiento. Tampoco las donarían a la "causa revolucionaria".
La doble moral de estos "defensores del pueblo" es una ofensa para quienes realmente sufren las consecuencias de esas dictaduras. Mientras ellos juegan a ser revolucionarios de salón, el pueblo cubano enfrenta la escasez, la represión y el miedo, mientras miles arriesgan sus vidas en el mar, huyendo de la supuesta utopía que tanto ensalzan.
Lo que resulta más insultante es que la gran mayoría de estos personajes ni siquiera tienen el más mínimo conocimiento de la realidad cubana. Repiten las mismas frases prefabricadas sobre "educación gratuita" y "salud pública" sin detenerse a pensar en la calidad de esos servicios o en las vidas que han costado. Prefieren ignorar la brutalidad policial, los presos políticos, la falta de elecciones libres y el control absoluto del estado sobre la vida de sus ciudadanos.
Si realmente creen en las virtudes de estos regímenes, deberían predicar con el ejemplo. Que renuncien a sus millones, que se muden a Cuba, que vivan como un ciudadano común bajo las condiciones que ellos mismos justifican, que intenten criticar al gobierno en un medio de comunicación local, que intenten ejercer la misma libertad que disfrutan en Occidente. Solo entonces podrán hablar con alguna autoridad sobre el tema. Pero no lo harán. Porque saben que en esos países no durarían ni una semana viviendo como un ciudadano más. Su apoyo a las dictaduras no es una convicción real, sino una estrategia oportunista, sin arriesgar nada de su propia comodidad y privilegios.
Los verdaderos defensores de la justicia no pueden cerrar los ojos ante la opresión, sin importar la ideología de quien la imponga. La libertad no es exclusiva de los privilegiados de Hollywood, es un derecho de todos, y cualquier intento de justificar su negación debería ser condenado con la misma fuerza, sin importar cuán famosa sea la persona que lo haga.
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