Celia Cruz nunca confirmó la fecha de su nacimiento. Ella solía hablar de un 21 de octubre de mil novecientos.com. Incluso después de su muerte, no hay -ni queremos tener- seguridad de que haya sido en 1925 o en 1924. Qué más da un año arriba o un año abajo. Si ella no quería decirlo, para qué buscar un dato que no aporta nada a la vida de la reina de la salsa. Ella vivió a lo grande. Nos dejó 79 discos, 10 películas, una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, otra en la Calle Ocho de Miami y una fundación que ayuda a niños músicos con pocos recursos. Y, sobre todo, su inconfundible ¡Azúcar!, que surgió en un restaurante, cuando una camarera le preguntó cómo quería el café: “¡Con azúcar”!
Con motivo del "aniversario de su nacimiento", CiberCuba ha reunido fotos inéditas de la artista, cortesía de su albacea universal, Omer Pardillo Cid, para rendirle un pequeño homenaje a una de las grandes divas que ha dado la música latina y que Cuba tiene el honor de haber visto nacer. Desde que dejó la Isla en 1960, nunca pudo regresar a La Habana y sólo volvió a actuar en territorio cubano cuando en 1993 cantó para los balseros en la base naval de Guantánamo. Aún así, esa negrita siempre alegre y coqueta se “fajaba” por los cubanos allá por donde iba, sin guardaespaldas, sólo acompañada por su incondicional esposo, el trompetista Pedro Knight (1921-2007). Él descansa junto a su Celia en el cementerio Woodlawn del Bronx neoyorquino, en el llamado Condado de la Salsa, que se ha convertido en un lugar de peregrinación para los amantes del género.
Celia solía decir que no le tenía miedo a la muerte: “Si me muero, me morí”. A lo que sí le tenía miedo era a la anestesia. Por eso nunca se hizo una cirugía estética. Le aterraba pensar que por estirarse la cara podía tener algún problema con sus cuerdas vocales. “Yo toda la vida he sido fea y el público me ha aceptado así y quiero seguir viviendo y envejeciendo con dignidad”, dijo en una entrevista en México.
Incluso estando ya enferma de cáncer siguió cantando. De gira por Colombia, durante un concierto en Cali, se enteró de que la daban por muerta en Venezuela donde la radio y varios periódicos se hicieron eco de la falsa noticia. Y ella se reía de eso. No le daba miedo que le hablaran de la muerte ni que dijeran: Murió Celia Caridad Cruz Alfonso. Le hizo mucha gracia el titular con que la prensa colombiana resumió lo ocurrido: “A Celia Cruz la mataron en Venezuela y resucitó en Cali”.
Ella lo tenía claro y así lo cantó: “Yo viviré”. Y vivió, recogida en su casa, sin beber alcohol ni fumar, sola con su esposo, que siempre quiso morirse primero que ella para no sufrir. Y ella le reprochaba que hablara así: “Nos vamos juntos”. Pero se fue ella primero, una semana después de celebrar 41 años de matrimonio con Pedro Knight, el hombre que la acompañaba a todas partes con un creyón de labios en el bolsillo, porque Celia era la mujer más coqueta del mundo.
Omer Pardillo Cid, su mano derecha, ha organizado exposiciones en las que muestra los vestidos de Celia Cruz. Cuenta la presentadora Cristina Saralegui que tres semanas antes de que muriera ‘La diosa del ritmo’, fue a verla al hospital y se la encontró sentada en la cama, arreglada, con "un vestido de Celia Cruz". “En casa ando descalza y sin peluca", decía. Sin embargo, esa versión de su supuesta dejadez casera no la confirmó nunca Pedro Knight, que confesó en un programa de televisión que en Nueva York la llevaba a la peluquería a las seis de la mañana y la recogía a las cinco de la tarde y luego se la encontraba en la cama, durmiendo de lado para no estropearse el peinado.
Los que hoy 21 de octubre tenemos a Celia en nuestros pensamientos, la recordamos cantando uno de sus últimos éxitos: “La negra tiene tumbao’, un tema que incluso a ella le sorprendió que “se pegara tanto”. Con ese y su ‘Caramelo’ consiguió colarse en la lista de éxitos en los Estados Unidos. No fue fácil para ella abrir un camino que ninguna otra artista latina había pisado antes.
España fue quizás uno de los países que más se le resistió al éxito. Celia contaba que le había costado veinte años llegar al aeropuerto de Madrid y que un funcionario de Inmigración le dijera que una artista como ella no necesitaba pasaporte. Atrás quedaban los años setenta en que la grandísima Lola Flores sacaba a los clientes de su restaurante en Madrid para que fueran a ver a Celia Cruz al cabaret donde cantaba.
Hoy, Celia habría cumplido años. Ella prefería llamarlo de otra manera: habría celebrado un aniversario más de vida. Eso era lo que le pedía a la delegación de santos que la acompañaban en sus viajes: la Caridad del Cobre, Santa Bárbara, San Lázaro, la Virgen de las Mercedes, San Judas Tadeo y José Gregorio Hernández. Esos santicos los compraba en Miami y llenaba el avión con ellos, pero sólo para pedirles que la dejaran volver sana y salva a casa, a acostarse en su habitación, donde tenía un televisor, a ver programas con su “Pedrucho”.
Las críticas se las tomaba Celia con cariño. Estaba convencida de que había hecho tantas cosas bien que si algo no salía perfecto, ella entendía que se lo debían perdonar. Se reía de los que la criticaban cuando actuaba en telenovelas. “Me dicen que me vaya a cantar el Yerberito, pero yo no le dije a nadie que era actriz. Si me vuelven a llamar para otra telenovela, iré”.
"Nunca sé cuándo estoy cansada"
Así era ella, incansable, pero no era consciente de que estaba hecha de un material distinto, que ni ella misma sabía definir. “No me descubrí la energía hasta que me lo dijeron. Nunca sé cuándo estoy cansada. Lo sé cuando me acuesto. Antes cantaba una hora y me dolía la espalda. El otro día canté hora y media y lo sé porque me lo dijo Pedro”.
Tanto era el cariño de su público, que Celia optó por recluirse en su casa de Nueva Jersey cuando necesitaba descansar porque entendía que si iba a una reunión de amigos y le pedían que cantara o firmara autógrafos estaba trabajando. No era una mujer de fiestas. Algún domingo se iba con Pedro, su hermana y su cuñada a comer a la casa de una amiga puertorriqueña que cocinaba muy bien y allí, en la intimidad, era feliz jugando a la lotería.
Pero cuando estaba trabajando lo daba todo. Cuenta la periodista Yani Gil, que su abuelo, ya con noventa y tantos años, era un fan de Celia Cruz. Ella quiso sorprenderlo y lo llevó a un homenaje que le hacían a la artista. Cuando se la presentó, su abuelo le dijo a Celia que ya se podía morir porque la había conocido. A Celia le llegó al alma aquel halago y pasó la noche entera pegada a ese viejito que la miraba como sólo un hombre puede mirar a una estrella.
Celia solía contar que era una suerte que Pedro Knight no fuera celoso. Dice que estando en Módena, Pavarotti la cogía y se la sentaba en las piernas cada vez que le pedían una foto: “Ése gordo me decía: tú eres la que alegra todo esto”. Y así sigue siendo hasta hoy.
No ha nacido otra tan grande como aquella jovencita de Santos Suárez que el 15 de diciembre de 1950 grabó en la CMQ de La Habana ‘Cao Cao maní picao’, el primer éxito de la Sonora Matancera. Fue esa orquesta la que le permitió viajar a México en 1960. Decidió quedarse y ya nunca regresó. No se lo permitieron cuando murió su madre en 1962 y ella falleció sin actuar en La Habana. Pero no se fue con rencor. Se fue como se van los grandes, con una sonrisa, la misma con la que cantaba aquello de “Esa negrita tiene tumbao, todos la siguen por su caminao”. Hoy resuena su voz: “Cuando haya libertad, el sol que se fue de Cuba algún día volverá”.
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