Nadie lo conoce por Ramón López Díaz. Ha tenido éxito imponiendo su sobrenombre, con el que se siente más a gusto: “El Invasor”. Un alias que adoptó en 2012 para su proyecto musical personal, y que de entrara tuvo total resistencia por parte de las instituciones.
“Mi nombre tiene la intención de invadir las ideas que nos están acabando, invadir la falta de unidad, la falta de valores… y de libertad”, dice este músico de 26 años que ha hecho del hip hop un método de desahogo en medio del oriente cubano.
Al inicio no le fue difícil acceder a instituciones como la Asociación Hermanos Saíz, donde apenas duró 9 meses antes de que le prohibieran usar sus instalaciones para conciertos.
“Nunca me hablaron claro, nunca me vinieron de frente a decirme que mi música les molestaba”, cuenta Ramón, quien ha terminado por desistir de presentarse en espacios “oficiales”. Sus salas de conciertos son el patio de su casa, un parque, una esquina de barrio.
En 2016 fue noticia gracias a la virulencia conque el aparato político intentó impedir que grabara dos álbumes en La Habana. Funcionarios del Departamento de Planificación Física del Cerro lo multaron con 2 mil pesos cubanos y amenazaron con el decomiso de la vivienda que rentaba Ramón, residente de Bayamo, mientras concluía la grabación de su música en la capital.
La propietaria de la vivienda fue presionada, y al día siguiente le comunicó a “El Invasor” que debía buscarse otro sitio para rentar.
En Bayamo la historia es similar, cuenta: presiones, amenazas, llamadas telefónicas a sus familiares. Ser “El Invasor” pasa una factura cara. “Les duelen mis ganas, les quita el sueño mis ansias de libertad de expresión. Ni aunque me cosan la boca me podrán impedir cantar, que es al final del cuento mi única arma para invadir”.
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