Desde que comenzaron a construirse los primeros fortines y fortalezas en el mundo, apareció un tipo muy especial de construcción afortinada, que se inventó para servir de apoyo a la fortificación principal: el hornabeque.
Etimológicamente, un hornabeque, -combinación de las voces alemanas “hornwerk” (de “horn”, cuerno) y “werk” (obra), o sea, “obra en forma de cuerno”- según el diccionario es “una fortificación exterior aislada, que se construía a cierta distancia de la fortificación principal, justo por su flanco más débil y accesible. Su función era obligar a la artillería enemiga a colocarse más lejos, reduciendo así su poder de alcance bélico”.
EL HORNABEQUE DE SAN DIEGO
Tras la toma de La Habana por los ingleses, cuando España recuperó la ciudad en 1763, inmediatamente se dio a la tarea de modernizar el sistema de fortificaciones que ya existía, y que había demostrado su poca efectividad ante el ataque británico: los castillos del Morro, La Punta y la Real Fuerza, fundamentalmente. Además, por órdenes expresas de Carlos III, y en atención a las fallas ocurridas en la defensa de la ciudad, se aprobó la construcción de nuevas instalaciones defensivas.
El conde de Ricla, nuevo gobernador enviado por Carlos III, encomendó a su ingeniero principal Silvestre de Abarca, la construcción de un segundo sistema de defensa. Silvestre levantó entonces el fuerte de San Carlos de La Cabaña, un edificio de setecientos metros de largo que le costó a Ricla la nada despreciable suma de 14 catorce millones de pesos de oro de la época.
La Cabaña se terminó seis años después, en 1779, pero su flanco derecho quedaba bastante expuesto, y Silvestre de Abarca tuvo la idea de construir a 1 100 metros en dirección noroeste, hacia Cojímar, un hornabeque a 50 metros de altura sobre el nivel del mar, que en los planos originales aparece referenciado como “Hornabeque de San Diego - Fuerte No. 4”. Tomó su nombre del anterior gobernador de la ciudad, Don Diego de Manrique, fallecido en 1765 del vómito negro que contrajo durante las tareas de prospección del sitio en que se decidió emplazar la nueva fortaleza.
Del proyecto de nuestro único hornabeque, se encargó el arquitecto Luis Huet, que primero lo concibió como una obra temporal. El dueño de aquellas 48 parcelas aledañas a la bahía de La Habana, era un capitán llamado Antonio Barba, que se las vendió al Conde de Ricla por 4.851 pesos fuertes. Era la zona denominada "Alturas de Triscornia" (o “Tiscornia” para el vulgo), en el ultramarino pueblo de Casablanca, que más tarde sirvió de estación de cuarentena y prisión para extranjeros en situación irregular, hasta bien avanzado el siglo XX.
El hornabeque de San Diego son dos mediobaluartes unidos por una “cortina”, y cuatro edificaciones adicionales hechas de mampostería y techo de tejas. Albergaban la casa del comandante de la fortificación, el cuartel para la tropa, un almacén, un aljibe, una cocina, y un polvorín. Estaba conectado a la fortaleza de La Cabaña a través de una vereda techada, y a él se accedía por un puente que salvaba el foso perimetral que lo rodeaba, con caponera y revellín. Contaba con dos explanadas de artillería (una para cada mediobaluarte) y 25 troneras para otros tantos cañones.
El Gobernador de la Isla, el Conde de Santa Clara aprobó su remodelación a finales de 1796, y los trabajos comenzaron al año siguiente, al frente de los cuales estuvo el ingeniero Antonio Conesa. Desde entonces se le consideró una obra permanente. Ya puesto en funcionamiento, su guarnición contó con medio centenar de soldados de infantería y otras tantas piezas de artillería.
Durante el siglo XIX el hornabeque de San Diego siguió siendo un fuerte y conservó su estructura original. El 27 de febrero de 1842 el Capitán General de la Isla aprobó una partida presupuestaria extraordinaria para mejorar todo el sistema defensivo de la ciudad, y se asignaron 15.200 pesos para su mantenimiento y reparación. Sirvió, a partir de entonces de caserna militar, y centro de cuarentena para presos e inmigrantes en situación irregular que llegaban de España. Desde mediados de los ochenta hasta 1895 también cumplió funciones de campo de tiro para ejercitar a los soldados de infantería.
Por su privilegiada situación geográfica junto al puerto, dentro del hornabeque se instaló una estación telemétrica que se llamó “de San Diego, desde cuyas líneas telegráficas se trasmitían y recibían las órdenes y los datos de la situación de las embarcaciones que se acercaban al estuario habanero".
Al culminar la guerra el 13 de agosto de 1898, la autoridad de Estados Unidos dispuso que el hornabeque de San Diego adoptara las funciones de cuartel y almacén de municiones, funciones que siguió cumpliendo hasta principios del siglo XX. También continuó funcionando como estación telemétrica de apoyo a las prácticas de la artillería.
A pesar de estar construido rigurosamente como un hornabeque típico con la estructura de otros similares de la misma época, el Hornabeque de San Diego de La Habana fue transformándose con el paso del tiempo, con la construcción de añadidos y su utilización como vivienda.
Con el tiempo se cubrió de maleza, y la manigua se lo tragó casi del todo. Hoy no resulta fácil reconocer en sus ruinas al edificio militar original. La no existencia en Cuba de una ley de protección patrimonial, posibilitó que fuera utilizada como vivienda por personal civil. El cambio de función, con el tiempo fue transformando su estructura original, y la llegada de nuevos ocupantes transformó el lugar en una ciudadela.
Con la revolución se aceleró su destrucción y dejó incluso de servir de vivienda convirtiéndose en una ruina abandonada. Así ha quedado hoy la única fortificación colonial de su tipo en Cuba, representativa del segundo sistema defensivo de la ciudad de La Habana.
Revolución es destruir.
¿Qué opinas?
COMENTARArchivado en: