Cada cual entiende el fútbol –y el Mundial- como le viene en ganas. Es un derecho que nos asiste a todos. Esta columna sintetiza mis impresiones de cada jornada en la fiesta mayor del deporte más hermoso del mundo.
La jornada
Con la espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza y el revolver de Billy The Kid apuntándole a las sienes, Sampaoli decidió hacer cambios tácticos. Dejó a tres elementos atrás en aras de favorecer el desborde por las bandas, multiplicó la rapidez para marcar en retroceso, sacrificó al insípido Di María del encuentro contra Islandia, miró al cielo y se encomendó al Señor.
Dios le hizo caso omiso. El equipo conservó sus déficits asociativos, los problemas para la salida se intensificaron en virtud de que Messi jugaba más arriba que el sábado pasado, y los nervios hicieron su agosto hasta desembocar en un lamentable victimismo que exigió mucha paciencia al referee. A perro flaco todo son pulgas, ya se sabe: en una de esas, Enzo Pérez se quedó a puerta vacía y, casi ominosamente, mandó el balón afuera.
Tanto fue el cántaro a la fuente, tantas veces arriesgó la azul y blanca con entregas comprometidas a un portero de escasas garantías, que Caballero cometió el gazapo del Mundial y ahí mismo el eje de la Tierra se movió, para desgracia sudamericana.
Es un hecho: Argentina es esa clase de grupo inconsciente que no vive para alimentar a su estrella, una intención visible en más de una plantilla mundialista de menor calado que la albiceleste. Los egos son muy altos, muy nutridos, y a Messi se le ha visto esperar devoluciones de paredes que jamás se ejecutan y mostrarse en reclamo de pases que nunca le hacen (eso, sin justificar su apatía de este jueves en el período complementario, claro está).
Por eso cada traspié de la plantilla puede ser interpretado como una cura de humildad. Inservible, pero absolutamente merecida.
El gol
Modric ‘clavó’ un gol de antología.
El equipo
Croacia fue un canto al orden.
La individualidad
Rakitic recuperó como un león, marcó a Messi con hierro y elegancia, y aun así encontró tiempo para efectuar algunos pases de valor, reventar una pelota contra el poste y marcar la diana de la humillación.
El fiasco
Argentina, otra vez exceptuando a Mascherano y, quizás, a Tagliafico y Acuña.
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