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Angola, otra herida cubana

¿Cómo habría sido Cuba con relaciones de diplomáticas con USA desde 1975? ¿Qué responsabilidad tienen Fidel y Raúl Castro, el Buró Político y la cúpula militar? ¿Cómo habría sido Angola sin ayuda cubana? ¿Qué habría pasado con Namibia y Sudáfrica?

Díaz-Canel y el general angolano Cándido Pereira Van Dunen, en el 40 aniversario de la Operación Carlota, en 2015. © José Miguel Solís Díaz / Radio Rebelde.
Díaz-Canel y el general angolano Cándido Pereira Van Dunen, en el 40 aniversario de la Operación Carlota, en 2015. Foto © José Miguel Solís Díaz / Radio Rebelde.

Este artículo es de hace 5 años

El Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA) acaba de culminar una transición con bronca por los intereses monetarios y dinásticos de José Eduardo Dos Santos, uno de los hombres más ricos de África, que gobernó 39 años con guerras, pobreza, diamantes y petróleo.

Joao Lourenço es el nuevo hombre fuerte angoleño, fue ministro de Defensa, burócrata del partido, estudiante en la URSS como su antecesor, y se opuso a la pretensión de Dos Santos de traspasar sus cargos a uno de sus hijos o al presidente de Sonagol, la empresa petrolera del país africano, base de la fortuna del ya ex todo.

El general de División Ulises Rosales del Toro es quizá el cubano vivo que más conocimiento tenga de aquella guerra de ultramar que contribuyó al prestigio internacional de Cuba, al empobrecimiento de la Isla y que evidenció las diferencias tácticas y estratégicas entre soviéticos y cubanos en un teatro de operaciones remoto y complicado.

El hartazgo de Moscú con guerras postcoloniales, su Viet Nam en Afganistán, más su ruina económica y los devaneos de Dos Santos con USA y Europa crearon más de una tensión con Cuba, que eligió el sur de África como respuesta geopolítica a la Perestroika de Gorbachov, aunque ya la URSS llevaba años apostando por la coexistencia pacífica.

El gobierno cubano descuidó la defensa de la Isla, prescindió temporalmente de parte de sus mejores jefes militares y sacrificó a miles de soldados en nombre del Internacionalismo proletario, que nunca fue reversible, excepto en los casos de Viet Nam, Corea del Norte, Sudáfrica y Namibia.

Nelson Mandela y Sam Nujoma contribuyeron decisivamente a la paciencia cubana con Dos Santos, que con el fin de la Guerra Fría optó por inclinarse hacia una economía de mercado con control político y restablecer vínculos con Occidente, aunque no pudo acabar con la guerra civil hasta 2002.

Cuba llegó a “sembrar” a un oficial de su Inteligencia Militar en las profundidades de Namibia para controlar el movimiento de tropas sudafricanas, al que camufló como miembro de una tribu local y proveyó de una radio soterrada, desde la que transmitía puntualmente a su Puesto de Mando. Su testimonio sería valioso para la historia, más ahora que está ocupado en labores diplomáticas.

Cuando La Habana se hartó de los devaneos de Dos Santos con Occidente, lo amenazó con un golpe de Estado, que asustó al mandatario y cogió un avión para La Habana, donde le leyeron la cartilla sin desvelarle que Cuba respetaría sus veleidades y que buscaría un acuerdo global en el marco de Naciones Unidas que incluyese a Sudáfrica y Namibia.

Quizá la muerte prematura de Agostinho Neto privó a Cuba de sentirse más cómoda en aquellas tierras de candongas y tribus, donde La Habana apostó por Lucio Lara y el núcleo duro del MPLA, agradecidos por la Operación Carlota y por la contundente respuesta del hoy general (R) de Brigada, Rafael Moracén Limonta y el fallecido Levi Farah Balmaseda, a una sublevación militar.

Pero Lara es mulato y se necesitaba un negro, y acabaron eligiendo a Dos Santos, bendecido además por los soviéticos; que siempre fueron reticentes a la presencia cubana en África, donde en más de una ocasión incumplió con sus compromisos de aseguramiento de armamentos y logísticos a las tropas de la Isla, que soportó aquellos desplantes en silencio y creando mecanismos para alimentar, calzar, vestir y mantener en plena disposición combativa a su cuarto ejército.

El ego de Fidel Castro Ruz desempeñó un papel decisivo en ese empeño; mientras que Raúl y su Estado Mayor se consagraron a intentar hacer sostenibles aquellas expediciones, que han resultado carísimas humana y económicamente, sobre todo, la última fase, en medio del abandono soviético y la entrada de la Isla en una crisis económica y moral, de la que aún no se ha recuperado.

Tendrán que pasar años para poder evaluar serenamente los costes y beneficios del Internacionalismo Proletario porque hasta ahora los estudios se reducen a un libro del italiano Piero Gleijeses, profesor en Johns Hopkins University, redactado a cuatro manos con Jorge Risquet Valdés y unas Memorias angoleñas del general de Brigada Rafael del Pino, refugiado en USA desde 1987.

Cuba siempre es reacia a desclasificar información de sus andanzas, con la excepción de la Crisis de los Misiles (1962), a partir de una visita del ex secretario de Defensa norteamericano Robert MacNamara, que vivió aquellos días junto al asesinado J. F. Kennedy.

La literatura cubana ha alumbrado algunos textos en años recientes sobre la gesta africana, pero en ellos impera la ficción dolorida y el desgarro familiar que implicó aquella aventura, de la que apenas se ha contado nada, y cuando sus protagonistas han muerto, como Fidel Castro, Arnaldo Ochoa, Levi Farah y Jorge Risquet o siguen callados como Ulises Rosales, Cintra Frías, Espinosa Martín, Patricio La Guardia y Raúl Castro; entre otros.

De Angola ni el café, dijo una vez Fidel en uno de sus discursos, y aunque luego varios desertores han hablado de la participación de Cuba en el tráfico de armas y diamantes, la plusvalía debió ser escasa porque no llovió café en las cocinas cubanas o su apropiación fue muy privada, como suele ocurrir en el capitalismo.

Angola sigue siendo una herida abierta en Cuba, que perdió a más de 2.700 de sus hijos allí, según cifras oficiales, y porque provocó la ruptura del intento norteamericano-cubano por normalizar sus relaciones, cuando en 1975, recién derrotada en Viet Nam, la Casa Blanca condicionó una mejora de los vínculos bilaterales, a la salida de tropas cubanas de África, especialmente de Angola.

Fidel Castro no cedió y los obuses de 122 milímetros volaron sobre las cabezas de la FNLA y mercenarios blancos en el valle de Kifangondo, a las puertas de Luanda, cuando se aprestaban a celebrar la victoria sobre el MPLA, el 10 de noviembre de 1975.

¿Cómo habría sido Cuba con relaciones de diplomáticas con USA desde 1975? ¿Qué responsabilidad tienen Fidel y Raúl Castro, el Buró Político y la cúpula militar? ¿Cómo habría sido Angola sin ayuda cubana? ¿Qué habría pasado con Namibia y Sudáfrica?

El tiempo lo dirá.

Dos Santos acaba de convertirse en jarrón chino y se dispone a disfrutar de la inmensa fortuna que ha labrado durante sus 39 años en el poder y sobre la miseria de su pueblo y la pobreza y la sangre de muchos cubanos; mientras sus hijos, listos como el hambre, cabildeaban en cuanto negocio de seis cifras asomaba en Luanda.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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