Ya me lo habían advertido. “Eso es la guerra, como si estuvieras en Siria”, había oído decir a una reconocida actriz mientras nos preparábamos para salir hacia Guanabacoa y Regla, dos de los municipios más afectados por el tornado ocurrido en La Habana hace casi una semana.
“La gente está alterada porque el Estado no les ha resuelto sus necesidades más básicas. Ya ha ido restableciéndose la corriente eléctrica, pero no tiene qué comer y ponerse o con qué arreglar los derrumbes. Hay personas sin techo, durmiendo a la luz de la luna y por eso le caen encima a un carro cuando lo ven llegar con bultos.
“Se pone peligrosa la cosa, más si te coge la noche allí. Hay barrios donde los afectados se ‘han tirado’ para la calle porque ven que los días pasan y no cambia su precaria situación”, me comenta otra periodista que desde el pasado lunes ha ido diariamente como voluntaria a las áreas más dañadas por el fenómeno natural.
Uno de los estudiantes universitarios que ha ido varias veces a ayudar a los habitantes de Regla agrega que el presidente Miguel Díaz-Canel fue a visitar a la población allí y como mismo se bajó del carro tuvo que irse porque la gente le fue encima a gritarle horrores.
“Es que los quioscos que puso el Estado están ‘pelados’. Lo único que tenían ayer era refresco Coral caliente. Hay mucha desorganización porque las autoridades se pasean un ratico por los barrios más afectados y luego se pierden.
“El agua potable, la comida y los fósforos son de lo más demandado, sobre todo por las personas que tienen niños y que han tenido que hervir todo lo que tenían en sus refrigeradores para que no se les pudriera”, me aclaró el joven de 22 años.
Ya alertada sobre lo que podía encontrar, fui junto a otros, conocidos y desconocidos, a llevar agua, velas y bolsas de aseo, de comida (latas de leche, sardinas y atún; potes de yogurt, paquetes de galletas y espaguetis, pomos de aceite), de sábanas y toallas, de ropa para bebés, niños, jovencitos y adultos, de calzado, de juguetes y de medicamentos.
A pesar de que el gobierno de La Habana ha insistido en que las donaciones para los damnificados deben concentrarse en manos de instituciones estatales, no pocos donantes y víctimas siguen sin confiar en ellas.
En la práctica, tal como pude constatar yo misma, lo que más agradece la población son los productos que se ponen directamente en sus manos después de sortear disímiles obstáculos: desde los cables, escombros y troncos, que permanecen en el suelo, hasta los policías parados en cada esquina y la desesperación de los afectados.
Terminé en una de las comunidades más maltratadas de Guanabacoa. “Los albergues han recibido varias donaciones, pero aquí nadie ha dado ni una vela”, me explicó María, quien se comía las uñas al hablar y se desmayó del estrés y el hambre delante de mis ojos.
Allí ayudamos a alrededor de medio centenar de familias. Había unas cinco temblorosas embarazadas e igual cantidad de bebés, una decena de ancianos (dos de ellos postrados en una cama, sin tener más que cielo sobre sus cabezas) y muchos otros niños, adolescentes y adultos.
Después de recorrer las casas derrumbadas parcialmente, donde en el mejor de los casos quedaba algo más que una cama y un colchón sucio, montamos un pequeño puesto en el que repartimos lo que habíamos recogido.
“¿De qué delegación son ustedes?”, me preguntaron. “¿De qué país son?, insistieron. Yo, con un nudo en la garganta, me limité a decir: “Somos de Cuba, somos cubanos igual que ustedes”. “Gracias, muchas gracias, que Dios les dé mucha salud”, nos deseó una señora que llevaba el carnet que la identifica como asistenciada social.
“La parte más difícil es decidir a quién darle y a quién, no. Es duro, pero hemos tenido que hacerlo. Hemos priorizado a los que se quedaron solo con las paredes, a los discapacitados, a las embarazadas, a niños sin comida, agua o culeros, sin tener ni dónde dormir. Por mucho que hemos traído no dimos abasto”, indicó una de las voluntarias del grupo al concluir la jornada.
De acuerdo con otra de las mujeres que presta su ayuda de manera desinteresada en Diez de Octubre, “hemos recolectado mucho a través de Facebook, Whatsapp y otras redes que han permitido que nos unamos para ayudar. Terminamos súper cansadas, pero felices de haber compartido esta solidaria experiencia con totales desconocidos como si fuéramos amigos de toda la vida.
“Hay que seguir cogiendo fuerzas porque el apoyo hará falta por buen rato. Los mismos funcionarios de los gobiernos locales nos han dicho que la gente está esperando que el Estado cargue con toda la reparación, pero que tienen que ir arreglando su casa y recuperándose como pueda. Con mucha paciencia y esperanza debemos seguir llegando a los rincones donde están los desamparados”, plantea la graduada de Ciencias de la Información, de 31 años.
En palabras de la dueña de uno de los restaurantes más famosos de La Habana, “a muchos les cuesta entender que el mismo pueblo sea quien más les esté dando a los necesitados. Mucha gente de Miami ha mandado dinero y medicinas y ha venido para ayudar aquí, por tal de que no enviar nada a través del Estado.
“La Fábrica de Arte Cubano, por ejemplo, está repleta de cosas; se ha convertido en un almacén gigante para recibir ayuda. Y los cuentapropistas somos de los que más aportamos, sobre todo por la comida ya elaborada que repartimos”, destaca la trabajadora privada.
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