“Saqué un plan familiar, la incluí a ella en la línea y le compré su teléfono. Pinté mi patio, compré plantas, le puse un cuarto bonito. La veía sentada a mi lado en mi carro. Y de repente me truncaron mi alegría”.
Así se lee en un fragmento de una de las notas con que Marianela Rodríguez ha intentado desde el martes 25 de junio mitigar la desesperación.
Cuatro años de espera, de angustia interrumpida por los puñados de días en que ha podido volar a Cuba, y con los que ha estado camuflando a duras penas la separación de su hija. Su hija Jenny. La niña del hogar que también fue niña para el Departamento de Inmigración y Ciudadanía de los Estados Unidos, de manera formal hasta ese martes fatídico, ocho días atrás.
“A solicitud de la Embajada de los Estados Unidos en Guyana, le notificamos que a partir de la revisión del caso de la solicitante de visa Jenny Bárbara Álvarez Rodríguez, debido a que ya ha sobrepasado los 21 años de edad, ya no califica bajo la categoría de visa para la cual fue inicialmente reclamada (F2A)”.
En ese primer párrafo del correo electrónico que recibió Marianela, su peor pesadilla se volvía realidad. El martirio que intentó alejar de su mente todos estos años de trámite congelado entre los Estados Unidos y Cuba acababa de cobrar vida: a efectos migratorios su hija comenzó el proceso como niña, pero cuatro años de espera después, se hizo mujer.
“Ella posee una cita programada para el 22 de Julio de 2019 para procesarse para una categoría de visa para la cual ya no es elegible, por lo tanto NO DEBE PRESENTARSE A SU ENTREVISTA PROGRAMADA”. Las mayúsculas son oficiales. Quien redactó la notificación quería asegurarse de ahorrarles, al menos, el viaje hasta Georgetown.
CUATRO AÑOS Y MILES DE DÓLARES A LA BASURA
“Un ahorro que no lo es”, nos dice Maríanela, “porque ya esos pasajes están comprados. ¿O cuándo esperan estos funcionarios que uno arme un plan de viaje con tantas implicaciones”? Vuelo de ida y vuelta Habana-Georgetown para su hija, vuelo de ida y vuelta Miami-Georgetown para ella. Costo total: $1.600.
Para hospedarse en Georgetown, los cubanos deben destinar como mínimo 300 dólares adicionales, pero por ese precio, a razón de $20 diarios, solo aparecen hostales en condiciones paupérrimas. El tiempo de permanencia, en caso de aprobación del caso y con fecha de recogida de visa a la vista, es de 15 días. Si las familias quieren dormir en un hostal decente, sin lujo alguno, pero al menos con higiene y servicios mínimos, la tarifa asciende a $40 por día. Alrededor de 600 dólares para alojamiento.
El mensaje de la embajada estadounidense volvía humo cuatro años de espera y algunos miles de dólares ahorrados a puro pulmón en Miami.
“Su nueva categoría es F2B (Hija mayor de 21 años de un Residente Legal Permanente) cuya fecha de procesamiento actual es 1-septiembre-2013. La fecha de prioridad de su caso es 28-diciembre-2015.” Como remate, el tiro de gracia: “Debe esperar la disponibilidad de números para esta nueva categoría. Lamentamos este escenario.”
Al otro lado del Estrecho de la Florida, Jenny desconocía la noticia y husmeaba el grupo de Facebook 'Cubanos Unidos por la Reunificación Familiar' en busca de noticias alentadoras. Esta comunidad virtual reúne a 31 mil miembros que encuentran en ese espacio cerrado un ecosistema imprescindible para sus vidas actuales. Lo mismo para curarse las heridas unos a otros, que para darse consejos sobre trámites y compartir las noticias de interés migratorio.
También para festejar a quienes les aprueban sus trámites. Las fotos de hermanos, hijos, madres recién llegadas a Estados Unidos luego de esperas insufribles, dan cuenta del alcance de una crisis ausente de los discursos de políticos cubanoamericanos, y ausente del debate intenso local. En la Ciudad del Sol se debate hoy más sobre reguetón e intercambio cultural, que sobre el enloquecido panorama migratorio que tienen las familias cubanas frente a sí.
Mientras Marianela agonizaba de dolor y frustración, sin poder confesarle a su hija aún la terrible noticia, Jenny le enviaba una captura de pantalla donde alguien festejaba la aprobación de visa para un familiar.
“Me muero”, nos escribió Marianela a CiberCuba mientras esto sucedía y preparábamos esta crónica.
VISA BAJO FUEGO CRUZADO Y ATAQUES ACÚSTICOS
El 28 de diciembre de 2015 se había iniciado el proceso de reclamación: “Mi hija tenía 19 años entonces, calificaba perfectamente para una visa F2A (Hija menor de 21 años de un Residente Legal Permanente)”.
En ese momento el escenario no podía ser más alentador: la presidencia de Barack Obama había hecho las paces momentáneas con la nomenclatura cubana, el flujo de turismo, negocios y supuestas nuevas oportunidades pintaban un panorama florido. También la apertura de una embajada en La Habana que por fin ya no era Sección de Intereses, y en consecuencia tendría más personal.
Poco menos de un año después, en octubre de 2016, Marianela incluyó a su hija en el Programa Parole de Reunificación Familiar luego de recibir un documento de USCIS enviado a su dirección en Miami, que le aseguraba que en 6 meses como promedio podría tener a su hija con ella.
Pagó los $575 de la aplicación I-131 que exige el trámite, intentó controlar la euforia: 6 meses, decía la carta.
Los días podían contarse uno a uno.
Pero un año después debió dar marcha atrás y volver a tramitar a su hija como peticionaria de visa F2A. ¿La razón? El nuevo escenario bilateral entre las dos orillas. La primavera había sido engañosa y breve.
Luego de derogado el decreto que permitía la política 'Pies Secos, Pies Mojados', Estados Unidos dejaba casi vacía su embajada en La Habana, retiraba dos terceras partes de sus diplomáticos, cerraba la oficina de USCIS en la capital cubana, y congelaba la tramitación del Programa Parole de Reunificación Familiar Cubano.
La "embajada de emergencia" para los cubanos no sabía siquiera en qué parte del mapa se situaría. Fue Colombia, luego México, hasta desembocar en Guayana.
“Debí volver a cursar el camino de la visa como menor de edad”, nos dice una Marianela abatida porque hoy sabe que todo, también ese intento por esquivar la catástrofe migratoria que se avecinaba entre las dos orillas, fue por gusto.
EL TERRIBLE "VOLVER A EMPEZAR"
La angustia parecía llegar a su fin el 6 de junio de este año. La embajada estadounidense en Guyana le notificaba su cita de entrevista en Georgetown, Guyana, para el próximo 22 de Julio.
“Ahí me volví loca. Mi hija en Cuba lloraba de felicidad. Para resumirte, hasta me mudé a una renta más amplia con mi esposo, padre de la niña, para que tuviéramos mejores condiciones para ella”.
Como en los versos amargos de Joaquín Sabina, suele ser pequeña la luz de los faros de quien sueña con la libertad.
“Yo comencé a escuchar rumores”, prosigue Marianela. “Comencé a saber la desesperación de varias personas que recién se enteraban de que no iba a haber consideraciones por la edad, aun cuando este cambio de status no fuera por culpa de nosotros. Supe de un padre, por ejemplo, a quien lo hicieron ir a Guyana desde Miami, y a su hijo viajar desde La Habana, para negarles allí mismo la entrevista y cancelarles la aplicación porque el niño había cumplido ya la mayoría de edad”.
Marianela entró en pánico:
“Le escribí a la embajada estadounidense en Guyana pidiendo que por favor no me fuera a ocurrir lo mismo, que mi hija había cumplido los 22 años pero que yo la reclamé cuando tenía 19, que la crisis diplomática entre Estados Unidos y Cuba no debía castigarnos a nosotros, que entendieran por favor que todos estos años de retraso no habían llegado por faltas nuestras”.
Todo en vano.
El email del 25 de junio destrozó en tres ligeros párrafos las esperanzas de una familia que hoy intenta encontrar aplomo para regresar a los formularios, la burocracia monstruosa, con algo de impulso y positividad.
La prioridad para iniciar su nueva reclamación, ahora a una hija mayor de 21 años, tiene fecha 28 de diciembre de 2015. Los cálculos le hacen entender a Marianela en Miami y a su hija Jenny en Cuba, que si un milagro no sucede de pronto, seguirán separadas por algunos, demasiados años más.
“No es justo”, nos dice una madre a quien debimos inyectarle fuerzas para conceder esta entrevista. Marianela nos cuenta toda la historia pero duda incluso de su coherencia.
"No es justo que nosotros que no alentamos a nuestros hijos a venir de manera ilegal, que hemos sido disciplinados con las leyes de este país, que no exigimos nada y damos gracias por todo, nos veamos afectados tan horriblemente por un incidente (los daños a diplomáticos estadounidenses en La Habana) que en todo caso cometió el Gobierno, no la familia cubana”.
Al otro lado del Golfo de México, en una Habana de mayores carencias, consignas y desesperanzas cada vez, Jenny teclea un texto que CiberCuba también sacará a la luz, y que resume la amargura de la separación de manera escalofriante: “Recuerdo haber sentido esta sensación solo cuando en 2011 me confirmaron que mi mamá tenía cáncer”.
El cáncer, como metáfora de un espanto mudo. Nunca arribar a la adultez tuvo un costo tan tremendo para quien no es culpable de nada.
EPÍLOGO (QUE NO LO ES)
La serie de reportajes y entrevistas que iniciamos hoy sobre estos casos, y donde intentamos sumar voces de abogados de inmigración, políticos y activistas por los derechos de inmigrantes, pretende exhibir los casos más desoladores y desconcertantes de esta crisis migratoria entre Estados Unidos y Cuba: los de quienes, a pesar de haber cumplido a pie juntillas con todo lo que la ley y el sistema estadounidense establecen, ven cada día más lejos la recompensa que América siempre promete a sus hijos más honrados.
La felicidad. La libertad.
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