Aunque el gobierno lo siga negando, la crisis por el desplome de Venezuela es una realidad que cerca a Cuba por su esquema de dependencia externa, por el bajo crecimiento de su economía a la que insiste en sanar con cuidados populistas como el topado de precios en el ámbito privado, cuando la gravedad requiere opciones quirúrgicas.
La decisión de topar los precios en establecimientos privados obedece a la lógica intervencionista del castrismo en la economía, cuyos resultados están a la vista de todos, sin necesidad alguna de adjetivarlo.
Podría entenderse que el Estado socorra a las personas de menores ingresos y en situación de desventaja proporcional con respecto a otras rentas del trabajo y la riqueza, como ocurre en muchos países del mundo -aunque la mayoría de los cubanos lo ignoren-, pero para eso ya está la Libreta de Racionamiento, vigente desde hace 57 años y que no ha podido ser eliminada.
Toda decisión gubernamental en cualquier punto del orbe es política y el gobierno cubano sigue dando muestras de su desacierto a la hora de encarar la crisis económica y financiera estructurales que padece la isla tratando de parchear las numerosas vías de agua que agujerean el barco que parece capitaneado por un émulo del Titanic.
En los últimos tiempos, dinosaurios, guardianes de las esencias patrias en medios de comunicación y analistas gusañeros de dentro y de fuera coinciden en alertar y/o comentar lo que llaman diferencias de clases que han surgido en el seno de la sociedad cubana, como elemento negativo.
El socialismo no es igualitario y es precisamente ese sector de vanguardia socioeconómica que representa el pequeño y asediado sector privado quien puede generar parte de los recursos que el Estado necesita para paliar las estrecheces de la mayoría de los cubanos, que seguirán descontentos porque sus vidas han estado salpicada de pobreza, consignas y medallas.
Lógicamente, al topar el precio de las cervezas, que como todos sabemos es un artículo de primera necesidad en la estrategia represiva tardocastrista, el gobierno intenta que el verano sea menos caliente y que muchos cubanos puedan tomarse una cerveza a 30 pesos la botella o lata de unas determinadas marcas.
Algunos muñequitos de La Habana siguen siendo más finos que el Coral que atesoran los mares de la plataforma insular cubana, pero pretenden desconocer que las reglas del juego cambiaron desde que el Buró Político del Partido Comunista decidió desentenderse de la suerte de la gente tras el derrumbe soviético, abriendo las puertas a la emigración despolitizada, dolarizando la economía y tolerando válvulas de escape como la prostitución masculina y femenina, las mulas pacotilleras y los timbiriches.
La mayoría de los cubanos, incluidos militantes del partido comunista y combatientes de la revolución, saben que para acceder a alimentos, útiles escolares, ropas y calzado, y hasta recibir atención médica deben estar multiplicando y dividiendo sus ingresos salariales y pensiones, incluso, los afortunados con remesas en magua dura de familiares explotados por el inhumano capitalismo.
Intervenir para regular precios en productos y servicios de primera necesidad solo genera más pobreza y desencanto porque ya los pequeños y medianos empresarios cubanos saben que ante el absurdo gubernamental la salida más rentable es cerrar el negocio o aparcar los almendrones, a la espera de que cambien la orientación.
Resulta contraproducente que el gobierno cubano, ante la ecuación Caracas-Washington, en vez de abrir y liberalizar, siga acotando el lógico dinamismo de los sectores más vanguardistas de la sociedad cubana con medidas absurdas que solo delatan su miedo a desórdenes públicos por una escasez real o artificial de cervezas.
Ahora que el Ministerio de Salud Pública intenta aleccionar a los cubanos publicando en policlínicos y hospitales el coste real de los servicios médicos, sería saludable conocer si sus expertos han calculado el gasto que representa para las arcas públicas los enfermos de alcoholismo y otros drogodependientes.
El alcohol y el tabaco debían ser gravados con impuestos especiales para que su precio sea disuasivo, especialmente para jóvenes y adolescentes, pero –extrañamente- un gobierno que se autoproclama potencia médica topa el precio de algunas bebidas alcohólicas, como si pretendiera estimular su consumo. ¡Que contradictorios se han puesto los jodedores!
La riqueza es lo único que se puede redistribuir; la pobreza aún repartiendo menos toca a más siempre y eso lo saben los responsables de La Habana que siguen con su duda hamletiana, pese a que los cubanos saben desde chiquiticos que más vale ser y no aparentar que aparentar y no ser.
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