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Antes del domingo, yo difícilmente habría votado por Bernie Sanders para presidente de los Estados Unidos. Demasiado viejo, demasiado terco, y demasiado a la izquierda, aun dentro de la propia izquierda.
Después del domingo, cuando “60 Minutes” lanzó su entrevista con Anderson Cooper, yo no votaría por Sanders por una cuarta razón casi más disuasoria, en lo que a mí respecta, que las tres anteriores: demasiado tonto.
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Echar mano de un recurso tan infantil como “nada es enteramente malo” para analizar un proceso como la Revolución Cubana y sus consecuencias, equivale a mostrarme a camisa quitada las carencias del viejo Sanders. Y no, bajo ningún concepto es la alternativa que me ilusionaría como alternativa a Donald Trump.
¿Es injusto decir que todo está mal en Cuba? A ver cómo te explico mi ligero Bernie: no existe cosa alguna enteramente mala o enteramente buena. Al menos no en el reino de este mundo. Hasta la sabiduría oriental tiene una construcción filosófica llamada yin-yang que va de esto, senador.
Si la cosa va de rigor exquisito, hasta de los monstruos más despreciables podría decirse algo bueno. No sé si el senador de Vermont entiende eso. Que Joseph Fouché, el “ametrallador de Lyon”, era un padre y esposo abnegado; que Jeffrey Dahmer, el caníbal de Milwaukee, fue un hijo noble y un amigo solícito de las vecinas negras que le rodeaban en el mismo vecindario donde descuartizó y profanó a sus víctimas.
La dictadura de Trujillo pagó la deuda externa de República Dominicana. Durante el apartheid Sudáfrica desarrolló una economía robusta que le permitió, por ejemplo, tener menores índices de desempleo entre la población negra del país, que en la actualidad.
Sospecho que Bernie otorga a todos estos, al caníbal del Milwaukee y al racismo sudafricano, igual equidad en su valoración sobre ellos, y nos recuerda que Jeffrey no hizo todo mal en su vida, y que el apartheid tampoco fue unánimemente malo.
¡Vaya ligereza, senador!
Dicho esto, y como yo ansío no ser tan tonto como el viejo Bernie (aunque no siempre lo logro), me gustaría señalar la sustancia detrás de la aparente perogrullada.
No, el socialista Bernie Sanders no es un idiota confeso. Es un fanático del igualitarismo que, como es regla de oro para cualquier fanático, antepone el fin a los medios. Aunque esos medios impliquen centenares de fusilamientos, autoritarismo perpetuo, destierro y calamidad.
Cuando Bernie Sanders extrae de la historia cubana la Campaña de Alfabetización y la presenta como una empresa digna de elogio, comete a partes iguales los pecados de la estupidez y la amoralidad.
Estupidez, porque demuestra cuán superficial es su conocimiento de lo que ocurrió en Cuba en el mismo momento en que se alfabetizaba a campesinos y obreros. Que alguien se lo cuente, por favor: en 1961, el año de su admirada Campaña Nacional de Alfabetización, se fusiló a un ritmo y nivel tan grotesco que la prensa estadounidense comenzó a llamar baño de sangre a lo que ocurría en La Cabaña.
Sin ir más lejos, en la noche del 18 de abril de 1961 ocho prisioneros del castrismo fueron fusilados uno detrás de otro. Pero Bernie prefiere resaltar lo que ocurría con las lámparas chinas de Conrado Benítez, y no con los fusiles del Che Guevara. Quizás para él estén a un mismo nivel mora, se compensen. Para la humanidad con escrúpulos, no.
Por eso la amoralidad. Porque Bernie Sanders dice condenar el autoritarismo castrista, pero pone peros. Y esos peros suelen ser intragables. Inadmisibles. Dice que condena cualquier forma de dictadura, pero tiene que reconocer los méritos de la salud cubana.
Y ese “pero” deja escapar la amoralidad de un sujeto obsesionado con la fórmula socialista, tanto que ni siquiera la naturaleza sangrienta y represiva de un sistema como el implantado por Fidel Castro le impide desconocer que, oh maravilla, a pesar de todo se enseñó a leer a las masas. Aunque fuera para leer lo que el bienhechor Estado determinara luego que era útil leer.
En su insistencia con respaldar la bondad castrista, aun cuando repite que no apoya los métodos autoritarios, el hombre que lidera hoy las primarias demócratas hace una declaración de prioridades muy preocupante: es posible ubicar en un mismo discurso las atrocidades de un sistema y sus ligeras bondades. No me extrañaría ver al senador referirse a Jeffrey Dahmer como “caníbal y buen vecino”.
Los cubanos hemos pagado un precio que el senador Sanders desconoce por esa educación y salud falsamente gratuitas. Sanders aplaude que un médico no pague por estudiar, pero de lo que gana luego La Habana esclavizando a ese médico de por vida, dentro y fuera de Cuba, prefiere no abundar. Mejor nadar en la superficie, donde la demagogia suena más bonita aunque sea más mentirosa.
Quienes hemos conocido el trucaje detrás de la nobleza estatal hemos huido al país cuyo sistema el senador Sanders quiere retocar, y no precisamente para mejor. Para parecerse al de allá. El que conocemos en la praxis, aunque él lo conozca en probeta.
No existe maldad absoluta y uniforme, Bernie. Es una entelequia. Tampoco la bondad impoluta. Pero si “the truth is the truth” (como dijo este martes a Chris Cuomo, preguntado nuevamente por su respuesta sobre la Revolución Cubana) sus votantes deben saber la verdad detrás de una educación que nos obligó a repetir Socialismo o Muerte, sin más opciones. Aunque para usted la elección entre esas dos opciones sea pan comido.
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