Sacaron a Raúl Castro de su semiretiro dorado, para ponerlo en una reunión de análisis sobre la situación en el país, en la que, según dice Granma, se pasó revista al plan para la prevención y control del nuevo coronavirus.
Y, también para hacerle una instantánea, con mascarilla incluida, y dejar claro, una vez más, quién manda en el país. Y Díaz-Canel, a obedecer.
Algo debe ir muy mal para que ocurran estas cosas en Cuba.
Dejando de lado las cuestiones de imagen y propaganda, que el régimen cubano sabe y puede gestionar con el control absoluto que tiene sobre todos los medios de comunicación y la inexistencia de prensa libre como en otros países del mundo, debe existir una interpretación alternativa para todo esto. Y posiblemente sea más certera.
La salida a escena de Raúl Castro significa que, en estos momentos, el COVID-19 es una preocupación de máximo nivel para las autoridades, que ciertamente tienen dudas sobre si lo que están haciendo es lo correcto. Y en vez de mirar al futuro con perspectiva y estrategia, y dar el giro de 180 grados que necesita el país, la economía y la sociedad para no sucumbir, la clase política más reaccionaria del planeta hace justo lo contrario.
La dictadura comunista promueve una presencia política del más alto nivel del régimen, sacando a Raúl Castro de su semi retiro y, además, con ello hacen lo único que siempre han hecho. Trasmitir a la población un mensaje claro y fácil de entender: ¡Cuidado!
De lo que no cabe la menor duda es que, a falta de información veraz, lo que se trató en esta reunión debió ser mucho más importante que pasar revista al plan para la prevención y control del COVID19 o, como dice Granma, realizar una evaluación de “las afectaciones al desempeño de la economía nacional generadas por la pandemia de la COVID-19 y las medidas para mitigar sus efectos en la población cubana”.
Insisto, sacar a Raúl Castro de la semijubilación tiene que haber supuesto mucho más, y ojalá algún día se pudiera tener acceso con luz y taquígrafo a estas reuniones de la cúpula del partido comunista que dirige la nación y amarga la vida de los cubanos.
Haciendo un poco de “ciencia ficción” de lo ocurrido en la reunión, es casi seguro que Díaz-Canel, Machado Ventura y otros miembros del Buró Político explicaron al anciano general que la economía está asfixiada, que no hay recursos para comprar nada, y que el endeudamiento exige cumplir con plazos de pago, que no se van a poder atender.
Que el default está a la vista, y es el peor escenario posible en momentos como los actuales, en los que no se sabe cuál va a ser el impacto final de la pandemia sobre la economía cubana
Raúl Castro debió escuchar, por enésima vez, que la agricultura no produce suficiente para alimentar el país y que ahora peor, porque sin gasolina los transportes han sido detenidos, salvo para casos excepcionales.
Que la industria y construcción están paralizadas, y que el cierre y confinamiento de la población ha congelado la economía, ya de por sí bastante incapaz de cumplir sus funciones.
Que los planes de este año han saltado por los aires, y que nadie sabe bien qué hacer.
Que millones de trabajadores del estado han sido enviados a sus casas cobrando el 100% del salario, lo que incrementará el déficit en un 100%, pero que se ha abandonado a su suerte a los trabajadores por cuenta propia, y que, a algunos inversores extranjeros, sobre todo de hostelería, no les salen las cuentas.
Y para colmo de males, que los turistas no vendrán en largo tiempo, que las remesas de los “gusanos” han desaparecido, que nadie compra en las tiendas en divisas, que no se cobran puntualmente los servicios profesionales de los médicos, porque los países a los que han sido enviados, tienen los mismos problemas financieros con la pandemia.
Raúl Castro debió sobresaltarse ante esta relación de problemas que seguramente, quedó muy por debajo de la realidad.
La pregunta fue la misma, la que se viene haciendo el militar viejo, desde 2006. ¿En qué nos hemos equivocado? Una pregunta que se quedó en silencio, porque nadie tiene la respuesta, y si la tiene, no quiere darla a conocer por miedo.
Raúl Castro apareció con mascarilla, pero su gesto dice mucho más que sus palabras, y no hace falta ser un experto en comunicación no verbal para constatar que se encuentra molesto y se le ve crispado, lanzando alguna reprimenda, o vaya usted a saber qué.
Todas estas cosas indican que, en este momento, nadie en Cuba está pensando en las afectaciones al desempeño de la economía nacional, generadas por la pandemia de la COVID-19 y el tipo de medidas para mitigar sus efectos. Y la forma de reaccionar a la crisis sanitaria lo confirma.
Esa reacción inicial de falsa guapería y solidaridad, aceptando a los viajeros de un crucero enfermos y trasladándolos en medio de una operación de imagen a sus países, ha quedado para la posteridad como una gran imprudencia política, en un momento en que la prioridad debía ser el confinamiento, como en otros países.
Además, la influencia de Raúl Castro, la vieja guardia, sobre los actuales dirigentes está más que acreditada. Un buen ejemplo nos ayuda a entender esta cuestión. Esa misma tarde, Díaz-Canel, en otra reunión se dedicaba a comparar la lucha actual contra el COVID-19 con el aniversario de la victoria de playa Girón, que calificó como “primera gran derrota del imperialismo en América”.
Sucesos que nada tienen que ver entre sí y que solo pueden ser comparados utilizando un imaginario colectivo que tropieza de bruces con la realidad. Aquellos hechos, ocurridos hace 59 años, ni siquiera son conocidos por muchos cubanos de las nuevas generaciones.
Queda para la posteridad lo ocurrido en la reunión del viernes: Raúl Castro dixit y Díaz Canel acató: “obediencia, responsabilidad y unidad”. La misma receta de siempre. Suena a disco rayado.
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