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Si algún mérito hay que reconocerle a los comunistas cubanos es su capacidad infinita para inventar, habilitar y poner en marcha mecanismos de control, represión y racionamiento. Lo hemos podido comprobar este fin de semana tras el anuncio en Holguín y Cabaiguán de la creación de grupos de anticoleros, con el propósito de abrir fuego a los acaparadores de ambos territorios.
Que no nos engañen. Esto no es nuevo. Están resucitando a las Brigadas de Respuesta Rápida porque la cosa está fea y hay que sacar a la calle la infantería pesada, no vaya a ser que en cualquier cola prenda la mecha que haga estallar el polvorín. Cubanos contra cubanos. De eso se trata: vigila, amenaza, divide y vencerás.
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Podemos imaginarnos, porque hasta ahí llegamos, los métodos que utilizarán estas brigadas de anticoleros para poner a la molotera de gente necesitada de uno en fondo a la hora de comprar jabón, perritos, aceite o champú. Solo hay que pasar revista a sus integrantes: agentes de la Policía Nacional Revolucionaria, militares de las Fuerzas Armadas, cuadros del Partido Comunista, miembros de la Central de Trabajadores de Cuba, de los CDR, de la Federación de Mujeres Cubanas y vaya usted a saber quién más se cuela en el potaje. El que se mueva en la cola se coge la foto para él solito.
En Holguín les han dado un cursillo intensivo y los han graduado con bandera cubana y arenga incluidas. Dicen que van a proteger a la población. Mienten. Si de verdad quisieran protegerla, se irían todos a sembrar boniato al campo, porque habrían comprendido que la escasez en Cuba no se va a acabar repartiendo palos y actas de advertencia. Se acaba produciendo.
¿De quiénes estamos hablando cuando nos referimos a coleros y revendedores? Hablamos de gente con dotes para la venta y la reventa, que lleva toda su vida haciendo el máster cubano en colas y desabastecimiento. Gente con olfato (e información) para invertir su dinero en 10 tubos de pasta de dientes y coger un camión, un burro o lo que sea para llevarlos a donde la tatagua perdió las alas y vendérselos a otra gente que no tiene ni tiendas ni tiempo, y no quiere o no puede guardar fila durante horas.
Hablamos de gente que vive de revender lo que compra a las paladares y cafeterías, que siguen afrontando la incapacidad del gobierno de la isla para habilitar mercados mayoristas que respondan a las necesidades de los negocios por cuenta propia.
Son también inversores que se aprovechan de la desgracia ajena. La versión pobre de un bróker o un fondo buitre. Es gente que no tiene otra forma de vida y que lo único que sabe hacer es marcar y volver a marcar en una cola para vender productos al doble o al triple de su valor. Incluso más. Son la obra maestra del comunismo.
Y no lo digo yo. Salgan de Cuba hacia un país civilizado y busquen a un colero. No existen. Porque el problema no va de controlar la cola sino de producir, de abastecer, de que la oferta esté por encima de la demanda.
Pero no se confundan. Esto no va de colas ni de reventas. Va de tomarle el pulso a la calle, de soltar a los perros, de encerrar al primero que monte un conato de revuelta. Esto es la guerra de todo el pueblo. Nunca mejor dicho: es el enfrentamiento de los de abajo contra los de abajo.
No hay que ser un lince para hacerse una idea más o menos clara de lo que va a pasar en Holguín y Cabaiguán. ¿Se acuerdan de los militantes comunistas que llevaron a La Habana a controlar los Cupet durante los años de la "batalla de ideas"? ¿Se acuerdan de los trabajadores sociales? ¿Cuántos quedan hoy en su sitio? Pues eso.
Tengo que admitir que me sorprende que haya gente a estas alturas que pasa un curso de formación para hacer una cola en Cuba. Borrachos de ilusión se han hecho una foto para dejar constancia de su entrada triunfal en la historia de las colas de la 'revolución cubana'. Son el relevo de los 'Amarillos' del Período Especial, de los tira huevos de los 80, de los montadores de mítines relámpagos, de las Brigadas de Respuesta Rápida. Los represores de nuestra cárcel.
Vamos a sentarnos a esperar cuántos duran un año en el puesto. Es lo que tiene la corrupción. Es una enfermedad que se transmite más rápido que el coronavirus porque basta con el contacto visual.
Nos queda por delante un agosto duro en la isla. Ellos lo saben. Pero, sobre todo, saben que lo peor está aún por llegar. Por eso quieren a su gente en la calle. Movilizados y con el palo en la mano. Esto lo hemos vivido antes. Ya no engañan a nadie. Señoras, señores, diversos y diversas: vuelven las Brigadas de Respuesta Rápida. Apaga y vámonos.
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