El problema de las colas en Cuba es la escasez y no los coleros y acaparadores, que intentan sobrevivir al caos que existe en la isla desde hace seis décadas a causa de un estricto control gubernamental y la ausencia de libertades individuales.
Un colero no es más que el resultado de esa carencia de alimentos, aseo y hasta de buenos modales que existe en las tiendas en dólares, un invento de los años 90 donde los cubanos que tenían divisas podían comprar aquello que el estado no puede garantizar para todos.
Como la historia es cíclica, casi tres décadas después vuelven a presentarnos la fórmula pero actualizada, como si se tratara de un antivirus o la última versión de un sistema operativo informático.
El gobierno de Cuba pretende jugar con la inteligencia del pueblo y, cuando quiere, saca su arsenal de cámaras y micrófonos para que la población exprese su sentir y tenga un minuto de fama repudiando lo que el oficialismo necesita que sea repudiado, tal como lo describiera Orwell en su novela 1984, cuando el pueblo le gritaba sus más profundas frustraciones a una pantalla.
Lo que nunca dirán los periodistas asalariados del Partido Comunista de Cuba es que esos ciudadanos son estrictamente seleccionados por un funcionario que incluso puede llegar a indicar lo que tienen que decir cuando el reportero pregunte.
Sin dudas un circo mediático que pretende lavar la cara de los verdaderos culpables de que en Cuba solo tengas derecho a comprar un paquete de pollo.
Los coleros son el nuevo blanco del oficialismo, y desde los medios de prensa que controla el comité central se manipula la opinión pública con mensajes que pueden ser discriminatorios, creándose la falsa imagen de personas vulgares y extravagantes al frente de un grupo que trafica con la necesidad individual de comprar algo en algún lugar.
Sin embargo, a la prensa cubana oficialista, esa que existe solo porque responde a los intereses de los verdaderos dueños de la isla no tiene permiso para mencionar en sus retóricas cansinas y a veces alucinógenas que si hoy no hay nada que comprar y para llevarte a casa debes estar horas bajo lluvia, sol y sereno es porque el sistema económico de los Castro así lo ha provocado.
En ningún país democrático del mundo el estado controla lo que se vende en los supermercados, esas son tareas que pueden desarrollar personas naturales con su propio capital y por más que Díaz-Canel repita que solo el socialismo es capaz de garantizar justicia social, la realidad es que por muy pocos ingresos que recibas, en el capitalismo moderno nadie se queda totalmente desamparado.
La miseria y la necesidad, como dos hermanas que se resisten a morir, habitan hoy en la casa de cientos de cubanos, pero no en la de los cuadros que parecen círculos y aquellos que les rodean y disfrutan de las mieles del poder, esas mismas mieles que sirve de recompensa al compadreo castrista a cambio de sumisión y lealtad.
Cada vez que un dirigente cubano se para en una tribuna a rasgarse las ropas y acusar al embargo norteamericano de los problemas económicos que tiene hoy el país lo hace sabiendo que sus palabras son tan vacías como el eco en un pozo ciego.
El embargo impide al gobierno comerciar en el mercado internacional con todo aquello que fue expropiado por Fidel Castro en los últimos 60 años en nombre del pueblo que decía representar, pero no se lo impide al ciudadano que produce café en la Sierra Maestra o ajo en Camajuaní.
A ese humilde hombre quien lo bloquea es la cúpula militar y porque ser rico en Cuba es un privilegio reservado solo para quienes tengan estrellas y laureles en sus charreteras y uniformes verde oliva.
Así que digamos sin miedo los nombres y apellidos de los verdaderos culpables de que hoy sea más fácil comer en el noticiero de la televisión que poner un arroz a la cubana sobre la mesa, solo porque unos pocos han decido aferrarse al poder en nombre de una mayoría oprimida.
Como la reacción popular contra los coleros no fue la esperada por el gobierno porque la mayoría de los ciudadanos ya distinguen entre víctimas y victimario; han dado una vuelta de tuerca a su patrón represivo con la formación de brigadas para que unos cubanos repriman a otros igual de empobrecidos que ellos, y así intentan esquivar la condena en ONU, Unión Europea y otros organismos internacionales vigilantes del respeto a los Derechos Humanos.
Un cubano medio pasa muchas horas haciendo colas y la escena de aglomeraciones de pobres frente a tiendas en MLC y farmacias desabastecidas forma parte del inventario gráfico de la revolución cubana.
Los coleros son también hijos de la revolución y, como hizo Saturno con sus descendientes, es el momento de devorarlos, dejarlos sin cabeza porque demuestran que en Cuba no acaba de solucionarse el problema, por más que Granma, Juventud Rebelde y el noticiero de televisión llenen sus espacios de sobrecumplimientos que vuelan más alto que el globo de Matías Pérez.
Ya los cubanos saben que revolución, entre otras cosas, es vivir de cola en cola.
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