Existe una especie de inercia en la vida del cubano que resulta difícil de situar dentro de una moral o esquema, de un patrón de conducta.
Es esa dificultad casi imborrable, de inevitable liquidación, que padecen después de haberse liberado de una tiranía y, que radica esencialmente en la imposibilidad también casi absoluta de eliminar una especie de costumbre: la del seguimiento instintivo de un poderoso trauma dirigido al derrumbamiento del pensamiento. Aquí, subrayo, me refiero exclusivamente al hecho de pensar.
Generalmente, una vez que el cubano libre satisface el hambre real que lo ha atormentado durante décadas y que reinicia la transformación de su cuerpo -aunque no el de su cerebro- engorda en la mayoría de los casos a un nivel muy superior y desproporcionado, mientras que el proceso neuronal se estanca o adelgaza.
Sabido es que el hambre real es sanada con los alimentos. Pero, queda un trasfondo, una estela de hambre vieja en la mente, insatisfecha, y sin aparente necesidad de ser enriquecida, mientras probablemente sí enriquezcan los bolsillos y las cuentas bancarias. Considero que es un proceso normal de aprendizaje para aquel que huye del totalitarismo comunista.
Pero, lo que no es de ninguna manera comprensible ni normal es que esto se convierta en otra barrera contra el desarrollo personal y la libertad individual, en una “continuidad” absurda. En una tara o dependencia del sistema que lo aplastó y que supuestamente debiera aborrecer.
Se puede ser todo lo empresario exitoso que quieran y puedan, pero si continúan manteniendo -incluso y sobre todo desde el exilio- un doble discurso, un pensamiento doble y desleído, un doble y hasta triple comportamiento, sólo en función del enriquecimiento y no de un ideario justo y democrático, entonces (por favor) que no pretendan inmiscuirse y comprometerse con la política.
Y, sobre todo, que nadie crea que de tal manera tramposa o de engañifa podría alguien erigirse en patrón de nada ni de nadie en un único sentido, en una dirección inviable. De lo contrario estarían imitando al tirano que hizo de Cuba una isla de donnadies.
Para saciar esa hambre vieja de la mente, esa esclerosis de las ideas, hay que cultivarse, leer mucho, gastar en libros y usar horas-nalgas en biblioteca y suelas de los zapatos en museos.
Alguien que pretende introducirse en la política, si se considera de derechas, debe dar prueba de un buen entrenamiento en el conocimiento, de asumir y emprender estudios serios (autodidácticos mejor), y de haber deseado y seguir deseando nutrir la mente, con la intención de saciar por fin esa hambre vieja del raciocinio que tan mal nos hace quedar a veces a los cubanos.
Sabido es que la derecha tiene fama de bruta, la izquierda de brillante. No hay falsedad más insoportable. Recuerden al célebre Paul Morand, o a la luminosa Jeannine Verdès-Leroux, por poner sólo dos ejemplos.
Por otra parte, en el caso cubano no siempre la derecha empresarial ha estado de la parte de los dolientes. El régimen castrista hizo una enormidad de ganancias, según cifras de la CEPAL, en la época del mandatario de George W. Bush Jr (más conocido como El Boniato); igualmente durante la presidencia de José María Aznar en España, su ministro de exteriores, el señor Abel Matutes negoció con la tiranía castrista la construcción de hoteles en la isla. De su propiedad, presuntamente.
Lo mismo hicieron Danielle Mitterrand, aunque ella de izquierdas. Y, también aquel Yves Bourgoin, alguien que lo mismo era un día de izquierdas y cuando le parecía de derechas, el famoso Roi du Poulet (Rey del Pollo). Ambos supieron además desvalijar el Museo Napoleónico y cambiar piezas museables de incalculable valor por varios aviones repletos de aquellos raquíticos pollos que el pueblo cubano bautizó como los pollos Alicia Alonso, pues por una extraña y misteriosa razón todos tenían las patas encarranchadas.
No, la derecha no es más bruta que la izquierda, cierto; ni la izquierda tampoco fue nunca de esa genialidad incomparable e insuperable. En lo que sí ambas coinciden en más que dudosa virtud es en que cuando se trata de explotar y sacar tajada del hambre real y no mental suelen ser más salvajes que aquellos personajes de la gran obra de Aphra Behn: Ooronoco, or The Royal Slave. A True History.
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