El Muro de Berlín sigue de pie en Cuba

¿Qué habría pasado si los cubanos hubiésemos visto las imágenes de la caída en su contexto histórico?

Imágenes del 9 de noviembre de 1989 © RTVE / 30 años de la caída del Muro de Berlín
Imágenes del 9 de noviembre de 1989 Foto © RTVE / 30 años de la caída del Muro de Berlín

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Este artículo es de hace 4 años

El 9 de noviembre de 1989 me tocó hacer guardia bajo tierra en el puesto de mando de la unidad de combate conocida como La Loma, entre Machurrucutu y Cantera Blanca, cerca de La Habana. Las noticias de que había caído el Muro de Berlín no llegaron a aquel hueco en el que cumplía mi servicio militar obligatorio; ni al resto de la isla.

Hoy se cumplen 31 años del acontecimiento que precipitó la llegada del siglo XXI, el fin de la historia y otras tantas etiquetas que, como todas, pretendían encontrar una explicación a lo sucedido: Un cisne negro que se llevó por delante el campo socialista con todas sus cigüeñas.


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En Cuba no nos enteramos de lo que pasaba. Granma hablaba de “apertura de fronteras”, según dice Rafael Rojas en su artículo El 89 cubano, pero yo no recuerdo haberme enterado de nada. Aquel año estuvo caliente. Empezó con el regreso de las tropas de Angola. Le siguió el viaje de Gorbachov en abril, en el que se confirmó la ruptura y cierre de la tubería. En julio, Cuba se estremeció con los juicios de la Causa 1 y el fusilamiento de Ochoa y otros implicados.

Para entonces, yo recibía dos pinchazos en la espalda con los anticuerpos necesarios por si acaso nos mandaban a África, aunque luego terminaría en La Loma abriendo latas de conservas caducadas con la bayoneta. Al pincharlas, salía un chorro putrefacto de col rellena que provocaba arcadas. La orden era rellenarlas de tierra para sembrar no sé qué y reforestar no sé dónde. Las bodegas del ejército estaban llenas de estas provisiones rusas, tan obsoletas como el armamento que manejábamos.

El Muro caía mientras yo leía en un zulo 1984 –libro prestado por Benigno, un teniente universitario graduado de filología francesa- sin saber que el totalitarismo, que empezaba a conocer y detestar en mi interior, estaba colapsando en el exterior. Un día el teniente Santiesteban me sorprendió con el libro en las manos mientras hacía guardia con Espinosa en el puesto de ametralladoras PKM. Lo cogió, revisó la portada, hojeó el interior, lo olfateó y me lo devolvió. Yo pensé que iba directo a Ganuza, pero el teniente no encontró el rastro subversivo.

Se cayó el Muro, pero -como el resto de los cubanos- yo no vi las imágenes. Unas imágenes que recorrieron el mundo y que causaron una conmoción parecida a la caída de las Torres Gemelas. Nadie las vio en Cuba, fuera del círculo de poder, supongo. No existía internet, ni redes, ni nada por lo que asomarse al mundo más allá de Radio Martí, que yo no escuchaba.

Fue en Argentina, en 1999, que vine a ver las imágenes por primera vez. Una década después sentí la emoción de ver el momento en que se derrumbó el comunismo, los abrazos entre los alemanes, la explosión de libertad. El grupo de amigos cubanos que compartíamos piso en Palermo Viejo pusimos Wind of Change de Scorpions, y bebimos cerveza Quilmes como si estuviésemos en medio de la Puerta de Brandenburgo.

No podíamos creer lo que estábamos viendo con una intensidad tal, como si fueran imágenes en vivo. Para los cinco que allí estábamos, el documental que repasaba el acontecimiento fue toda una revelación. Diez años después, en Buenos Aires, veía las imágenes de un hecho histórico que no pudo arrastrar con su caída al régimen totalitario de Fidel Castro.

En lugar de ello, nos tocó vivir el período especial, la crisis de los balseros, las brigadas de respuesta rápida, la universidad para los revolucionarios y otros episodios nacionales que el castrismo guardaba en su chistera para hacer valer su consigna de “socialismo o muerte” en aquellos “tiempos de confusión”.

¿Qué habría pasado si hubiésemos visto las imágenes en su contexto histórico? ¿Nos habríamos enganchado al carro de la historia? ¿Tendríamos ahora democracia en Cuba? Mientras la caída del Muro de Berlín tuvo un significado global por el hecho en sí, en Cuba no significó nada, puesto que -según el monopolio de los medios que ejerce el partido comunista- aquello era una “apertura de fronteras” y otros eufemismos.

Un “desmerengamiento”, decía rechinando los dientes el que se libró del destino de Honecker, Ceausescu o Jaruzelski, gobernantes todos a los que la Caída del Muro sepultó junto al orden mundial que estuvo marcado por la guerra fría y los totalitarismos comunistas.

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Iván León

Licenciado en periodismo. Máster en Diplomacia y RR.II. por la Escuela Diplomática de Madrid. Máster en RR.II. e Integración Europea por la UAB.


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