Cuba: Contención en la normalización con Estados Unidos

Aplicar un "reset" volviendo al proyecto de Obama es un anacronismo "naive". Las confesiones amargas de Michael Mc Faul o John Kerry, entre otros funcionarios, sobre la burla rusa y cubana a la mano tendida por aquella administración deben ser atendidas.

Cubano con camiseta alusiva a bandera norteamericana (Imagen de referencia) © CiberCuba
Cubano con camiseta alusiva a bandera norteamericana (Imagen de referencia) Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 4 años

In the lives of nations the really worthwhile things cannot and will not be hidden
George F Kennan

A raíz del eventual cambio de gobierno en Estados Unidos de América, vuelven a entonarse los cantos de la normalización con Cuba, mucha gente honesta los promueve, grupos que -por su peso económico, mediático o político- pueden hacer una diferencia en la crisis que lastra a la nación cubana dentro y fuera del país; pero detrás de esa gente bienintencionada, hay diversos intereses y posturas en liza que, a ratos, se confunden.


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En la diáspora cubana, detrás del apoliticismo gusañero y del trumpismo febril del último año, se aprecian tres posturas activas de cara a la eventual normalización. El “anticastrismo militante” busca apretar -de modo espectacular, torpe y sin estrategia sostenible- a la élite junto con la población. Los “agentes de influencia” representan exclusivamente la agenda de la Habana, sin considerar los intereses de la comunidad emigrada y la población insular. Los “inversionistas pragmáticos” lucen interesados en una apertura que privilegie lo económico y postergue cualquier reclamo de derechos para la población en la isla.

Las tres posturas coinciden, curiosamente, en una burda realpolitik. Demasiado centradas en actores de poder: el lobby cubano americano de extrema derecha, el gobierno cubano y el empresariado pro apertura. Descuidando el bienestar y libertades integrales de la población cubana. Cualquier opción escorada a uno de estos grupos me parece incompleta.

Lo correcto será siempre apoyar una agenda integral -bienestar económico y libertades públicas para todos los cubanos, de dentro y afuera- y un esfuerzo multilateral -gobiernos, sociedad civil- para resolver el problema cubano. Apoyando cualquier plataforma que honestamente luche, simultáneamente, por conseguir esos objetivos dentro y fuera de Cuba. Si nos fuimos para tener una vida digna de ser vivida, no debemos querer para nuestros amigos, colegas y familias en Cuba menos que aquello que disfrutamos.

Y el mejor modo de implementar la normalización hoy es, a mi juicio, a través de una agenda de contención. Una estrategia de contención activa, más que una ruta de distensión apaciguadora o un plan de reversión militar del régimen. Más George Kennan y menos Cyrus Vance o James Burnham.

La política hacia Cuba -y en cualquier parte- no debe ser jamás evaluada bajo criterios mecanicistas (“A conduce inevitablemente a B”) o lógicas binarias, del tipo “es A o B, punto”. El realismo debe siempre captar la complejidad y dinamismo detrás de cualquier situación aparentemente inmutable. Y hacerlo considerando que al lidiar con contrapartes autoritarias, como decía Nelson Mandela, el tipo de lucha lo define el opresor. Y que este, en el caso cubano, tiene millones de rehenes.

En tanto los “inversionistas pragmáticos” tendrán presumiblemente más espacio en la agenda de Biden, vale la pena dialogar con algunas de sus tesis. Los partidarios de esta postura alegan muy a menudo que eliminar todas las restricciones quitaría a la Habana los argumentos para el cierre. Pregunto: ¿el gobierno cubano necesita acaso pretextos para reprimir el disenso cívico y la iniciativa económica de sus ciudadanos? No. Cualquier cierre o apertura le impactará no porque le ofrezca o elimine pretextos, sino porque le dará o quitará recursos de poder.

Los “pretextos” solo tendrían relevancia si el gobierno sintiera presiones o incentivos para quedar bien con socios más amables que Washington. Pero Europa y Latinoamérica no han estado a la altura, en especial cuando Obama tendió la mano a partir de 2015. Sus posturas les llevaban siempre a condenar a Washington sobre la Habana. A privilegiar a esta última sobre la población cubana.

Por eso, como aliados dentro de la comunidad global democrática, europeos y latinoamericanos deben ser forzosamente implicados en la solución multilateral del problema cubano. Un problema que les afecta con migrantes que llegan irregularmente a sus países, por la alianza de Cuba con competidores autoritarios globales (Rusia, China, Irán) y por la injerencia -no correspondida- de la Habana en su propia política doméstica.

Otro elemento para debatir con los “inversionistas pragmáticos” es cómo las medidas de cierre o apertura impactan a la población, rehén del gobierno, de un modo más decisivo que al régimen. Al respecto creo que una agenda creativa -y humanitaria- del nuevo gobierno debería respetar el derecho de cada emigrado a cubrir, vía remesa, las necesidades irresueltas de sus familias en Cuba.

Además, deberá regular debidamente aquellas visitas familiares que no equivalen a hacer turismo en las instalaciones del entramado empresarial militar. Restableciendo trámites consulares y vuelos para las provincias cubanas. También habría que canalizar ayuda material -incluida la procedente de recursos financieros inmovilizados del régimen- a través de agencias como Cáritas o la Cruz Roja. Y abrir de nuevo la embajada, para tener presencia in situ en medio de la crisis actual.

Hay que ser realistas en los análisis. Evaluar qué necesitan el gobierno y pueblo cubanos en el momento actual. El primero quiere captar recursos de forma extractiva, sin que eso empodere a sus ciudadanos en ningún plano de su actividad. El pueblo necesita ingresos y ayudas lo más directas y urgentes, bypaseando en la medida de lo posible -siempre les quedarán sus tiendas saqueadoras de divisa- la extracción de renta del empresariado militar.

Hoy los recursos de la élite están menguando. De ahí que pida, de modos más velados o abiertos, que les quiten las sanciones. Claro que el régimen sabe funcionar con los pocos recursos que obtiene, allende el embargo. Pero tal capacidad coexiste con una élite cada vez más interesada en disfrutar sus privilegios, en casa e internacionalmente. En particular los hijos y nietos globalizados de la casta verde olivo.

Se precisa una estrategia que impacte de mayor modo a la élite. Lo que no quiere decir sacarle del poder para mañana, sino erosionarla y mostrarle los límites de paciencia con su accionar. Al tiempo que ello se logra minimizando el impacto sobre la población.

Hay que derrumbar mitos. Los “inversionistas pragmáticos” argumentan que “más inversiones llevarán a los cubanos la información que necesitan”. Los beneficios supuestos de normalización -los contactos “pueblo a pueblo” que difunden información y capital- ya se han dado antes, por la vía del turismo y de la apertura migratoria. Y llegan a la isla con independencia de una mayor apertura unilateral de EUA.

La élite cubana es predadora y extractiva, manteniendo a su población como rehén. En los últimos años el consumo e ingreso se han estancado -y hasta caído- para amplios sectores de la población. Mientras, la inversión hotelera y el dinero de las recargas telefónicas, en manos del gobierno, crecen. Bajo el esquema actual, que no es el de un modelo reformista coherente, la propia élite ha saboteado los cambios. Incluidos los Lineamientos aprobados en los congresos del Partido y reuniones del Gobierno.

Luego aparece una segunda variable: la necesidad de sanciones derivadas del accionar de Cuba en el entorno regional. El gobierno de Cuba ha sido corresponsable directo de la crisis socioeconómica y humanitaria y del bloqueo a la transición política en Venezuela. La élite cubana no solo ha secuestrado la soberanía popular de su propia población, sino que ha comprometido la soberanía nacional y popular de otro país vecino. Extrayendo recursos que no han sido reinvertidos en beneficio del pueblo cubano. Adiestrando al aparato represivo que reprime una movilización popular sostenida y heroica. En ese sentido, es perfectamente justificable, desde puntos de vista políticos, jurídicos y éticos, que la élite cubana sea castigada por los efectos de sus decisiones y alianzas geopolíticas.

El momento político nacional y regional no justifica , ni política ni jurídica ni éticamente un “borrón u cuenta nueva” con la Habana. Hacerlo no generará más apertura sino más envalentonamiento, recursos e incentivos para la élite. Al negociar con un secuestrador la mira debe estar puesta, simultáneamente, en eliminar el cautiverio de sus rehenes, haciendo que el coste de esa operación sea el menor posible para estos. Jamás se puede operar bajo una lógica de darle todo lo que pida con la esperanza de que se porte mejor.

Podemos discutir la eficacia y diseño de todas las estrategias y acciones. Hay que buscar formas complementarias y creativas de minimizar lo más posible el impacto poblacional. No sería justificable quitar todas las remesas e impedir todos los viajes humanitarios. Pero sí evitar la apertura indiscriminada que refuerce el andamiaje financiero y político de la autocracia cubana.

Aplicar un reset volviendo al proyecto de Obama es un anacronismo naive. Las confesiones amargas de Michael Mc Faul o John Kerry, entre otros funcionarios, sobre la burla rusa y cubana a la mano tendida por aquella administración deben ser atendidas. Se precisa un nuevo enfoque de contención en la normalización, que no implique la eliminación de toda presión al gobierno cubano. Y que al mismo tiempo favorezca el empoderamiento de la ciudadanía. Tema sobre el que, abordando los objetivos y rutas específicos de la posible contención, volveré en futuras entregas.

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Armando Chaguaceda

(La Habana, 1975) Politólogo e historiador Especializado en el estudio de los procesos de democratización y 'autocratización' en Latinoamérica y Rusia.


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