Entre los tantos tabúes que rompió el pacífico asedio del viernes al Ministerio de Cultura en La Habana por parte de cientos de artistas no es el menor el haberse solidarizado con un grupo -el Movimiento San Isidro- ya marcado como enemigo del régimen.
Los manifestantes de la calle 4 pasaron por encima de toda diferencia -política o de cualquier otro tipo- que pudiera haber entre ellos y los represaliados para exigir su libertad y defender su derecho a expresarse, independientemente de que estuvieran o no de acuerdo con lo que hicieran con esa libertad.
Los que protestaban el viernes parecían descubrir y ejercer al mismo tiempo ese principio básico de la libertad de que su ejercicio implica muchas veces contradecir la inercia y las expectativas de la mayoría pero por eso mismo debe ser defendido entre todos.
La respuesta del régimen (¿podemos llamarle de otra manera a algo que es gobierno, Estado, policía, aparato de propaganda y represivo al mismo tiempo?) ha sido, como de costumbre, aplicar una vez más la regla del fuera de juego. O sea, la redefinición, en pleno juego político, de los campos “amigo” y “enemigo”.
Luego de no reportar los sucesos del viernes la prensa se ha volcado a satanizar el Movimiento San Isidro. Las acusaciones son las de siempre: agentes de la CIA, mercenarios, cabeza de playa de una invasión extranjera etc. Lo de menos es lo ridículas que luzcan tales acusaciones sino la advertencia que lanzan a los que el viernes expresaron su solidaridad con los perseguidos: quien cruce la retrazada línea que divide ambos campos -un tanto borrosa en estos días de solidaridad espontánea- pertenece al bando enemigo y será tratado como tal. Quedarán -una vez más- fuera del juego.
En cambio, los que den el discreto paso atrás para desmarcarse del MSI serán tratados como los nuevos rebeldes oficiales que no buscan otra cosa que el necesario mejoramiento del régimen actual de cosas. ¿Cuántas exitosas carreras actuales no fueron erigidas sobre rebeldías abandonadas a tiempo?
Suelen ser pocos los que persisten en cruzar la línea ahora redefinida por los máximos árbitros. Porque, a fin de cuentas, quedar en fuera de juego es una situación muy delicada. Pregúntenselo a Heberto Padilla.
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