El periódico Trabajadores, al igual que todos los medios de comunicación oficialistas cubanos, está volcado en estos días en construir un relato que desactive el potencial movilizador del Movimiento San Isidro (MSI). Pero, mientras más se empeñan en tergiversar unos hechos inéditos que han puesto contra las cuerdas a las autoridades e instituciones del régimen, más se activa la solidaridad y la crítica por parte de la sociedad civil cubana.
Un artículo publicado en el órgano sindical intenta sepultar lo sucedido estos días bajo el título de “La cara culta de San Isidro”. La intención no puede ser más mediocre y canalla: contraponer la acción cultural de las instituciones oficiales a la “cara inculta” que, para los voceros del régimen, ha asomado en estos tiempos en el barrio San Isidro. Esta suerte de huida hacia adelante de la prensa oficialista le impide reflejar la realidad y corregir sus desvaríos teniendo en cuenta las señales que aquella emite.
“Huir hacia delante” es la actitud de quienes prefieren escapar de situaciones conflictivas, de quienes no las afrontan con determinación de resolverlas, de quienes persisten en su conducta escurridiza. Como comportamiento humano quizás indica un trastorno de la personalidad, pero como política de un medio de comunicación solo puede atribuirse al pánico, la estupidez o la desfachatez. En cualquier caso, la consecuencia de una fuga así de la realidad es la muerte de la credibilidad del medio.
El MSI y la sentada del 27N frente al Ministerio de Cultura han conseguido impulsar una conciencia ciudadana aletargada por el miedo, la sobrevivencia y la falta de derechos y libertades que impide a los actores de la sociedad civil articular sus denuncias y demandas. Sin embargo, el periodismo independiente crece en su función de informar y crear estados de opinión cada vez más mayoritarios.
Lejos de intentar reflejar la dinámica propia de una realidad que se complejiza con el paso de los días, la prensa oficialista intenta desesperadamente restituir el statu quo ideal del castrismo: el de un pueblo sumiso al servicio de unos ideales que solo dan fruto para una envilecida élite político-militar en el poder. La receta que siguen es simple. Mentir, manipular y ocultar forman parte de sus maniobras para maquillar la realidad y que se parezca lo más posible a la ficción que garantiza el poder a los dueños de la maquinaria totalitaria.
La imagen de unos jóvenes artistas y activistas que luchan por la libertad de expresión, la libertad de un amigo encarcelado injustamente y la libertad de todos los cubanos que desean construir un futuro a la medida de sus esfuerzos individuales y colectivos, constituye "un espectáculo que nos han querido montar”; algo que la gente del barrio tiene claro, según Trabajadores.
La cara “culta” del barrio San Isidro, para este periódico, es una faceta en la que no pueden faltar los pioneros y sus escuelas, los funcionarios integrados y sus instituciones, así como los promotores y gestores de una cultura acartonada que solo produce ideología excluyente, y beneficios a sus propagadores. Para este medio, San Isidro “es un barrio patriótico, revolucionario, receptivo y respetuoso; pletórico de una verdadera gestión cultural”, como lo describe Mario Valdés Díaz, promotor y líder comunitario del barrio.
Gracias a sus páginas, también escuchamos la voz de “luchadores” como Adán Perugorría Lafuente, hijo del actor Jorge Perugorría, asistentes ambos a la sentada frente al Ministerio de Cultura. Este joven pianista ha conseguido abrir una galería de arte, “un emprendimiento familiar” dice Trabajadores, con la colaboración de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Una verdadera historia de sacrificio personal al servicio de la comunidad, no como la de los “mercenarios” de la calle Damas 955.
“Hay que aprender a funcionar más rápido, porque surgen vacíos en las normas legales que las pueden aprovechar quienes pudieran tener otros propósitos menos nobles”, escuchamos decir al veloz vástago de Perugorría. Por sus declaraciones se intuye que su participación en el 27N, apuntaba más en una dirección distinta a la de la mayoría que se concentró frente a la institución.
“Estructuralmente hay mucho que cambiar, pero la gente que yo conozco lo que quiere es mejorar, y que los cambios que se dicen, se hagan”, argumentó el pequeño empresario. Resulta difícil encontrar alguien cuyo objetivo en la vida sea empeorar, pero hay quienes buscando soluciones a sus problemas o mejorías en su vida, practican un cinismo y un egoísmo que pueden reportarle beneficios personales, pero que condenan al silencio y la exclusión de otros cuya lucha es verdaderamente comunitaria, altruista y desinteresada.
“Ni son artistas ni son de San Isidro”, dice el promotor cultural Valdés Díaz, en un tono más propio de un fiscal indignado. Para este funcionario Luis Manuel Otero Alcántara es menos representativo del barrio que el galerista Adán Perugorría. “Han mancillado el nombre de todo un barrio”, sostiene Valdés a los periodistas que no dudan en llamar “infiltrados” a los integrantes del MSI.
Pero la postal que pinta Trabajadores también propicia la contestación que crece cada día más frente a esas imágenes distorsionadas que la prensa oficialista cubana pretende hacer pasar por la realidad. Los usuarios de las redes, la emigración, los periodistas independientes, opositores y activistas van dando cuerpo a un discurso que se consolida y convoca con fuerza cada vez mayor a imaginar y construir un proyecto nacional diferente, inclusivo y democrático.
La respuesta de la periodista independiente Mónica Baró al artículo de Trabajadores es un ejemplo de esta nueva Cuba que empieza a fraguar en la esperanza y la voluntad de muchos ciudadanos.
“El periódico Trabajadores, al decir que San Isidro tiene una “cara culta”, sugiere que tiene también una cara inculta. Pero la cultura… no es instrucción… no es un conjunto de conocimientos legitimados por academias y mercados. La cultura son sentidos de vida, son prácticas, son hábitos, son expresiones, son relaciones sociales” contesta la periodista independiente.
“El MSI y sus simpatizantes, de hecho, han contribuido a expandir la cultura política cubana. Lejos de seguir presentándolo como enemigo del pueblo, el gobierno cubano debería aprovechar la oportunidad de aprender de sus dinámicas. Lo que pasó el 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura también debería comprenderse en esa complejidad: el modelo de participación política en Cuba está en crisis”, continúa Baró.
“No existen personas incultas, ni comunidades incultas: lo que existe son personas con lógicas elitistas y, por tanto, excluyentes, que confunden la cultura con el refinamiento. Hay otra imaginación política que está emergiendo con cada vez más fuerza en la sociedad cubana, que es genuina, que es necesaria, que es válida. La respuesta a esa imaginación no puede seguir siendo la represión policial ni la estigmatización social”, afirma la periodista que, con sus ideas y sus palabras construye esa realidad que intentan ocultar y denigrar el régimen y sus medios oficialistas.
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