El Parlamento: Ágora de la nación

La Asamblea Nacional cubana se reúne poco, carece de profesionalidad, sus integrantes no muestran iniciativa más allá de encomiendas.

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Este artículo es de hace 3 años

El Parlamento, Congreso, Corte o Asamblea Nacional es el órgano legislativo, representativo, deliberativo y colegiado de cualquier Estado moderno. En su mayoría, solo las repúblicas y monarquías constitucionales tienen parlamentos propiamente dichos. Otros regímenes autoritarios crean su parlamentos, pero con funciones reducidas o simbólicas. En democracia los parlamentos son espacios de representación de una nación diversa; una caja de resonancia de las preocupaciones sociales que deben procesarse políticamente. Bajo los autoritarismos, los pseudoparlamentos son oficinas de trámite y aprobación expedita de las iniciativas del autócrata. A veces, operan como espacios para la convivencia y negociación de cuotas de poder de las fracciones de la élite. La ecuación puede plantearse así: en democracia, los parlamentos son órganos autónomos, activos y plurales; en regímenes híbridos, espacios de representación y deliberación limitadas; en sistemas soviéticos -como el cubano- entes aclamantes y aprobatorios de decisiones tomadas ex ante y desde arriba.

En Cuba, hace demasiado tiempo que no existe algo digno de llamarse, en sustancia, parlamento. La Asamblea Nacional aprueba prácticamente todo por unanimidad. Se reúne poco y debate menos: en sus sesiones plenarias son indistinguibles criterios divergentes aún en un mismo tema. Para colmo, contrario a lo que dice la Ley, la Asamblea ha abdicado por décadas sus funciones a favor de los Consejos de Estado y Ministros. Todo ello pese a que, no pocas veces, los académicos, los periodistas y hasta algunos cuadros del Estado y el Partido, han llamado a incrementar la profesionalización de los asambleistas. Insistiendo en sus discursos en darle al órgano formalmente supremo del llamado Poder Popular un peso mayor en la consecución de un socialismo próspero y sostenible, como dice el discurso oficial.


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La Asamblea Nacional cubana se reúne poco, carece de profesionalidad, sus integrantes no muestran iniciativa más allá de encomiendas. Incluso en los legislativos de regímenes autocráticos aliados -como el Majlis iraní o la Duma rusa- son distinguibles grupos, agendas y discusiones sobre temas de política pública. En la isla, al menos en lo que nos muestran los medios de información oficiales, solo se ponderan la lealtad, el unanimismo y el símbolo. No la iniciativa, la deliberación y los resultados.

Porque solo donde la ciudadanía puede elegir y ser representada en toda su pluralidad, hay un parlamento de verdadera sustancia. En Latinoamérica, los parlamentos son expresión de una larga y rica historia, no exenta de altibajos, de elecciones, representación y deliberación republicanas. Desde las independencias a inicios del XIX, los parlamentos fueron tiñéndose de los colores de la nación. Primero como plateas para las facciones de los grupos oligárquicos criollos. Luego como tribunas para las clases medias liberales. Entrado el siglo XX, llegaron a ellas representantes de sectores populares, interesados en impulsar las demandas postergadas de sus bases sociales.

Las facultades de los parlamentos dependen de cada Estado y su Constitución. Siempre ejercen el poder de legislar y la canalizan la representación de los diversos sectores que integran la sociedad. También poseen funciones distintivas, según se trate de un sistema político parlamentario -como sucede en Europa- o presidencialista, suelen ser muchos en Latinoamérica.

En la mayoría de los países, corresponde al parlamento elaborar y aprobar las leyes, fiscalizar el accionar del Poder Ejecutivo, indicar las grandes directricez de actuación del Estado y las políticas gubernamentales, así cómo la integración y ratificación de otros órganos y poderes constitucionales. En un sistema parlamentario, aunque los integrantes del Gobierno son nombrados por el Jefe del Estado, solo se mantienen en el cargo sí conservan la confianza del parlamento, ante el que responden por su gestión. Allí el parlamento dispone de procedimientos legalmente establecidos para deponer al Gobierno, a través de mecanismos cómo la moción de censura.

En los sistema presidencialistas, los integrantes del Gobierno no son electos por el parlamento, sino por voto popular. Pero el parlamento tiene la opción de procesar a los funcionarios públicos, incluido el Presidente de la República. El llamado juicio político que puede concluir con la destitución e inhabilitación del acusado.

El parlamento puede tener una o dos cámaras. Los parlamentos unicamerales suelen están integrados por representantes populares. Los parlamentos bicamerales añaden la cámara de representación del pueblo, una cámara de representación de entidades territoriales subnacionales: estados, provincias, comunidades, entre otras subdivisiones según el país.

Los sistemas parlamentarios suelen ser reconocidos por su capacidad para expresar mejor la pluralidad de opciones políticas que conforman una nación y decidir de modo más amplio sobre las mejores políticas públicas, aunque a veces han sido señalados por fragmentar excesivamente el poder e impedir consensos y gobernanzas ágiles. En sistemas presidencialistas suelen ser un freno a los intentos de imponer una Presidencia todopoderosa y a la vocación de controlar la agenda política de algún partido circunstancialmente mayoritario.

Hoy, cuando el siglo XXI nos sorprende con renovados retos para impulsar una política más compleja, afectada por los desafiós de la globalización y la pandemia, las naciones necesitan parlamentos plurales, activos y deliberantes. Donde las mejores propuestas y demandas de millones de ciudadanos tengan cabida. Sin espacio para improvisaciones, imposiciones y autoritarismos.

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Armando Chaguaceda

(La Habana, 1975) Politólogo e historiador Especializado en el estudio de los procesos de democratización y 'autocratización' en Latinoamérica y Rusia.


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