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¿Qué hace Díaz-Canel como invitado especial de la celebración por el Día de la Independencia en México, el famoso "Grito de Dolores"?
No pocos periodistas mexicanos se han hecho esta semana la pregunta. A ellos les contestó el propio tlatoani, adalid de la llamada "Cuarta Transformación", asegurando que su país “tiene las puertas abiertas a todos los gobernantes” y reivindicando un concepto de soberanía seriamente en entredicho desde que el propio López Obrador se plegó a todos los dictados de Trump en materia de migración y frontera.
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Doblemente paradójico que el presidente mexicano invoque ahora el artículo 89 de la Constitución mexicana, que establece que el Ejecutivo debe actuar en diplomacia observando los principios de “no intervención”, “la autodeterminación de los pueblos” y el respeto a los derechos humanos. Porque la realidad es que Díaz-Canel llega a México dos meses después de las mayores protestas en seis décadas y en medio de un cuestionamiento generalizado de la situación de los DD HH en la isla.
Algún editorialista mexicano ya explicó, con afán didáctico, que la autonomía nacional no tiene nada que ver con la defensa de las dictaduras, y que los disidentes cubanos que ahora están encarcelados sólo piden lo mismo a lo que tuvo derecho López Obrador en su momento: expresarse libremente como oposición.
Pero, en el caso cubano, la izquierda mexicana insiste en ser una excepción. Disfraza de llamados a la no injerencia la abierta simpatía, y usa la máscara y el rictus anti-intervencionista para dar un espaldarazo a los viejos modelos castristas de MORENA. Poco después del 11J, López Obrador se enlazó codo con codo con las dictaduras de Nicaragua y Venezuela, y declaró: “No debe de haber intervencionismo. No debe de utilizarse la situación de salud del pueblo de Cuba con fines políticos. Eso debe quedar de lado. Nada de politización, de campañas mediáticas, que ya se están dando a nivel mundial”.
Es más o menos lo mismo que dice Granma cada día: cualquier crítica y cuestionamiento del régimen es una "campaña", un tipo de "manipulación". La verdad sobre Cuba está siempre en otra parte, incluso cuando todos los noticieros muestran a miles de cubanos que salen desesperados a las calles gritando "¡Libertad!".
Díaz-Canel ya fue a la toma de posesión de López Obrador en 2018. Casi un año después, en octubre del 2019, regresó para una visita oficial. Ahora le ha pedido ayuda por carta al presidente mexicano y éste ha enviado dos cargamentos de ayuda humanitaria y material médico.
Pero el gran favor de López Obrador al régimen cubano está aún por hacerse: introducirlo en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que se celebrará el sábado en la capital mexicana.
En la reunión “se analizará qué plan va a seguir América Latina y el Caribe para contar con equipos, vacunas, pruebas ante cualquier otra contingencia y no nos vuelva a ocurrir lo mismo que en 2020 con el SARS-CoV-2 responsable de la enfermedad COVID-19”, adelantó el canciller mexicano Marcelo Ebrard.
Y aquí es donde Cuba, cuya gestión de la pandemia dista mucho de ser exitosa, aprovechará para hacerse una vez más la víctima, vender sus vacunas a unos pocos clientes cautivos y pedir que se la incluya en un fondo de desastres "para enfrentar los efectos del cambio climático en la nueva normalidad".
Algunos mexicanos dignos, que saben de esta componenda, han protestado en voz alta. Otros se revuelven incómodos ante la persistente admiración de AMLO por el fracaso cubano. Y unos terceros planean usar la misma carta que ya utilizaron cuando al tlatoani se le ocurrió decir que estaba estudiando traer médicos cubanos especializados en terapia intensiva a México: el estrecho vínculo de ciertos empresarios mexicanos con Estados Unidos. A la larga, las "simpatías cubanas" de la Cuarta Transformación chocan siempre con el principio de realidad comercial.
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