Con aliados como Frei Betto, el tardocastrismo no necesita enemigos; aunque el problema real no es el cinismo politiquero de un extranjero, recomendando a un pueblo hambreado comer cáscaras de papas, sino el escaso sentido de independencia y soberanía que exhibe la casta verde oliva y enguayaberada ante cualquiera que le mueva el rabito.
Cambiar hábitos alimentarios, incluso en países de libre mercado abastecido, implica años porque la dieta de un pueblo forma parte de sus tradiciones históricas, familiares y culturales, pero en ningún caso debe nadie, por muy iluminado que se crea, ponerse a pontificar en tema tan sensible como la comida para el sacrificado pueblo cubano, que carece de lo elemental para llenarse, ni siquiera para alimentarse.
Consentir las ocurrencias del fraile brasileño y amplificarlas en la prensa estatal es un ejercicio de mercenarismo político y un desprecio al sufrido pueblo cubano que, desde la crisis económica de los años 90 del siglo pasado, viene sufriendo un incremento notable de empobrecimiento y desigualdad, clave en el apresurado desgaste del presidente Miguel Díaz-Canel y el general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja.
Cualquier escuela política al uso, incluso un pequeño gabinete de comunicación contemporáneo, aconseja soslayar lo feo, lo incómodo, proponer alternativas y soluciones; pero jamás burlarse de las víctimas en sus caras y mucho menos cediendo a las astracanadas de extranjeros irrelevantes en sus países, que pasean en Mercedes Benz por La Habana mísera de 2022.
¿Qué valoración hace el ingenioso dominico de que muchos niños y ancianos cubanos carezcan de un desayuno acorde a las normas de la Organización Mundial de la Salud?
¿Cómo puede dormir en paz el frugal Betto en una mansión del oeste de La Habana, sabiendo que muchos cubanos carecen de un colchón confortable, de un techo seguro, de un plato de nutrientes y de agua potable?
¿Qué opina el teólogo libertario sobre la injusticia y violación de los derechos humanos de los cubanos que representan las tiendas estatales que venden alimentos, medicinas, artículos de aseo y otros bienes de consumo en dólares norteamericanos y/o divisas extranjeras equivalentes?
¿Apoya Betto, torturado y encarcelado por militares brasileños, incluso siendo estudiante, el destructivo y rapaz monopolio del complejo militar-empresarial Gaesa sobre la economía y la política cubanas?
¿Cómo explica el experto en alimentación saludable que el cultivo más abundante en los campos cubanos sea el marabú y no la virtuosa Moringa olifarera? Quizá encuentre en sus espinas una valiosa proteína que -tratada adecuadamente por la OFICODA- se convierta en manjar colectivo, tras una fase experimental en las residencias de Díaz-Canel, López-Calleja y Manuel Marrero Cruz, sin excluir a los ancianos Raúl Castro y José Ramón Machado Ventura, siempre dispuestos a sacrificarse por el bien común.
El principal responsable de las continuadas ofensas de Frei Betto a la mayoría de los cubanos, es el tardocastrismo, instalado en la creatividad hueca que reivindica Díaz-Canel en público, desde aquel disparate del limón como base de todo; mientras su esposa Lis Cuesta organiza lezamianos banquetes, a los que asiste, entre otros, el sibarita fraile brasileño y otros miembros de la guara extranjera, cómplice del comunismo de compadres que asola a Cuba.
Hace unos días, Roberto Morales Ojeda confirmó su puerilidad, al decir -en un devaluado batey azucarero- que la solución pasaba por tratar bien a los trabajadores y generar iniciativas, siempre según el festivo relato de la prensa oficial, que parece ignorar el destrozo previo de la industria azucarera y que tratar con respeto al prójimo se aprende en casa.
Desde la óptica oficialista, la vía menos lesiva que tenían los continuistas dirigentes cubanos para intentar legitimarse, era el socialismo próspero y sostenible, que anunció Díaz-Canel en sus primeros discursos, pero las amargas verdades acabaron sepultando la intención y el estallido del 11J cambió todos los paradigmas, colocando el dilema en el ámbito de inaplazables reformas política, constitucional, legislativa y económica.
Pero el miedo a la justa ira popular mantiene congelados a los incapaces personeros de la tiranía, que han encontrado en las desaparecidas tripas del ministro Sobrino y las jutías del comandante Guillermo García solaz y esparcimiento para rehuir infantilmente sus obligaciones.
Cada vez que un extranjero agrede a los ciudadanos que sufren y el Palacio de la Revolución calla, se ahonda la brecha entre gobernantes y gobernados, que muchas veces callan, pero jamás otorgan crédito alguno al más anticubano de los gobiernos que ha sufrido la República.
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