Un año después de llegar a Estados Unidos, Daniel Llorente, el cubano conocido como "el hombre de la bandera", no ha podido encontrar una casa con un precio asequible donde vivir en Tampa.
Daniel, quien en 2017 salió a la Plaza de la Revolución gritando ¡Libertad! y mostrando una bandera estadounidense, lleva meses durmiendo en su carro, donde guarda una almohada, una manta y una bolsa con objetos personales, y para obtener alimentos y ropa acude a organizaciones benéficas.
"A veces hay que empezar de cero. La vida es complicada en cualquier parte del mundo", dijo al Tampa Bay.
Llorente está en la calle desde octubre, cuando tuvo que irse de la casa de un amigo que lo había acogido temporalmente.
Desde que llegó a Estados Unidos, en julio del año pasado, está esperando que las cortes deliberen sobre su solicitud de asilo político, pero aún no le han dado fecha para la entrevista.
En este tiempo solo ha conseguido trabajos con salario mínimo.
Llorente, de 58 años, cruzó la frontera de México junto a su hijo Eliezer, de 22 años. Tras un tiempo trabajando juntos en la construcción, mantenimiento y limpieza de oficinas y comprar el carro donde ahora duerme el padre, el joven se fue a vivir con la familia de su novia, y fue contratado en un restaurante lavando platos.
Daniel, por su parte, es pintor en un sitio de construcción. Sin otra familia en el país, parqueó su auto frente una casa de huéspedes en la que se pagan 130 dólares por semana, esperando que pronto se desocupe una pieza.
"No hay nada disponible en este momento en el Buen Samaritano, pero el administrador dijo que es cuestión de tiempo", afirmó.
Como hombre de fe, su rutina diaria incluye levantarse cada día a las 5:00 am, leer su Biblia y tomar un café.
A pesar de los problemas, confía en que todo se resolverá, y está satisfecho de poder vivir en democracia.
"Esa libertad no tiene precio", subrayó.
Llorente y su hijo emprendieron viaje hacia Estados Unidos desde Guyana, donde llevaban casi dos años. Juntos atravesaron 10 países y se internaron dos días en la selva del Darién.
Llegó a Guyana en 2019, tras ser expatriado por el régimen de La Habana con la amenaza de que si regresaba, lo iban a "desaparecer".
El disidente fue sacado de su casa de madrugada, obligado a abordar un avión y enviado a Georgetown, donde no tenía ni alojamiento ni modo de comunicarse.
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