Como los partidos no se ganan generando ocasiones sino marcando goles, una sufridísima Bélgica derrotó 1x0 a la inspirada Canadá, que se dio el lujo de fallar un penal y malograr múltiples oportunidades en las inmediaciones de ese muro llamado Thibaut Courtois.
El partido empezó con el mejor primer tiempo que se ha visto en la cita de Qatar, y no precisamente por las prestaciones de la super favorita escuadra belga. Canadá, puro descaro, le entró por los ojos al rival, demostrando que no lideró por obra del azar la octagonal final de Concacaf.
Tan vertiginoso arranque tuvieron los vestidos de blanco que al minuto ocho se castigó con penalty una mano inocente de Yannick Carrasco. Alphonso Davies podía convertir entonces el primer gol canadiense de la historia mundialista, pero enfrente tenía a un atajador probado, Courtois, y este le adivinó las intenciones.
Al poco rato, una pifia del árbitro asistente -el cual se inventó un fuera de juego- impidió que otra falta en el área volviera a traducirse en cobro desde los 11 metros. Bélgica vivía un calvario, Romelu Lukaku (aún no restablecido por completo de sus problemas físicos) se comía las uñas en las gradas, y Kevin de Bruyne gritaba a los cuatro vientos sin cesar.
No es hipérbole: daba la impresión de que el equipo que llevaba 36 años sin estar en la Copa del Mundo era Bélgica, y que era Canadá la que venía de ubicarse tercera en Rusia 2018. Los despistes se sucedían en el bando rojo, y hasta De Bruyne malograba una prometedora contra porque nunca levantó la cabeza para ver la llegada en solitario de Youri Tielemans.
Pasó el tiempo y el predominio se mantuvo firme. Hubo algunos pasajes de ida y vuelta, pero siempre las idas hacia el arco de los belgas fueron más. Al '38, el VAR no concedió penal en una acción que parecía falta clara de Axel Witsel sobre Richie Laryea. Courtois, de vez en vez, salvaba nuevamente el orgullo nacional.
Sin embargo, el fútbol no tiene obligación de rendirle tributo a la justicia. De modo que al '44 un trazo largo tomó mal parada a la zaga norteña, y Michy Batshuayi -el suplente de Lukaku- alcanzó a dar un zapatazo confirmador de que “los goles que no haces, te los hacen”.
Así se fueron al descanso. Sabedor de que el resultado era engañoso, Roberto Martínez decidió prescindir de Carrasco y Tielemans, mas sus hombres volvieron a lucir superados por la velocidad de unos Canucks que pisaron el área europea cada vez que lo intentaban.
Tanto esfuerzo, como es natural, pasó factura. A la hora de juego la intensidad del cuadro americano había bajado, las oportunidades comenzaron a alternarse, surgieron unos espacios peligrosos y el reloj se convirtió en un adversario adicional. Pese a ello, Courtois debió firmar otra parada esplendorosa en el minuto 80. Al sonar el pitazo conclusivo, el mejor sobre el pasto había perdido.
Las conclusiones son, principalmente, dos. La primera, si Bélgica pretende mejorar su faena de hace cuatro años, si pretende alzar la copa de las copas, deberá crecer muchísimo en materia de carácter y concentración. La segunda, más fácil de advertir, es que Canadá todavía no ha dicho su última palabra en el Mundial.
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