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¿Quién mató al presidente Kennedy? Dejad toda esperanza

Entre los documentos que salieron del secreto está el expediente de las operaciones del grupo de cubanos anticastristas Directorio Revolucionario Estudiantil en el Exilio (DRE), financiado por la CIA entre 1962 y 1967.

Presidente John F. Kennedy en la Casa Blanca. © National Constitution Center/ Library of JFK
Presidente John F. Kennedy en la Casa Blanca. Foto © National Constitution Center/ Library of JFK

Este artículo es de hace 1 año

Este jueves 15 de diciembre fueron desclasificados unos 13,251 de los 16,283 documentos sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy que aún se mantenían tachados en los Archivos Nacionales de Estados Unidos (NARA). Y tal como en las desclasificaciones precedentes, las pruebas cruciales para dar con los asesinos no aparecieron por ningún lado.

Todos los documentos debieron salir al público el 26 de octubre de 2017, por imperativo de la Ley de Registros de JFK (1992), pero Donald Trump cedió a la presión de agencias federales y postergó la desclasificación de miles. Joe Biden siguió la rima. Ambos se amparan en la Sección 5(g)(2)(D) de la propia ley, que autoriza al presidente estadounidense para retener documentos si el secreto de Estado se considera preponderante sobre el interés de los ciudadanos en la divulgación.

Detrás de estos hechos, ¿está la CIA?

Entre los documentos que salieron del secreto está el expediente (NARA 104-10170-10121) de las operaciones del grupo de cubanos anticastristas Directorio Revolucionario Estudiantil en el Exilio (DRE), codificado AMSPELL y financiado por la CIA entre 1962 y 1967.

Aquí se cifraba la esperanza de aclarar la primera teoría conspirativa en papel impreso del asesinato de Kennedy. Al día siguiente del atentado mortal en Dallas, una edición especial bilingüe de Trinchera, órgano oficial del DRE, circuló por Miami con la hipótesis de que los presuntos asesinos del Presidente eran Lee Harvey Oswald, autor material, y Fidel Castro, autor intelectual.

La hipótesis terminaría oliendo a patraña porque el compañero que atendía al DRE era George Joannides, jefe de operaciones de guerra psicológica contra Castro adscrito a la estación de la CIA en Miami (JMWAVE).La CIA no sólo ocultaría el nexode Joannides con el DRE al Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre Asesinatos (HSCA) en 1976, sino que también se abstuvo de entregar el expediente de servicio de Joannides a la Junta de Revisión de Registros de Asesinatos (ARRB) en 1994.

A pesar de todo, ni el expediente de operaciones del DRE ni otro documento desclasificado ahora provee indicios racionales de que la CIA en sí y para sí haya tramado y ejecutado el asesinato.

Conexión cubana

Tampoco hay indicios plausiblesde que el régimen de La Habana estuviera involucrado. Las asociaciones rocambolescas de Castro con Oswald perviven gracias a la obsesión de figuras del exilio histórico, como Carlos Bringuier; desertores con frenesí mediático, como el finado Florentino “Tiny” Aspillaga, y ex empleados de la CIA como Brian Latell.

Por el contrario, hay buenas razones para sospechar que oficiales de la CIA como David Atlee Philips, quien solía ir a orinarse en la tumba de JFK en el Cementerio de Arlington (ver foto debajo), conspiraron por cuenta propia no sólo con exiliados cubanos encabronados por la supuesta traición del presidente Kennedy en Bahía de Cochinos, sino incluso con mafiosos.

Tumba de John F. Kennedy en el Cementerio de Arlington.

Así y todo, el embullo con que ciertos documentos secretos contendrían pruebas fehacientes obedece tan sólo al desespero por resolver el enigma. Si el presidente de Estados Unidos fue baleado de muerte por obra y desgracia de oficiales díscolos de la CIA, el 22 de noviembre de 1963 a la luz del día y en plena calle, como si fuera un perro, aquellos deben haber procedido conforme al programa de acción ejecutiva de la CIA que,desde febrero de 1961, Bill “Dos Pistolas” Harvey había enfilado contra Castro. Sólo tenían que retorcerlo hacia dentro de la nación americana.

Por ironía operativa, unas breves notas manuscritas del propio Harvey (NARA104-10103-10318) esclarecen que aquel programa, camuflado ZRRIFLE, tenía como artículo de fe: "Ningún proyecto en papel excepto para portada". Otras directrices prescribían nunca mencionar la palabra asesinato, planificar cómo echarle la culpa a checos o soviéticos en caso de quedar expuestas las operaciones, elaborar documentos falsos para protegerlas y disponer de expedientes de personalidad ficticios en la División de Integración de Registrosde la CIA para transfigurar a los agentes de ZRRIFLE, si eran descubiertos, en personas de interés del Grupo de Contrainteligencia, esto es: tacharlos deagentes deinteligencia extranjeros.

Saga de frustración

La primera investigación oficial del asesinato de JFK corrió por la Comisión Presidencial Warren, que atribuyó el crimen a un tirador solitario. Sin ayuda ni conexión con nadie, Oswald habría disparado tres veces contra Kennedy por detrás desde el sexto piso de su propio centro de trabajo. El informe final de la Comisión Warren se entregó al presidente Lyndon Johnson el 24 de septiembre de 1964. La conclusión más acertada fue que un cabaretero de Dallas, Jack Ruby, ultimó a Oswald, tal como se había visto por televisión.

Para el 6 de marzo de 1975 se vería también por TV —en el programa“Good Night America” (ABC)؅— una copia clandestina del video que el espectador Abraham Zapruder había filmado el día del asesinato y la revista Life, luego de comprárselo, guardaba en secreto.

El disparo que impactó en la cabeza de Kennedy parecía venir del frente y motivó tanto clamor en la opinión pública que la Cámara de Representantes estableció un comité selecto (HSCA) para emprender otra investigación. El 30 de marzo de 1979 se publicó el informe final, que suplantó al tirador solitario por una conspiración, pero no precisó entre quiénes.

El 20 de diciembre de 1991 se estrenaría la película JFK, de Oliver Stone, que recrea el único proceso judicial por el asesinato de Kennedy. Aunque el juicio terminó el 1 de marzo de 1969 con la absolución del acusado Clay Shaw, Stone reforzó la tesis de la conspiración enfatizando el alegato del fiscal federal Jim Garrison —interpretado por Kevin Costner— de quela reacción de Kennedy hacia atrás y a su izquierda, al recibir el tiro en la cabeza, indicaba que el disparo vino del frente y a su derecha en vez de atrás. Oswald no pudo entonces haberlo efectuado.

Stone sacó a relucir también las conexiones entre la CIA y exiliados cubanos detectadas por Garrison y el alboroto de la opinión pública forzó a que el Congreso dictara la precitada Ley de Registros de JFK (1992), que creó la ARRB. Así principió la recopilación y desclasificación masiva de documentos que discurre hasta hoy sin arrojar pruebas que permitan incriminar a alguien más allá de toda duda razonable.

Además de aquellos que siguen sin desclasificar pasadas casi seis décadas, la saga del asesinato de Kennedy está repleta de otros documentos que no se recopilaron aunque se pudo y debió, como el expediente de servicio de Joannides, o que ni siquiera pudieron recopilarse.

Por ejemplo, el agente James Hosty botó —después del asesinato— una nota que Oswald había dejado en la oficina del FBI en Dallas; el dossier que la inteligencia militar tenía sobre Oswald fue destruido hacia junio de 1971, sin haberse visto jamás por la Comisión Warren; en enero de 1995, el Servicio Secreto purgó registros de viajes de JFK que tenían referencias de amenazas de muerte, a pesar de haber recibido instrucciones de la ARRB para preservarlos. Y así por el estilo, hasta el cerebro de Kennedy desapareció. La leyenda reza que fue tirado al mar en 1966 por orden de su hermano Bobby.

A la entrada de la Colección JFK en los Archivos Nacionales puede colgarse entonces el cartelito de Dante: “Dejad toda esperanza, los que aquí entráis”... con ánimo de encontrar a los culpables del asesinato del Presidente Kennedy.

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Arnaldo M. Fernández

Abogado y periodista cubano. Miembro del grupo Cuba Demanda en Miami.


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