Después de casi 10 años en el cargo, el presidente Recep Tayyip Erdogan no consiguió revalidar su mandato este domingo en las elecciones y Turquía se prepara para una segunda vuelta que se realizará en un escenario político económico complejo dentro de dos semanas.
"Aunque aún no se hayan publicado los resultados, estamos claramente a la cabeza", dijo Erdogan ante una multitud de partidarios congregados a altas horas de la noche en Ankara. "Aún no sabemos si las elecciones han terminado con esta primera vuelta, pero si el pueblo nos lleva a la segunda vuelta, lo respetaremos".
Su principal rival, el socialdemócrata y laico Kemal Kilicdaroglu quedó prácticamente empatado con el islamista que conduce los destinos de Turquía desde hace más de 20 años, como presidente (2014-2023) y antes como primer ministro (2003-2014).
Con el 99% del escrutinio, el conservador Erdogan, de 69 años, logra un 49% de los sufragios frente al 45% del opositor Kiliçdaroglu, que acusa a su rival de “bloquear la voluntad popular”, según la agencia oficialista Anadolu. Observadores electorales de ambos candidatos se quejaron de irregularidades en el recuento, pero el Colegio Electoral no se ha pronunciado en ese sentido.
El partido de Kiliçdaroglu, el CHP, acusó a Anadolu durante el recuento de no dar datos fiables y al partido islamista de Erdogan, el AKP, de haber estado bloqueando el recuento de las papeletas, impugnando las actas en zonas donde la oposición es más fuerte. Según los datos que maneja la oposición, Kiliçdaroglu sumaría el 49 por ciento, y Erdogan el 45 por ciento.
En rueda de prensa durante la madrugada de este lunes, el socialdemócrata Kiliçdaroglu dio por hecho que habría nueva votación y prometió ganar la segunda vuelta. "Si nuestra nación dice segunda vuelta, nosotros absolutamente ganaremos en la segunda vuelta", dijo.
"La voluntad de cambio en la sociedad es más grande que el 50%", aseguró el contrincante del omnipotente Erdogan. Aunque queda un estrechísimo margen para el desempate, todo parece indicar que Turquía se encamina a una segunda vuelta el 28 de mayo.
La jornada electoral incluyó también a los candidatos al parlamento turco. Según DW, la alianza formada alrededor del AKP obtendría el 50 por ciento de los votos y 325 de los 600 diputados del Parlamento, con lo que mantendría la mayoría absoluta que tiene desde hace 20 años.
Erdogán, el islamista que modificó el rumbo tomado por el país desde la guerra de independencia y la creación de la República de Turquía bajo el liderazgo laico y nacionalista de Mustafá Kemal Atatürk, ya no es el hombre fuerte de sus comienzos.
Acusado por los turcos seculares de dilapidar la herencia de Atatürk con la gradual islamización del país y de convertirse en una figura polarizadora. Responsable de la masiva purga contra funcionarios civiles y militares en julio de 2016, Erdogan ha sido cuestionado por su posición dentro de la OTAN y sus alianzas internacionales, que le han alejado progresivamente de la posibilidad de ingresar en la Unión Europea, más allá de la radicalización islamista del Estado que ha liderado y de las denuncias de violaciones de derechos humanos en su territorio.
Los terremotos de Turquía y Siria de febrero de este año, debilitaron aún más su imagen, relacionada con una política de vivienda y construcción plagada de irregularidades y corrupción.
En el plano internacional, precisamente, ha destacado el acercamiento de Cuba a Turquía, en un contexto marcado por la invasión de Rusia a Ucrania, en el cual la posición del gigante turco ha estado marcada por cierto distanciamiento de sus socios de la OTAN.
El gobernante cubano, Miguel Díaz-Canel, que visitó Turquía a finales de noviembre pasado, consiguió de Erdogan un acuerdo comercial por valor de unos 200 millones de dólares, que se destinarían a reforzar la cooperación en campos como la energía, turismo, construcción, agricultura, salud y medio ambiente.
Como parte de esa cooperación y entendimiento entre ambos gobernantes, Díaz-Canel envió una brigada de 32 médicos tras los terremotos de Turquía, y este país envió a Cuba media docena de centrales termoeléctricas flotantes que, a pesar del elevado costo que supone su alquiler, han permitido al régimen de La Habana un pico de generación eléctrica en un país marcado por la crisis de las infraestructuras y los servicios públicos.
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