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Durante los últimos meses, Cuba ha experimentado un aparente florecimiento en el número de MiPymes. Mercaditos emergen en todo el territorio nacional, ofreciendo una variedad de productos antes inimaginables. Las tiendas en línea han creado infraestructuras de reparto que imitan las de otros países. Incluso, vehículos de última generación, como Teslas y autos de alta gama, adornan ahora las calles de la isla. Todo esto ha llevado a algunos a proclamar que "la cosa está mejorando".
Sin embargo, esta percepción es meramente un espejismo. Este "auge" del emprendimiento está cimentado en dos pilares fundamentalmente frágiles y cuestionables. En primer lugar, existe una dependencia casi total del dinero proveniente de la comunidad cubana en el exterior. Esta realidad tiene profundas implicaciones: mientras los negocios exitosos dependen mayoritariamente de este dinero, no se va a crear una riqueza autosostenible en la isla. Además, los cubanos de a pie no pueden acceder a los precios de estos productos y servicios, pensados para clientes de Europa y Estados Unidos, perpetuando así una disparidad económica significativa.
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En segundo lugar, y más preocupante aún, muchas de las empresas que aparentan éxito tienen una relación directa con funcionarios del régimen. Estos empresarios, cuya existencia y prosperidad dependen en gran medida del gobierno, nunca emitirán una opinión discordante. Son plenamente conscientes de que una sola palabra fuera de lugar podría costarles sus prebendas y sus lucrativos negocios. En este contexto, el capitalismo de amiguetes, lejos de ser un vehículo hacia la democracia o una herramienta para aliviar la pobreza, se convierte en una nueva forma de opresión, una que encadena la iniciativa empresarial a los caprichos de unos pocos en el poder.
Por tanto, es esencial mirar más allá del brillo superficial de estos nuevos desarrollos. Aunque a primera vista parezca que Cuba está abriéndose a la modernidad y al progreso económico, la realidad es que estamos presenciando una mera redistribución del poder y la riqueza en manos de aquellos leales al régimen. Esta forma de capitalismo no solo es insostenible, sino que también perpetúa las mismas estructuras de poder que han mantenido a Cuba en un estado de estancamiento y represión durante décadas.
En conclusión, el verdadero cambio, el cambio que llevará a una Cuba próspera y democrática, requerirá mucho más que la aparición de mercaditos y autos de lujo. Necesitamos un cambio fundamental en la forma en que se estructura nuestra economía y nuestra sociedad, un cambio que empodere a todos los cubanos, no solo a aquellos con conexiones gubernamentales.
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