Estimada Elizabeth:
Es la tercera epístola que te escribo y cada oportunidad, hablo en voz baja con cada una de las letras, las acaricio y las beso, para que lleguen a tu rostro cargadas de cariño y respeto.
Mis letras tienen la difícil tarea de encontrarte cada año, en la sepultura más horrenda de toda osamenta, la del silencio de los suyos. Durante años, has sido condenada al vengativo ostracismo, te han borrado de la historia, cómo si el postrer gesto de tu vida, el alzar con tus manos al vástago a la tabla salvadora, fuera vergonzoso, tributario del escarnio y el más espantoso de los olvidos.
¿Qué ser humano sobre la tierra puede condenarte? ¿Qué madre puede pasar por alto tu gesto? ¿Acaso una leona no sentiría envidia de tu entrega?
Te escribo desde esta vergüenza que me persigue por el silencio de mis compatriotas, tu nombre debería inundar las páginas de los diarios del mundo, pero te han atado al fondo de ese pérfido mar en el que descansan tus huesos, con el grillete más hiriente, adornado con las espinas más espantosas, fabricadas con las palabras del hijo que te rechaza, que te oculta. No quiero ni mencionar su nombre, el mismo que quizás con toda certeza fue el grito último de tu boca.
En las otras cartas he tratado de disimular, de disfrazar con la ignorancia la conducta de tu pequeño ya hombre, porque imagino tu dolor, lo percibo. Pienso lo indescriptiblemente doloroso que ha de ser el saber, que tu vástago al que trajiste al mundo, el que te arrancó el grito del parto y luego el grito final en la tragedia, camina por el mundo cómo alabardero de la bestia, adulador hasta el punto de clamar a los cuatro vientos, que es hijo ideológico de tu verdugo.
Perdón te pido en su nombre, si dios me da vida y puedo ver una Cuba libre, haré todos los esfuerzos a mi alcance porque cada cubano, conozca tu nombre y lo repita tantas veces como lo han olvidado, tantas veces como tu propio hijo lo ha negado. Imagino tu lágrima perenne e intento secarla con mis palabras, con mi resistencia a que el olvido te ahogue otra vez. Te pienso y más de una vez he pedido a los dioses, que en algún momento de esta vida vea alzarse en los labios de tu hijo, esa palabra que mereces, esa que se levantará sobre el discurso estudiado en defensa del sátrapa, esa palabra prohibida, pero que tú mereces más que nadie: Mamá.
De rodillas, te abrazo, Elizabeth Brotons,
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