Ricardo Martinelli Berrocal (presidente de Panamá 2009-2014) acaba de enterarse que la CIA no tiene amigos, solo intereses en defensa de Estados Unidos de América, y ha cometido el típico error de los arrepentidos a la fuerza, recordando los favores prestados a la primera potencia del mundo.
Martinelli, que aguarda en una cárcel de Florida la extradición a su país para responder por varios delitos que le imputa la fiscalía, ha hecho un recuento de su cooperación con Washington en temas como el narcotráfico y el apresamiento de un barco norcoreano (2013) que llevaba carga bélica made in URSS de Cuba al manicomio de la dinastía Kim, camuflada bajo sacos de azúcar.
Una vez que el buque fue interceptado y descubierta su verdadera carga, la CIA habría ofrecido refugio y amistad a Martinelli, en caso de que lo necesitara. Y él se lo creyó porque “siempre he estado al lado de Estados Unidos”.
El ex mandatario cuenta también que Raúl Castro lo llamó por teléfono y lo amenazó gravemente, si no dejaba pasar el barco; poniéndose también en difícil situación con Cuba, que podría contribuir a su drama personal facilitando al gobierno de Juan Carlos Varela, datos de Inteligencia que Cuba atesora sobre Martinelli.
De momento, Martinelli no ha presentado pruebas de su conversación con el ex presidente cubano, que de haber existido estará grabada, pues durante su gobierno los pinchazos telefónicos se convirtieron en una obsesión panameña, asesorados por empresas especializadas israelitas y una sociedad vinculada a Telefónica España, siempre según la versión de la fiscalía panameña que investigó varias denuncias sobre espionaje a adversarios políticos y empresarios.
Durante la crisis del barco norcoreano, Cuba envió a uno de sus viceministros de Relaciones Exteriores, Rogelio Sierra, a Ciudad de Panamá, donde reiteró el pedido de dejar pasar el buque sin inspeccionarlo; petición que no fue atendida por las autoridades panameñas; presionadas por la Casa Blanca, pues el carguero estaba monitorizado por la Inteligencia norteamericana desde un año antes, cuando había estado en Ucrania.
La versión de Martinelli con las amenazas de Raúl Castro es novedosa, pues en una extensa entrevista con María Elvira Salazar contó que el entonces presidente cubano intentó comunicarse con él, pero que no fue atendida su llamada, como tampoco se puso al teléfono al canciller Bruno Rodríguez.
En esa entrevista, Martinelli contó que recibió a Sierra un sábado por la tarde y que el viceministro cubano le habría dicho que él “no podía hacer eso” (inspeccionar el barco), a lo que el presidente panameño respondió que en Panamá las cosas funcionan de manera diferente a Cuba y calificó la charla de “agria y amistosa”.
En cualquier caso, Martinelli ha elegido regresar a Panamá para afrontar los cargos de los que se le acusan, y ponerse en difícil situación con dos adversarios poderosos: Estados Unidos y Cuba, que no tienen que dar explicaciones sobre sus labores de Inteligencia, pero que –enfadados- pueden filtrar datos que comprometan aún más la situación procesal del ex presidente panameño, salvo que su regreso obedezca a un pacto con su sucesor, que antes fue su vicepresidente y ahora adversario.
Tampoco Martinelli debió tener en cuenta la solidaridad del gobierno cubano con el ex mandatario mexicano Carlos Salinas de Gortari, que se refugió en La Habana cuando tuvo problemas en México. El político azteca agradeció a Cuba su gesto, asistiendo a las honras fúnebres de Fidel Castro, donde mantuvo un bajo perfil, pero no ocultó su presencia ni escatimó elogios en su panegírico, cuando fue preguntado.
Panamá siempre ha sido un lógico interés prioritario del castrismo, pues durante años acogió el Comando Sur Estratégico de Estados Unidos, que tiene a su cargo planes de contingencia, incluida la intervención militar ante una crisis en Cuba; y el Canal de Panamá es una vía estratégica de comunicación mundial.
En fecha tan temprana como junio de 1959, el gobierno cubano apoyó con hombres, armas y entrenamiento una invasión fallida contra el entonces gobierno de Ernesto de la Guardia. De aquel fiasco quedó la anécdota de uno de los invasores cubanos que se enamoró de una panameña residente en el lugar del desembarco, y depuso las armas, quedándose a vivir en la nación istmeña y formando familia, tras un breve paso por la cárcel.
El General Omar Torrijos Herrera, tras el golpe de 1968, abrió las puertas de Panamá al castrismo, agradecido por los consejos de Fidel Castro en sus relaciones con USA, y Cuba aprovechó la coyuntura para establecer una amplia red de empresas en la nación istmeña, con la intención declarada de burlar el embargo norteamericano; aunque cumplían el doble objetivo empresarial y de Inteligencia.
Desde entonces y hasta la actualidad, las relaciones entre Cuba y Panamá han sido muy pragmáticas, incluso en momentos delicados como la mediación del General Manuel Antonio Noriega entre Reagan y Castro durante la invasión norteamericana a Granada (1983) o cuando la esposa y las tres hijas del entonces hombre fuerte panameño se refugiaron en la embajada cubana, tras la invasión norteamericana (1989).
¿Qué sabe Cuba de Martinelli? Solo Cuba lo sabe. Y los que saben, no dudan que La Habana filtraría convenientemente datos incómodos, si el expresidente panameño insiste en sus reclamos a la CIA por “el favor” de un barco norcoreano que salió de Cuba con armas soviéticas viejas y camufladas con azúcar.
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