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Cada cual entiende el fútbol –y el Mundial- como le viene en ganas. Es un derecho que nos asiste a todos. Esta columna sintetiza mis impresiones de cada jornada en la fiesta mayor del deporte más hermoso del mundo.
La jornada
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Después del primer minuto de partido, cuando Kylian Mbappé se construyó una vía expedita hasta la meta y pareció que los cielos se iban a cerrar para la pobre Australia, la Francia multirracial de Deschamps tuvo un solo color, y ese fue el gris.
Todo el caché de un grupo con Umtiti y Varane, Pogba y Kante; todo el vértigo de un equipo poseedor de una posta corta de relevo en el ataque..., se diluyó en la nada, que es la especialidad de su contrario. Reduccionismo o muerte: debería rezar en las camisetas amarillas de unos Canguros dirigidos por ese teórico del antifútbol, Bert Van Marjwick.
Eran los millonarios enfrentados con el proletariado. Los rudos labriegos de la isla-continente llegaron al césped conscientes de su incapacidad para llenar de trazos finos aquel lienzo, y convirtieron el pincel imaginario en una lanza. Lo suyo, más que el deporte, es la batalla.
Así, mientras uno de los rivales se acogía a la máxima sabia del “conócete a ti mismo”, el otro naufragaba en el lodazal de su escasez de ideas. En lugar de nadar por las aguas de la creación, Francia optó por chapotear desde la más elemental afición por la ignorancia.
Les Bleus no merecían recompensa, y por eso el mismo VAR que salió en su defensa decretando un penal, los castigó invirtiendo la moneda al poco rato. Demasiado talento hay en sus botas como para necesitar de ayudas contra Australia.
Al final, Pogba salvó el orgullo con un gol revestido de suspenso (Ojo de Halcón mediante), pero ello no bastó para atenuar el desaliento de su gente.
El gol
Puesto a elegir, el de Pogba, que por lo menos lo hizo en movimiento.
El equipo
Australia, trabajadora infatigable y valerosa.
La individualidad
Aaron Mooy, quien casi dio la vida en el terreno.
El fiasco
Francia. Todo el equipo.
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