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Francia y Dinamarca entraron hoy al ring verde moscovita con muy pocos deseos de dañarse. Se podía prever, porque en definitivas cuentas el empate les convenía a los dos equipos. Así pues, el ‘biscotto’ estaba en el ambiente.
No es que no se tiraran algún que otro jab, un golpe recto, un swing de riesgo, pero era notable que ninguno se jugaba la vida en la pelea. De ahí que ambos hicieran rotaciones, en especial Les Bleus, que prescindieron de elementos como Mbappé, Pogba, Umtiti y Matuidi.
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Un abrazo en el resultado era suficiente para que los galos avanzaran a octavos de final a la cabeza de la llave. El mismo resultado les bastaba a los daneses para ser inalcanzables por Australia, que a esa misma hora se las veía en Sochi con Perú.
El espectáculo fue verdaderamente soporífero. Y si no resultó aún más aburrido se debió a que los incas abordaron la nave de los socceroos, dejando definidos los boletos en el grupo.
Gracias a eso, los vikingos soltaron el lastre del miedo a perder y decidieron realizar alguna que otra escaramuza en las inmediaciones de la cabaña ajena, tardíamente empeñados en cerrar la etapa a la vanguardia y evitar un cruce de armas con la impresionante Croacia de Modric y Rakitic.
Ello alcanzó a espolear –faltaba más- la autoestima francesa, y en sus últimos compases el encuentro se pareció ligeramente a lo que siempre debió ser: un juego mundialista.
Pero nada impidió que el balance definitivo fuera decepcionante, y que el torneo archivara su primer score sin la aparición del invitado.
El gol
No hubo. El equipo Ambos hicieron poco –demasiado poco- por ganar.
La individualidad
N’Golo Kanté, correcto todo el tiempo.
El fiasco
Francia insiste en hacerle monumentos a la monotonía.
Cada cual entiende el fútbol –y el Mundial- como le viene en ganas. Es un derecho que nos asiste a todos. Esta columna sintetiza mis impresiones de cada jornada en la fiesta mayor del deporte más hermoso del mundo.
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