Vídeos relacionados:
Cada cual entiende el fútbol –y el Mundial- como le viene en ganas. Es un derecho que nos asiste a todos. Esta columna sintetiza mis impresiones de cada jornada en la fiesta mayor del deporte más hermoso del mundo.
La jornada
Lo más leído hoy:
El tiempo crea costumbres, y cuando algo las quiebra recibimos un golpe de nocaut. Por eso es que una España sin la calva de Iniesta sobre el pasto se nos parece a un par de mocasines italianos sin lustrar. Tiene la calidad, pero no el toque de glamour. Le falta la bendita esbeltez de lo magnífico.
El tiempo, sin embargo, es un mal director técnico y ha acabado dejando a Don Andrés en el banquillo. Tan terrible decisión le correspondió tomarla al entrenador emergente del equipo, Fernando Hierro, en el intento por hacer que España se reencontrara con La Roja.
Todo sea dicho: al comienzo dio la sensación de que aquello sería ‘piece of cake’, pues el gol de los ibéricos apareció tempranamente tras un cobro de falta que golpeó en una pierna del veteranísimo Ignashevich. El entusiasmo se hizo dueño de las gradas, y Manolo el del Bombo salía sonriente en la pantalla.
Sin embargo, a partir de ese instante empezó el concierto de la posesión inofensiva, los pases laterales y la circulación cansina del balón. No había un pique, ni un pase diagonal, ni siquiera el atrevimiento de un encare. Doña Monotonía estaba en la tarima, y ninguno de los ejecutantes de la orquesta se mostraba interesado en hacerla descender.
España ensayaba un rondo exasperante sobre el verde del Luzhniki sin profundizar con Alba por izquierda o intentarlo desde fuera del 16-50. Silva seguía siendo inoperante, y el mejor hombre en la plantilla, Isco Alarcón, tampoco es que se enfrascara demasiado por ponerle otro ritmo a las acciones. Tanto es así que Rusia, con menos de un tercio de tenencia, era la única que generaba algún peligro.
Hasta que en una de esas el local empató cuando el trencilla sancionó la mano de Piqué y el largo Dzyuba no perdonó el disparo desde los doce pasos. Con todos los merecimientos, Rusia quería lucir ante su gente y desquitarse de la eliminación en la Eurocopa 2008, aquella donde Arshavin y Pavlichenko fueron apeados del tren por los hombres de Luis Aragonés.
De súbito, el guión que algunos soñadores habían preconcebido como presumible masacre se trastocaba en el argumento de una novela de suspense. Había que sufrir. A fin de cuentas, es lo de siempre (o casi siempre) con La Roja. España, más que querer, tenía que dar un golpe sobre la mesa de las candidaturas, pero está claro que ignora que el camino de los éxitos ha de llevar un rumbo vertical. En todo, fútbol incluido.
Vuelvo a Iniesta. Entró a la hora de partido y suya fue la ocasión más clara del equipo, con un tiro bien ajustado al poste que Akinfeev alcanzó a rechazar. Era apenas la cuarta vez que España, a esas alturas con unos 800 pases realizados, preocupaba al meta ruso.
Nada podía salvarla del ridículo, multiplicado por la necesidad de irse a tiempo extra con la selección peor ubicada en el ranking de la FIFA entre las asistentes al Mundial. Y más horrible fue que se llegara a los penales -con el añadido de haber reclamado las mil y una faltas- y, para colmo de colmos, se perdiera.
Mientras La Roja (más por la vergüenza que por la camiseta) iba de un lado para otro, vacía la despensa del cerebro y anulado todo arresto futbolístico, no pude menos que acordarme de una de las tantas anécdotas del gran Francisco de Quevedo.
Reza la historia que una vez el poeta se dispuso a cortejar a una dama que lo animó a subir a su balcón con la ayuda de una polea. En verdad se trataba de una broma orquestada por un grupo de amigos, de manera que el escritor quedó suspendido a mitad de la subida. No tardó en agruparse una multitud en el lugar, y al rato apareció la guardia nocturna. “¿Quién eres?”, le preguntaron, y el ingenio de aquel hombre respondió: “Soy Quevedo, que ni sube, ni baja, ni está quedo”.
Ni más ni menos, así jugó el Mundial la España desteñida que acaba de sacar boletos de regreso a la península.
El gol
El cobro de Cheryshev, que a fin de cuentas apuntaló el triunfo de los rusos.
El equipo
Ambos fueron patéticos, pero Rusia era el pez chico y se negó a ser devorado.
La individualidad
Akinfeev, decisivo en los penales.
El fiasco
España (con De Gea a la cabeza). Así no juega un aspirante a la corona.
Archivado en:
Artículo de opinión: Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de CiberCuba.