Cada cual entiende el fútbol –y el Mundial- como le viene en ganas. Es un derecho que nos asiste a todos. Esta columna sintetiza mis impresiones de cada jornada en la fiesta mayor del deporte más hermoso del mundo.
La jornada
Como mismo el noventa por ciento de los fanáticos del mundo habría apostado su dinero a una victoria de la poderosa Francia, ese mismo noventa por ciento habría querido ver coronarse a la aguerrida Croacia. Tal era la curiosa realidad del partido que hoy se jugó en el Luzhniki moscovita y acabó con la Toma de la Bastilla no el 14, sino el 15 de julio.
Era la final que nadie se aventuró a pronosticar. No por la presencia de Francia, que siempre contó en el grupo de los grandes candidatos, sino por esa Croacia infatigable y contestona que se gastó el alarde de ganar tres juegos consecutivos en la prórroga para plantarse allí, en un territorio desconocido para ella, espoleada por el “salgan y diviértanse” que les inculcara Zlatko Dalic.
Los dos bandos salieron al césped con sus colores habituales, y cada uno expuso pronto el argumento con el cual esperaba sacar el boleto a la inmortalidad. Los franceses esperaban atrás, apostándolo todo a una galopada de Mbappé. Los Vatreni centraban a diestra y a siniestra, presionaban arriba y daban la sensación de no temerle al estallido de sus reservas físicas.
A lo largo de todo el primer tiempo, Croacia fue más... pero salió con menos. Suyas fueron las mejores ocasiones y suyo fue el gol más impactante de ese tramo, un zurdazo de Perisic que castigó las libertades ofrecidas (cinco toques en el área) por la zaga de Les Bleus. Sin embargo, regresó a los vestuarios con dos dianas en contra: una, por autogol de Mandzukic; la otra, derivada de una mano en el área de Perisic, héroe ahora y villano al poco rato.
Sin merecerlo nada (o casi nada), Francia estaba delante al salir al complemento, donde hubo un augurio de rebelión con un obús de Rebic que Lloris rechazó brillantemente, salvando los muebles con la misma solvencia que enseñara en cuartos de final ante el cabezazo de Cáceres y en la semifinal contra el tiro cruzado de Alderweireld.
Pero a partir de ahí empezó a trabarse el choque en la mitad del campo, y la batalla táctica entre los miuras negros (Kanté, Pogba y Matuidi) quedó planteada contra los rubios arquitectos (Rakitic y Modric). Así lo había preparado en su libreto el técnico Deschapms, así ocurrió, y en una de esas Pogba recogió la Telstar dentro del 16-50 y la puso a dormir en el fondo de las redes. Muy poco después, Mbappé lo imitó y el veredicto del juicio del Mundial estaba escrito.
A la postre, Francia se coronó por segunda ocasión veinte años después de estrenarse en el trono; Deschamps devino el tercer estratega vencedor como futbolista y entrenador (Zagallo y Beckenbauer lo habían antecedido); y Croacia, la pequeña nación de 4,5 millones de habitantes, pasó a llamarse Corajia en los libros de historia de las Copas del Mundo.
El gol
El de Perisic, certero y potentísimo.
El equipo
Francia, que manejó cada partido con inteligencia.
La individualidad
Pogba reservó sus 90 minutos de lujo para el último día.
El fiasco
Nada que reclamarle a ninguno de estos dos bravos equipos.
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