1968 fue el año de la “ofensiva revolucionaria” en Cuba que acabó con la pequeña propiedad privada que ahora intenta revitalizar el tardocastrismo; pero también fue el año del Mayo francés, de la matanza de Tlatelolco en México y de la invasión del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia, y del empantanamiento de USA en Indochina.
Como suele ocurrir con la mayoría de los atrocidades de la izquierda, el mundo prestó mayor atención al movimiento estudiantil francés que jugaba a Che Guevara, asesinado un año antes en Bolivia, que a la matanza cometida por el PRI en Tlatelolco (México), y la invasión comunista a Checoslovaquia para aplastar la “Primavera de Praga”.
Leopoldo Fornés Bonavía, cubano de casi 80 años, hermano de la famosa vedete Rosita Fornés, tomó la decisión de irse de Cuba al contemplar estupefacto cómo Fidel Castro compareció en TV para apoyar a la URSS y criticar a lo que llamó una facción del Partido Comunista checo que pretendía construir el capitalismo, según el líder cubano.
La prensa cubana estuvo dos días criticando la invasión soviética, pero llegó el comandante y mandó a parar y la prensa cambió su postura editorial esa noche, cuando Leopoldo Fornés Bonavía tomó la decisión de irse de Cuba. No lo tenía fácil, había sido devuelto a La Habana en meses recientes por no haber denunciado ante la embajada cubana en Praga a un compañero de estudios que tenía dólares y le había querido vender 30. Fornés lo rechazó, pero no lo denunció.
Para complicar más las cosas, su mujer checa, Regina, estaba en esos momentos en su natal Karlovy Vary, visitando a sus padres y se sobresaltó cuando una mañana de agosto se despertó con un tanque y soldados de la RDA en el jardín de su casa y en la pequeña calle donde se había criado.
Los soviéticos no fueron a Karlovy Vary porque les queda muy lejos, mientras que los entonces alemanes del Este lo tenían al lado de su frontera, precisa Fornés, que se lamenta de que se hable tan poco de aquella brutalidad comunista en su 50 aniversario.
¿Pero cómo empezó todo? Fornés militaba en la juventud católica, a la que se había vinculado en su colegio, La Salle, de Marianao y estando trabajando con su hermano arquitecto en una taller de ventanas, ubicado en ese barrio del oeste habanero, de un amigo común, fue avisado de que estaban llevando a los asesinados por las fuerzas represivas de Fulgencio Batista a la funeraria local.
“Me acerqué a la funeraria y me quedé conmovido al ver muerto, al profesor que me había enseñado a leer. Tenía un agujero de bala en la frente y la boca desencajada”, cuenta Leopoldo Fornés Bonavía, que ese día, 10 de abril de 1958, el siguiente a la fracasada Huelga General, odió a Batista y lo que representaba con todas sus fuerzas y se hizo fidelista.
En 1963, un funcionario comunista checo invita a Fornés a trabajar en la Unión Internacional de Estudiantes (UIE), con sede en Praga, como traductor de Inglés y Francés, trabajo que desempeñó durante un año. En 1964, Fornés pide a sus amigos checos una beca para estudiar Historia, una de sus pasiones, en Berlín. Pero en la capital de la Alemania oriental no había plazas, y le ofrecieron estudiar en Praga, lo que aceptó de inmediato porque Praga le gustó mucho, y todavía le sigue gustando.
“Mi sueño era prepararme bien para llegar a ser profesor de Historia en una universidad cubana y contribuir a la revolución”, rememora Fornés con una media sonrisa.
En su primer año praguense, muere su padre en La Habana y como Leopoldo Fornés no había podido asistir a sus funerales, pide un permiso de 15 días para viajar a La Habana y ver a su madre, hermanos y demás familiares, antes de volver a Praga y empezar su carrera como futuro historiador.
El pasaje en barco de ida y vuelta lo pagó el Consejo Nacional de Cultura (CNC) donde Fornés había trabajado unos meses al triunfo de la revolución y al que se mantenía vinculado formalmente, pese a su trabajo en la UIE. Ya cursando el tercer año de la carrera de Historia en la Universidad de Praga decide casarse con Regina Bachakova, enero de 1967, una checa de Karlovy Vary, con la que aún sigue casado, tienen dos hijos españoles, y con la que escaparía a Madrid en 1968, tras un rocambolesco periplo europeo.
En enero de 1967, ya había indicios de la “Primavera de Praga”, recuerda Fornés y sus compañeros y vecinos se veían animados ante los movimientos de reforma que gestaban un grupo del Partido Comunista checo, encabezados por Alexander Dubcek.
El 10 de mayo de 1967, Fornés y otros estudiantes cubanos en Praga son convocados a la embajada, donde los entonces embajador Ernesto Meléndez Bach y el cónsul Guillermo López Reutor les comunican que su estadía en el país ha sido cancelada y que volverán a Cuba en los próximos días por “cosas que han dicho” y, en su caso, además porque no delató a Emilio del Monte, el compañero que trapicheaba con dólares.
Años después, hablando con cubanos de Cuba y Miami, supe que aquella orden fue una estrategia aplicada en todos los países donde Cuba tenía becarios. El método consistía en reprimir a un grupo de estudiantes en cada país para asustar al resto y fue una orden que transmitió un hermano de Aleida March, la viuda del Che Guevara, precisa Fornés, que aclara no tener pruebas directa de ese cometido del funcionario castrista.
Fornés ve interrumpido su sueño de historiador, tiene que separarse de su esposa y es enviado a Cuba, junto al resto de castigados, a través de Bulgaria, donde quedan varado un mes a la espera de un barco que los llevó a La Habana, donde se reintegró a su trabajo en el Consejo Nacional de Cultura y donde se reencontró con Regina, dos meses más tarde y comenzaron a fraguar la escapada definitiva.
Su mujer viaja a Checoslovaquia a mediados de agosto de 1968, Leopoldo Fornés queda en La Habana, y estando Regina en su natal Karlovy Vary, una mañana despierta y se encuentra un tanque alemán en su jardín con soldados hablando alemán y ataviados con un gorro característico.
Regina Bachakova, que no pudo participar en la charla porque padece de Afasia, comprendió que sus sueños de mejora del comunismo habían sido aplastados por los tanques, entró en casa y vio en la televisión blindados soviéticos en Praga y otras regiones y sus padres comentaron en voz baja las penurias que padecieron durante la ocupación de los nazis alemanes. La suerte de Regina y Leo estaba echada, pero aún tardaría unos meses.
“Un día antes yo era fidelista, era comunista y apoyaba la revolución, creía en el futuro y que Cuba había sido víctima del imperialismo norteamericano”, afirma, pero “aquella brutalidad me superó y empecé a pensar cómo no había pensado nunca antes”, cuestionándome cosas que –hasta entonces- veía como normales, aunque ese proceso “fue muy doloroso porque mi cuestionamiento se mezclaba con ramalazos de culpa por haber estado alejado de la revolución y no haber sido mejor revolucionario”.
“Fidel (Castro) me decepcionó aquella noche” y rompí con la revolución y decidí irme de Cuba, aunque no pude comentarlo con nadie porque Regina estaba aun en Karlovy Vary”, de donde regresó a los dos meses y ambos decidieron entonces irse a vivir a Checoslovaquia. Hicieron los trámites y en marzo de 1969 salieron en un barco checo desde el puerto de Cienfuegos (surcentro de la isla).
Aquel barco accedió al canal de Kiel, con una escala en Alemania Occidental, que no aprovecharon para escapar porque no querían vivir allí y el buque los dejó en el puerto polaco de Szczecin, y de allí en tren a Praga, donde Leo recuperó su antiguo puesto de traductor en la Unión Internacional de Estudiantes y poco después tuvo que someterse a una operación para eliminar piedras de sus riñones que fue un éxito, pero el médico tuvo la ocurrencia de operarle también de las cuerdas vocales y, desde entonces, se quedó sin una, y eso hace que hable en un tono algo ronco, a veces monocorde; pero con el que ha aprendido a recitar a Pushkin.
Ya reintegrado en su trabajo, otra vez los cubanos de la embajada vuelven a ponerse en contacto con él para decirle que no puede seguir allí y que debe volverse a Cuba, cuando él deseaba seguir trabajando y viviendo en Praga. Deciden él y Regina encontrarse en Berlín, a donde ella viaja en tren; mientras que Leo es llevado en automóvil desde la embajada cubana en la capital checa hasta la legación diplomática de la isla en Alemania, que luego lo envía a un hotel berlinés, donde se reunió con Regina y donde, dos días más tarde, los recoge un auto diplomático que los conduce al puerto de Rostock, donde abordan un mercante germano oriental.
En Rostock vivieron una semana en aquel barco, que tardó una semana en zarpar hacia el Caribe y que se averió frente a Holanda, teniendo que hacer una escala en Rotterdam para repararlo. Al subir a bordo, el Capitán del buque había retenido los pasaportes de los cubanos y el de Regina; que pidieron poder salir a dar un paseo por la ciudad portuaria holandesa. El Capitán se opuso, pero las protestas del grupo lo obligaron a ceder, aunque no les entregó los pasaportes.
Leopoldo Fornés Bonavía se había escondido 200 dólares de la época en sus calzoncillos e hizo correr la voz en el grupo que el pagaría los billetes de tranvía y/o autobuses para reforzar la idea que se trataba de un paseo en grupo sin mayor pretensión que conocer Rotterdam. Previamente, durante la visita del Práctico del puerto al barco para dirigir la maniobra de atraque, Fornés le comentó en Inglés que quería huir y necesitaba contactar con la policía. El hombre no dijo ni mu, pero al día siguiente volvió con un papel que deslizó discretamente en un bolsillo del cubano al que dijo en Inglés, memorice la dirección y destrúyalo.
Marido y mujer se aprendieron la dirección, que aún Leo recita de memoria y se fueron a la ciudad con el resto de cubanos y vigilados de cerca por otros dos paisanos que custodiaban al grupo en su vuelta a la patria. Tras varias horas dando vueltas por aquella ciudad, el grupo entró en una tienda por departamento con varios pisos que fueron recorriendo de arriba y abajo, lo que permitió a Fornés detectar que de los tres ascensores había uno que era más pequeño.
Finalizada la visita a la tienda para mirar y poco más. Mientras aguardaban el ascensor en la última planta, Leo aprovechó un descuido de los vigilantes y casi empujó a Regina hacia el ascensor pequeño, que al estar ocupado por más personas, solo cabían ellos dos. Uno de los policías cubanos le dijo: Leopoldo, espérame abajo, ahí nos vemos.
Leo aprovechó el trayecto del ascensor para indicarle a Regina que los taxis estaban saliendo a la derecha y que no corrieran, que fueran caminando con normalidad hasta el primero de la fila. Pero el miedo hizo que, una vez salieron del ascensor, echaran a correr hacia el taxi. El taxista los miró asombrado, pero se tranquilizó cuando Leo le recitó la dirección de la comisaría policial donde pidieron asilo político y fueron tratados con amabilidad y corrección, incluso los policías holandeses fueron al barco y recuperaron los pasaportes y el equipaje de la pareja que huía.
Diplomáticos cubanos presionaron a la policía holandesa para que les entregaran a los huidos, pero los funcionarios europeos se opusieron, y luego comentaron la jugada con los acogidos.
“En el fondo, aquel capitán se portó bien”, dice Leo, que aunque nunca más lo ha visto, agradece que hubiera accedido a entregar la documentación y el equipaje. Tras unos días en la comisaría de Rotterdam fueron enviados a Bélgica, que los alojó en un hotel y desde el que aprovecharon para recorrer el pequeño país.
Uno de aquellos días belgas, recibieron la visita inesperada de dos oficiales de la CIA con quienes conversaron acerca de sus vidas anteriores y sus planes. La CIA llegó a ofrecer trabajo a Fornés en USA, pero él lo rechazó diciendo que querían ir a España donde tenían familia y alguna propuesta de trabajo. Lo primero era verdad, lo segundo era mentira, pero Leo temía la reacción de parte de sus compañeros de La Salle en Miami por su militancia revolucionaria anterior, temor que luego disipó cuando se reencontraron.
Una prima de Fornés era la entonces secretaria del director de la ya inexistente Caja Postal española y les alquiló un estudio en el segundo sótano de un edificio de Moncloa (barrio madrileño) y llevó a su primo a trabajar en aquel banco vinculado a Correos, como operario de usos múltiples (chico para todo) hasta que el propio director descubrió que sabía Inglés y Francés y lo promovió. Poco después, su mujer también entraría a trabajar allí y, con el tiempo, ambos se hicieron funcionarios de correos españoles, donde se han jubilado.
Leopoldo Fornés Bonavía, que el próximo 2 de noviembre cumplirá 80 años, nunca olvidará a aquel policía secreto español que los recibió en Barajas: ¿Ustedes son los de Bruselas? Pasen, bienvenidos a España.
Pero aún, Cuba les tenía guardada otra sorpresa. Una vez instalados en Madrid y Leopoldo trabajando, les llegó el equipaje desde Holanda, pagando ellos el porte, y al desembalarlo, descubrieron que aquellos dos policías cubanos habían averiado un tocadiscos Tesla y una máquina eléctrica de afeitar.
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