Las últimas elecciones han sido una estafa. Uno de cada cuatro cubanos no votó. Esta es la cifra oficial que se calcula. A modo de protesta, muchos votaron por Superman o por Tarzán. (Especialmente en la provincia de Holguín, de acuerdo con los interrogatorios). Si se suman los que no votaron, a las boletas arruinadas exprofeso, sale más del 50% del padrón electoral. Todo un récord dentro de la breve historia del totalitarismo.
Las primeras elecciones, a mediados de los setenta del siglo pasado, también fueron una estafa, pero eran producto de las ilusiones. Entonces se prometía una marcha ordenada hacia el socialismo que el apoyo de la URSS indicó. Ya ni eso queda en pie. Eso saltó por los aires cuando en 1991 desapareció la URSS y el 11 de julio de 2021, de la mano del Movimiento San isidro, cuando se tambaleó la revolución cubana.
Quedan más de un millar de presos políticos, y entre ellos Luis Manuel Otero Alcántara -el líder del movimiento- y el músico Maykel Osorbo (tras conseguir dos Emmy para su canción, Patria y Vida, que Yotuel en el exterior defiende como nadie).
Así viene ocurriendo desde hace más de 64 años. En Cuba no se elige entre diversas opciones, sino se ratifica, se reitera, a la espera de que una vez la chispa encienda la pradera. Los técnicos del Partido Comunista son expertos en buscar excusas a las crisis que les inflige el sistema, pero no son magos imaginando soluciones. Queda la de largarse de la isla, pero eso es útil siempre que se corrijan las causas de la “espantada”. Trescientos mil cubanos corrieron hacia Estados Unidos y allí se han asentado el año pasado. Dos de los últimos llegaron en sendas alas Delta en sólo dos horas.
La primera excusa es el “embargo” o “bloqueo”. Mi amigo el empresario Carlos Saladrigas quiere acabar con las excusas y las coartadas. ¿Cómo? Plegándose a ellas, como hizo el presidente Barack Obama, a sabiendas de que por ahí no van los tiros, sino por otra parte mucho más sensible: la naturaleza humana es contraria al marxismo-leninismo, como me reconoció Alexander Yakovlev, el “padre” de la glasnost, una inolvidable tarde, muy cerca del Kremlin, en el enorme despacho de Mijail Súslov, ideólogo y vigilante de las esencias marxistas, ya entonces muerto (1982).
¿Por qué lo sabemos? Porque se ha intentado de cien formas diferentes bajo cien líderes distintos, con todas las gradaciones del esquivo carisma, y bajo diversas etnias -germánicos, eslavos, latinos, etc.- y tras distintos telones de fondo religioso -católicos, luteranos, budistas, etc.- y en absolutamente todos ha fallado.
La idea de igualar a los seres humanos es disparatada. Como lo es la teoría del valor en Marx. Don Karl lo sabía desde la refutación del economista William Jevons y sus “marginalistas”. Su teoría del valor, que es similar a la que sostenían Adam Smith y David Ricardo, estaba, en esencia, equivocada. A los economistas clásicos les molesta, supongo, estar en semejante compañía porque al señor Marx se le ocurrió copiar un error de dos insignes fundadores de la secta y no revisarla.
A Friedrich Engels le endilgaron la tarea de elegir el camino de la inmortalidad de su compañero de toda la vida. Tenía que despedir el cadáver en marzo de 1883. Engels se consideraba el “segundo violín” de aquella extraña orquesta, en la cual, claro, Karl Marx era el “primero”.
Marx, de acuerdo con Engels, sólo pudo hacer dos aportes: la hipótesis de que los capitalistas se quedaban con la parte del león gracias a la plusvalía, y el fundamento de la lucha de clases: el hecho obvio de que siempre hay prerrequisitos antes de recurrir a la batalla de ideas. Todo lo cual se fundamenta en Georg Hegel.
O sea, de acuerdo con Engels, “la plusvalía” era un instrumento del robo de los proletarios, y no como suele ser: una recompensa agónica, casi olvidada, porque fracasan cinco de seis empresas en el mercado. Y Hegel no es el hondo filósofo que inspira el marxismo, sino una referencia idiota. Apenas una tontería.
Había suficientes elementos en la década de los cincuenta del siglo XX para desechar el marxismo. Las dos Alemania comenzaban a configurarse. Las dos China (la de Taipéi y la de Pekín) se iniciaban en la competencia. Incluso una mirada profunda a la propia Cuba podía reflejar cómo se traducía la cercanía de la isla a los centros de mayor desarrollo. La Cuba real vivía uncida a Estados Unidos, a su gran tamaño, a su capital, a sus centros creativos. Más de seis décadas después, se ha visto que fue una locura tirarlo todo por la borda.
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