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Programado en el espacio estelar del domingo, al igual que sus predecesores Bailando en Cuba y Sonando en Cuba, La Banda Gigante significa otro intento de asumir, en Cuba, los famosos shows de talentos televisivos estilo The Voice o Got Talent, ahora aplicado al concurso entre jóvenes instrumentistas entre 18 y 35 años, en las especialidades de piano, bajo, guitarra, flauta, violín, trompeta, saxofón, trombón, percusión cubana y tambores.
La Banda Gigante es una nueva propuesta de RTV Comercial (de la TV Cubana) que elegirá los integrantes de la orquesta que acompañará a todas las producciones en vivo de RTV así como sus proyectos dramatizados y filmes. Y de la elección se encargará un jurado que integran la directora de orquesta Daiana García, el Premio Nacional de la Música, José Luis Cortés, y el cantante, instrumentista y productor musical, Alain Pérez.
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Y ahí aparece el primer gran problema del espectáculo: es una selección de concursantes que solo pueden verificar los especialistas, de modo que el televidente, desde su casa, le es imposible participar puesto que desconoce los parámetros que validan la selección del jurado, y no es que se trate de canto o baile, disciplinas en las cuales todo hijo de vecino puede tener una opinión más o menos certera. Sin embargo, solo oídos avezados pueden detectar los problemas o virtudes en cuanto a afinación, tempo, el brillo del sonido, y otros criterios que muy bien explicó el jurado.
La Banda Gigante está dirigido por Manuel Ortega, con amplia experiencia en el video musical y en anteriores temporadas de Sonando en Cuba, y Bailando en Cuba, y tal vez ello explique la recurrencia en un formato demasiado parecido, visual y estructuralmente, a las entregas anteriores, por más que cada uno de los diez programas se dedique a un instrumento, y que este programa tenga propósitos distintos,
La identificación visible con los espacios anteriores, proviene de una escenografía muy similar (en el mismo espacio del cine teatro Astral) y un concepto de espectáculo sobresaturado de luces y colores, y movimientos de cámara cuya espectacularidad a veces no deja ver lo que debiera verse con toda nitidez: los concursantes, o los jurados. Lo peor es cuando el televidente no puede distinguir, ni por cámara ni por sonido, cuál es el concursante que está haciendo el solo que definirá su selección o no.
Además, La Banda Gigante repite el mismo estilo de animación de los programas anteriores y se mantiene aferrado a un guion de hierro, lleno de lugares comunes y bastante pobre en cuanto a lo que se dice, y así muy poco pudieron hacer las probadas profesionalidad y gracia, combinadas, de Yuliet Cruz y Carlos Enrique Almirante. Tampoco se comprende la utilidad o el propósito de la sección Playlist, que sonó a banalidad de culto a las celebrities y al modo en que viven o la música que escuchan.
También hubo virtudes varias: ilustrativa y amable la sección histórica de Georgia Guerra dedicada a Chapotín, y aunque se escuchó mal y padeció de extrema ligereza, la sección La puerta, de Telmary, también logró rendirle merecido homenaje a los músicos cubanos, en este caso a Alexander Abreu, y hay que insistir en la capacidad del jurado para explicar, con un lenguaje sencillo y comprensible, los argumentos de la selección.
También resultaron aportadoras y convincentes las clases magistrales, y las improvisaciones en la Fábrica de Arte Cubano. En general, el balance es positivo, aunque muy bien pudieran limarse algunas asperezas y excesos, y así convertir La Banda Gigante en un gran show de talentos, sea o no sea único en el mundo, como insiste en declarar la propaganda chauvinista.
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