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Cuando un terremoto nacido en las tripas del infierno hizo crujir a México en 2017, los hoteles privados de la capital supieron qué debían hacer. Un extenso reporte de la Secretaría de Economía mexicana da cuenta de que las instalaciones “Four Seasons Hotel Mexico City”, “Hotel Fiesta Americana Reforma”, “Hyatt Regency Mexico City”, y “V Motel Boutique” se encargaron de acoger a damnificados, hospedar a rescatistas, preparar sándwiches para víctimas y personal de rescate, y servir como centros de logística y recogida de ayuda.
Los ejemplos en Nueva York cuando el desastre causado por “Sandy” en 2012 son similares. El “Citizen M” de la opulenta Time Square, cerró su venta de habitaciones y las destinó a acoger damnificados que llegaban organizados por la alcaldía de la ciudad. Fue lo mismo que hicieron hoteles en Montreal en 1998 cuando una terrible oleada de frío paralizó a Norteamérica.
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Este lunes último, con La Habana aún crepitante, temblorosa, con los humos de muerte del tornado sobrevolando Luyanó, 10 de Octubre, Santos Suárez, Regla, y de muchas formas todo el país, el Ministro de Turismo cubano Manuel Marrero Cruz, publicaba un ´tranquilizador´ tweet en su cuenta oficial: “Hemos realizado un recorrido posterior al evento meteorológico ocurrido en la capital en la noche de ayer. Todas las instalaciones turísticas se encuentran operando, pues no han sufrido afectaciones. #CubaDestinoSeguro #TurismoConCalidad”.
Los muertos no tienen Twitter. Los 195 heridos no revisan Twitter. Los miles de habaneros en desgracia no piensan en Twitter. Pero si lo hicieran, asistirían al espectáculo de un ministro cubano tranquilizando a extranjeros para no perder la tajada del pastel. La hotelería cubana reabriendo sus piernas al turismo internacional, recordando sus bondades, acariciándose la pelvis e insistiendo: aquí no ha pasado nada.
El socialismo humanista, la Revolución con los humildes y para los humildes, sabe mantener sus camas en divisas alejadas de los pordioseros y los hambrientos. Lanza el mensaje allende a los mares, tranquiliza a sus potenciales clientes, ni en broma ofrece una cobija, una botella de agua, el piso de una recepción, para que un niño habanero duerma guarecido esa noche.
En La Habana que el tornado nos dejó, los cinco estrellas plus Iberostar, Manzana Kempinski y compañía, no han visto afectado su glamour con homeless locales tirados en sus suelos.
Poco después del tweet de Marrero Cruz, Miguel Díaz-Canel, el gobernante de las desgracias (es gafe: bajo su enano mandato Cuba va sufriendo lo insufrible, hagan conteo) caminó del brazo de Raúl Castro al frente de una Marcha de Antorchas que, citando a mi caro Henry Constantín, es antes mancha que marcha. Un espectáculo que deberá quedarse en la memoria colectiva como la noche en que la dictadura cubana destinó WiFi gratis para tuitear lemas y consignas mientras a pocas calles de allí los habaneros agonizaban de amargura y desolación.
Las tres perlas del Twitter de Díaz-Canel iluminan el presente cubano más que sus patéticas antorchas. Arrojan luz. Ya van cuatro, todos en la misma cuerda triunfalista, demagoga y politiquera de la más inmunda calaña. El último, esta misma mañana, reza: “Marchar por Martí es marchar por Cuba. También por las víctimas del tornado. De la Escalinata bajamos con nuestros ánimos más dispuestos y más unidos, para que los barrios golpeados puedan reconstruirse con la colaboración de todos". Y como colofón, como no podía ser de otro modo, sus hashtags como muñequitos de feria: SomosContinuidad, SomosCuba, y YoVotoSí.
Yo voto sí, dice. En público. Sin sonrojarse. Yo voto sí, dice con el tono insolente de las campañas donde solo una parte tiene voz y donde se aprovecha lo mismo un juego de pelota que una catástrofe natural para vender el contenido.
Y hablando de vender. Vender, en La Habana que el tornado nos dejó. Ese vocablo tan lista negra de comunismo científico. Uno de los términos más satanizados por el imaginario socialista, por la idea de todo es de todos y en consecuencia nada debería valer nada. El país donde ser rico sigue siendo sinónimo de vileza, el país que sostiene a hombros una Revolución que se dice de pobres y para pobres, no sabe regalar huevos, galletas, cuartos de pollo a aquellos que perdieron la cartera, el sueño y la sonrisa envueltos en la furia loca del tornado del domingo.
Les están vendiendo ayuda. Cojones, que no se cansan de ser miserables. Cada vez que uno piensa que ya no pueden descender más ellos nos sorprenden. Son recordistas absolutos en caer bajo. “Son los Michael Jordan de los hijos de puta”, para citar al genial personaje de una genial serie de HBO, esa cadena ferozmente capitalista.
Las denuncias tímidas o abiertas se han sucedido en las redes y en el boca a boca se conocen mejor aún: en el municipio Regla, por el momento, se ha verificado la venta de comestibles a quienes deberían recibir hoy donaciones, regalos, amor. Pero ni siquiera es un modus operandi novedoso. Tras el paso del huracán “Irma” también por la capital, el Estado cubano instaló sus infames carpas y cobró veinte y treinta pesos por unidades de comida. Algunos vecinos debieron literalmente poner a secar al sol los pesos salvados de la inundación para pagarse el alivio a sus estómagos.
Cuando Díaz-Canel tuiteó este martes su consigna de reconstruir lo que el viento destruyó quizás olvidó contextualizar geográficamente la tragedia. Ubicarla en el mapa: si es en casas de “los de abajo” (como la célebre novela de Mariano Azuela) esa recuperación tardaría lo suyo. Conozco personalmente a familias que todavía aguardan por ayuda para levantar sus chozas derruidas por el Huracán Dennis, ¡en 2005!
Pero Cuba sí tiene sus récords de reconstrucción. En abril de 2018, apenas tres meses después de iniciarse las obras, el batey del central Jaronú, en Camaguey, célebre por su historia y visita turística de referencia local, había sido dejado como nuevo. Irma había causado estragos millonarios en las provincias centrales, miles de personas carecían de todo, pero ese conjunto arquitectónico ya estaba en pie.
Como estaba en pie, milagrosamente, la cayería norte de la isla para el inicio de la temporada alta de turismo el 1ro de noviembre de 2017, menos de dos meses después de la catástrofe ocasionada por Irma en Ciego de Ávila, Sancti Spíritus y Villa Clara. Nadie preguntó de dónde brotaron los recursos: eran indetenibles. Los locales bromeaban: solo habían visto tanto cemento junto cuando por toda Cuba se fabricaron los “refugios” para repeler agresiones imperialistas.
Cuando en estos días de estupor, desconcierto y sollozos, la maquinaria cubana no solo no ha detenido su campaña por la aprobación de la Constitución que mejor les acomoda, sino que ha redoblado la penetración, la inserción de mensajes públicos o subliminales lo mismo en la fachada de una panadería, en las transmisiones de partes médicos de víctimas del tornado o en los tweets del presidente y su pandilla, ha revelado el grueso de sus prioridades. El pueblo, el dolor del pueblo, es secundario.
Mientras tecleo este último párrafo leo de pasada dos notificaciones noticiosas en la pantalla de mi celular.
La primera llega de la revista Rolling Stone: el músico David Gilmour, voz y genio de Pink Floyd, pondrá en la subasta de Christie´s unos 120 instrumentos musicales tocados por la banda. El dinero irá íntegro a la Fundación Gilmour, que se dedica… ¿adivinen a qué? A reparar viviendas de víctimas de guerras por todo el mundo, a alimentar hambrientos, a curar heridas. “Mi música ya hizo lo suyo, esos instrumentos deben seguir ayudando a más personas”, dice el genio.
Las comparaciones con los grandes nombres del arte y la cultura cubana de hoy, los que están vivos y coleando, son odiosas.
La segunda notificación me recuerda que en Miami un grupo de soñadores, de utópicos con corazones hipertrofiados por tanta buena intención a pesar del desánimo, recoge firmas para presionar al gobierno cubano. Que eliminen los aranceles. Que los exiliados, los emigrados, los mal nacidos por error, los excubanos, los gusanos, los contaminados por el capitalismo, escorias, vendepatrias, estamos recogiendo más ayuda por segundo que toda la FEU, la UJC, los CDR y las MTT juntos en todo el año que recién comienza.
La Habana es una ciudad enferma de olvido, rota, es una ciudad tan hermosa como leprosa, que se ha ido desmembrando a la luz pública, sin esconderse: un edificio hoy, dos fachadas mañana. La lepra de la ciudad no es cosa del tornado, aguanten el descaro, se los pido de una vez. Los pedazos se han ido cayendo hora tras hora sin que un tornado, un huracán o un terremoto deban tomar carta en el asunto.
Ni cien tornados como el del domingo podrían destruir tanto los edificios y las esperanzas de los habaneros como el desastre antinatural que este enero cumplió sesenta años de acoso y derribo.
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