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El paso del tornado por La Habana ha dejado escenas de devastación por varios de sus municipios, cientos de tragedias humanas y dos contundentes evidencias: la ineptitud del gobierno cubano para gestionar un desastre natural y responder como demandan sus afectados, y la solidaridad más genuina y comprometida de los ciudadanos cubanos.
Pocas horas después del impacto del poderoso organismo meteorológico, muchas calles de la capital se convirtieron en hervideros de personas ayudando, echando una mano, compartiendo lo suyo.
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Muchos de los representantes más conocidos de la cultura cubana salieron también a las calles para apoyar y dar el verdadero sí por sus conciudadanos.
El contraste con la respuesta gubernamental no ha podido ser más notable y elocuente: la misma noche que Miguel Díaz-Canel y Raúl Castro lanzaban consignas en la escalinata de la universidad habanera, decenas de jóvenes cubanos recorrían las calles apagadas y llenas de escombros de la capital para ayudar a quienes esa noche dormirían a la intemperie.
Mientras el gobierno cubano ha puesto a la venta alimentos para quienes se han quedado sin comida, ni electricidad o agua para prepararla, y en muchas ocasiones sin un plato donde servirla y un mueble para sentarse; muchos cuentapropistas de paladares o negocios privados han salido espontáneamente a regalarla, a darla gratis.
Los mismos emprendedores que han sido asfixiados por el gobierno, demonizados por 'acaparadores de productos' y 'concentradores de riquezas' le han dado en las últimas horas una lección al gobierno cubano de lo que es la verdadera solidaridad, y la real y única respuesta ante una catástrofe de esta magnitud y han dejado al descubierto la ineficacia estatal frente a las iniciativas privadas.
Contrastan los hechos y contrastan los discursos post tragedia.
“Asegura gastronomía #Habana oferta de alimentos elaborados con precios asequibles en zonas afectadas” dijo en su cuenta en Twitter la Ministra de Comercio Interior de la República de Cuba, Betsy Díaz Velázquez.
Desde el icónico restaurante de La Guarida, en cambio, agradecían haber podido “repartir el agua y los alimentos, así como instalar la planta para llevar electricidad a los vecinos de la cuadra”.
El equipo de D'La Abuela ha hecho por estos días digno honor a su lema de llevar comida a domicilio, y reconocen que los identifican como “Los de Naranja” cuando los ven “por las calles de los municipios en desgracia repartiendo comida día a día”.
Otras paladares se han convertido en puntos de recogida de alimentos, productos de primera necesidad o ropa, como ha sido el caso de El Laurel.
Mientras cientos de cubanos se remangan las camisas, apuran las horas para ayudar a los más necesitados, se movilizan en las redes, aparcan los micrófonos y las guitarras, comparten lo que tienen en los almacenes de sus negocios privados, echan mano de sus cocinas, su tiempo y sus empleados para preparar alimentos que luego repartirán gratis, las autoridades cubanas tienen la desvergüenza de venderla (ofertarla, porque adoran los eufemismos) y hablar de “precios asequibles”.
Mientras los emprendedores y trabajadores por cuenta propia se vuelcan con su comunidad, el designado a dedo como presidente de Cuba deja enfriar un descafeinado e indolente mensaje en su cuenta oficial en Twitter, en un intento por justificar una marcha innecesaria, indolente e injustificada, cuando la única marcha posible está teniendo lugar en las calles, en las redes; la están protagonizando los artistas, los emprendedores, los dueños de negocios privados, los cubanos de a pie, los de dentro, los de afuera, a quienes les duelen Cuba y su gente.
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