Cobardes

Solos, son cucarachas. Solos, sin sus carnés de delincuentes con patente, sin la condición de intocables que les otorga poner sus puños y sus miserias humanas al servicio de la policía política, tienen más inseguridades que arrojos. No son los hombrecitos a quienes en cualquier barrio respetarían per se.

Ariel Ruiz Urquiola es detenido por esbirros de la Seguridad del Estado ©

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Este artículo es de hace 5 años

Elijen bien a sus presas. No fallan en los cálculos: mientras más débiles, o indefensas, o desprotegidas, mejor. Los cobardes que cobran salarios mensuales por patear, asfixiar, romper narices de disidentes cubanos, ni siquiera tienen en la sangre la guapería criolla de enfrentarse con quien les pueda hacer frente. Y en igualdad de condiciones.

Repasando las filmaciones que desde este sábado han dado la vuelta al mundo desde La Habana, puede precisarse el grado de depravación, cuánta saña fue vertida sobre esa marcha alternativa LGBTI+ y quienes la apoyaron. El castigo, en todo momento, iba a ser ejemplarizante.


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Ariel Ruiz Urquiola tiene el mismo biotipo que su hermana Omara. Son de pocas carnes, de complexión más que ligera. La fuerza de ambos está en lo que hacen y en lo que inspiran, no en músculos o bravuconadas de presidio. Los matones que golpearon a Ariel, que lo levantaron en peso y lo llevaron suspendido en plena calle, sabían que uno solo de ellos era el doble de fuerte que él.

Pero tienen miedo. Solos, son cucarachas. Solos, sin sus carnés de delincuentes con patente, sin la condición de intocables que les otorga poner sus puños y sus miserias humanas al servicio de la policía política, tienen más inseguridades que arrojos. No son los hombrecitos a quienes en cualquier barrio respetarían per se.

Pienso en esto luego de haber presenciado, por ejemplo, manifestaciones públicas de la UNPACU en Palma Soriano y Contramaestre, provincia Santiago de Cuba. El feudo de la Unión Patriótica de Cuba. Las callejuelas donde la Seguridad del Estado sabe demasiado bien que entre los manifestantes están personajes de cuidado, reconvertidos al activismo opositor. José Daniel Ferrer predica públicamente la paz, sobre todo porque sabe que ha logrado nuclear en su organización, la más extensa de todo el país, a una masa heterogénea y peculiar: lo mismo doctores y abogados, que ex miembros de pandillas que aterrorizaban a poblados rurales y hoy destinan esas mismas energías a pedir libertad para su país.

Pues bien, ¿dónde están los castigadores segurosos que vimos en La Habana ensañados con Oscar Casanella, a quien aporrearon hasta dejarle una cicatriz terrible y honrosa a la vez en la frente, que no despliegan esos mismos niveles de barbarie contra los manifestantes de la UNPACU? ¿Por qué los vemos en tantos videos apenas parados frente a los activistas, inmutables, en silencio, con el miedo que les sale por los bigotes temblorosos, o sentaditos informando por teléfono desde sus motos tan identitarias a la chivatería nacional?

Simple: ellos saben con quiénes se meten. Los arrestan con dignidad, si cabe. Es la típica selectividad del cobarde. Es el rasgo diferenciador entre un individuo con adrenalina para trompearse con tirios y troyanos, y otro que saca su arsenal de golpes y técnicas solo cuando se sabe en franca ventaja. En el barriobajerismo cubano todos sabemos cómo se les llama a esos que solo atacan en grupo, o cuando la víctima no puede enfrentarlos. Se les llama pendejos. No hay escala más baja para ellos.

Por eso contra Boris González Arena había que lanzar a esa turba jadeante, más cercana a los zombies de The Walking Dead que a preservadores del orden social, y darle luz verde a cualquier tunda, con objetos o con nudillos, mientras que con los veinte o treinta hombrazos que he visto gritar “Libertad para los cubanos” en los barrios de polvo de Palma Soriano van con guante de seda, tienen demasiado cuidado de dejar escapar un solo ademán de violencia.

Saben a lo que se exponen. Saben que esos veinte o treinta mulatos piden paz y Derechos Humanos, pero si les das una bofetada se jodió la bicicleta. Hasta rociados con latas de estiércol he sabido que han terminado ciertos soldaditos de la represión que han osado entrar a barrios guapos de verdad, a amenazar o intimidar. Se van con residuos de almuerzos post-digestión encima, pero ahí no levantan una sola mano siquiera. Otra vez: saben con quiénes se meten.

Saben que abofetear a activistas de la comunidad LGBTI+ en plena Rampa, maltratarlos, hacerlos gritar de dolor con sus brazos torcidos y los hombros dislocados mientras los empujan dentro del auto, tiene apenas un costo moral que ellos aceptaron sin rechistar hace mucho. Pero no van a recibir lo mismo a cambio.

Oscar Casanella no entrenó sus manos para romper frentes o zafar mandíbulas. Entrenó su cerebro. Estudió Bioquímica, investigó en el Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología, impartió Inmunología. Él conoce cómo funcionan las células del pandillero que casi lo asfixia para callarlo, pero no cómo se vandaliza el cuerpo de un ser humano solo porque marche a favor de la diversidad y el respeto a los derechos fundamentales.

Ariel Ruiz Urquiola sabe cómo proteger hábitats y ecosistemas, cómo respetar la existencia y la dignidad de animales y humanos; su dominio de la Biología le sobra para reconstruir en una Cuba futura toda la flora y la fauna explotadas a favor de un turismo irresponsable y déspota, sabe preservar especies. Pero no sabe, no quiere saber, cómo romperles la nariz a trompadas a quienes lo agredieron este sábado ante la vista de todos.

Los cobardes se ensañan con los cuerpos de aquellos cuyas mentes no pueden doblegar. Están dispuestos a matarlos. No soportan la superioridad intelectual, no soportan la luz dolorosa que les llega desde aquellos que saben de cosas como amor, bondad, solidaridad.

Son capaces de hostigar a Damas de Blanco, de armar cordones con sus brazos para impedir que la difunta Laura Pollán saliera de su casa; son capaces de arrastrar por el pelo a Berta Soler y montarla a la fuerza en un Geely rumbo a sus mazmorras, pero sorprendentemente tienen entrenamiento también para contener la sed de sangre cuando los que gritan Libertad y dan vivas a los Derechos Humanos son mulatos con brazos más gruesos que los de ellos.

En los barrios delincuenciales de Guantánamo, en los infiernos de pobreza histórica de Santiago de Cuba, en las zonas arruinadas por la ineficiencia en Las Tunas, cuando la Unión Patriótica de Cuba despliega a sus activistas que piden carne en sus cazuelas y libertad para sus hijos, ahí la violencia se guarda para los calabozos, cuando han llevado calmadamente al opositor fuera de su entorno, y esposado y a oscuras se puede martirizar un poco en grupos de dos y tres cobardes de turno.

El día que Cuba recupere la decencia y se horrorice por actos como el cometido este sábado contra ciudadanos de bien, de recontrabien, los que cualquier sociedad quisiera tener por lo tanto que aportan, habrá que empezar por hacer un Museo de la Cobardía a donde llevar a los niños, un memorial de la infamia donde aprender todo lo que no debe hacer un hombre en su vida, mucho menos si siente algo de aprecio por su honor.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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