Los cubanos Ramón Saúl Sánchez y Jorge Luis Arcos han simbolizado, en 48 horas, la tragedia que asola a Cuba.
El primero al negarle el gobierno norteamericano su residencia legal, tras 52 años viviendo en Estados Unidos, y el segundo, tras ser impedido de entrar a Cuba, su país natal, por decisión del gobierno castrista.
El gobierno Trump basa su negativa en que Saúl Sánchez violó la ley al “provocar una confrontación con el gobierno norteamericano”, argumento que causó perplejidad en el afectado, su abogado y en la mayoría de la comunidad cubana en Estados Unidos, que respeta la coherente trayectoria anticastrista del afectado, que podría quedarse en un limbo legal dentro de 30 días, porque para que la deportación sea efectiva, Cuba deberá aceptarla.
Jorge Luis Arcos, es un ensayista, poeta y profesor universitario, residente en Argentina, antes en Madrid, y siempre ha evitado contaminar su obra con la política, incluso asistió en La Habana, invitado por el Director de Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar, a la presentación de un libro suyo sobre la obra del también poeta cubano Raúl Hernández Novás, en 2016.
Ahora Trump –teóricamente un anticastrista convencido- ha pecado de insensibilidad ante la paradoja que puede dejar a Ramón Saúl Sánchez en tierra de nadie, tras más de medio siglo de vida y trabajo en Estados Unidos, donde siempre se ha mostrado vertical ante la dictadura cubana, pero ha evitado mezclarse en temas controversiales como el manejo de los fondos para promover la democracia en Cuba.
Arcos, por su parte, ha consagrado su vida profesional al estudio literario y a la poesía existencial, sin caer en la tentación de politizar su mirada critica ni su dictum poético; pero parece que no son razones suficientes para La Habana, que sigue ejerciendo el poder de veto de entrada y salida de la isla sobre sus nacionales.
Un obrero encargado del Mantenimiento de un edificio para personas pobres y un poeta comparten horas de desdicha por su condición de cubanos, acrecentada en el caso del primero porque Saúl Sánchez nunca se ha hecho ciudadano estadounidense, como una reafirmación de su cubanía.
El exilio cubano ha sido el más demonizado del mundo, incluso por democracias parlamentarias europeas que apostaron por el castrismo hasta 1990 y luego han alternado la crítica con la utilización de sus relaciones con Cuba como contrapeso frente a Estados Unidos.
Tanto desprecio de buena parte del mundo no ha impedido la ejemplar v solidaria trayectoria de la inmensa mayoría del exilio cubano, especialmente el llamado histórico que llegó de Cuba con una mano delante y otra detrás y transformó un balneario en una de las urbes más dinámicas del sur de Estados Unidos, Miami, donde abrió espacios para las siguientes oleadas migratorias provocadas por el castrismo y su pobreza consuetudinaria.
La soledad ante la incomprensión y las injusticias de unos y otros duele casi tanto como no poder enterrar a nuestros muertos o visitar sin angustia la tierra natal; pero los cubanos emigrados somos rara avis, caracoles con piel de rinoceronte, que vivimos extraviados en el multilingüismo, pero siempre, siempre, con nuestra casa a cuestas.
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