El 5 de agosto de 1994, la zanja que se interponía entre el castrismo y la mayoría de los ciudadanos se hizo definitiva porque era la segunda vez en la historia de la revolución que unos cubanos agredían a otros, instigados por el poder, que se vio desbordado por un estallido espontáneo y se llenó de temor.
La crisis económica debida a la excesiva dependencia cubana de la URSS y la frustración de muchos cubanos provocaron el maleconazo, que fue reprimido violentamente con paramilitares, trabajadores del contingente “Blas Roca Calderío”, un líder comunista zapatero de profesión.
Fidel Castro quiso ahorrarse la imagen de militares reprimiendo al pueblo, pero su remedio fue peor que la enfermedad, pues los obreros usados para golpear con cabillas a los manifestantes, carecían de preparación represiva y dieron rienda suelta a sus peores instintos.
Los ánimos estaban caldeados por el hambre, la falta de agua potable y los apagones de casi días enteros, a lo que se sumó el hundimiento provocado del remolcador “13 de marzo” que se saldó con 41 muertos, de ellos 10 menores de edad.
Y por La Habana corrió la bola de que el gobierno, como ya había hecho en 1980 para provocar la estampida de Mariel, en la que emigraron 125 mil cubanos, permitiría que embarcaciones llegaran desde Estados Unidos a recoger a familiares y amigos. Castro eligió el día de su cumpleaños de 1994 para ordenar a los guardafronteras que dejaran irse a todo el cubano que pretendiera llegar a Estados Unidos.
La crisis desató la estampida de los balseros y la emigración de más de 35 mil cubanos hacia Estados Unidos, de los que más de 32 mil fueron llevados primeros a la Base Naval de Guantánamo, por orden del presidente norteamericano Bill Clinton, que acusó el síndrome de Carter, durante los sucesos de Mariel.
El Palacio de la Revolución, en una de sus letanías preferidas. intentó culpar a Washington de la emigración cubana, estimulándola con facilidades migratorias que datan de los años 60, pero su maniobra no caló ni en cubanos ni extranjeros porque era la tercera vez, en 29 años, que los isleños emigraban en masa por culpa de la pobreza comunista implantada por la dictadura verde oliva.
Castro dio la cara a las pocas horas del estallido y recorrió la zona protegido por toda la seguridad personal y otros anillos formados por cuadros del partido comunista, del poder popular y de ministerios y empresas de La Habana. Sofocada la rebelión, muchos de los cubanos que minutos antes gritaban ¡abajo Fidel!; cambiaron la tonada y corearon: ¡Fidel, Fidel, Fidel!
Una vez recuperada la tensa calma, Castro diseñó una estrategia con tres ejes:
1.- Dejar emigrar a los cubanos, aún a riesgo de sus vidas.
2.- Profundizar las reformas parciales que había puesto en práctica un año antes, con la despenalización de la tenencia de dólares norteamericanos y la autorización de pequeños negocios privados.
3.- Modificar el esquema represivo oficial con la adquisición de material antidisturbios en España y Venezuela, entre otros países, y repartirlo a discreción por las casas de los vecinos más confiables de cada barrio, donde deben permanecer aún durmiendo el sueño de los injustos o quizá hayan sido vendidos por la izquierda para otros usos.
Las dos primeras medidas eran las habituales válvulas de escape usadas por el castrismo en tiempo de crisis; la tercera era novedosa porque reconocía –implícitamente- que militares de las FAR y el MININT no estaban dispuestos a reprimir violentamente a sus compatriotas y acusaba el movimiento minoritario, pero significativo de devoluciones de carnés del partido y la juventud comunista, en protesta por las golpizas del 5 de agosto en el malecón habanero.
Un cuarto de siglo después del último episodio de descontento popular, que ha intentado ser borrado por la historiografía oficial y la prensa pagada por el partido comunista, Cuba vuelve a tensionarse con conatos aislados por falta de alimentos, agua potable, electricidad y combustibles, por los derechos de artistas, homosexuales y protectores de animales; aunque el gobierno ha intentado actuar con rapidez y ha ido aliviando esos focos de tensión.
La agilidad gubernamental obedece a su necesidad de sobrevivencia y al pánico que despierta en la cúpula cubana que se produzca en la isla un fenómeno equiparable a la Primavera Árabe, que no fue un movimiento político organizado ni apoyado por países extranjeros, sino un brote espontáneo de malestar popular, provocado por un represor con exceso de celo en el cumplimiento de su trabajo.
En esta ocasión, una estampida migratoria hacia Estados Unidos no sería posible por las nuevas normas de la Casa Blanca en materia migratoria, que ha conseguido detener el éxodo cubano vía Centroamérica, Rusia, Ecuador y España con su ley de Memoria Histórica que dotó de pasaporte del reino ibérico a muchos cubanos.
Descontado el embullo Obama, zarandeado por el tambaleo de Nicolás Maduro y sabiendo que los altos cargos castristas sujetos a posibles denuncias por su responsabilidad en la represión no tienen donde esconderse, el tardocastrismo debería encarar -sin más dilaciones- las reformas políticas y económicas que demanda la encrucijada en que han metido a Cuba y a los cubanos.
La meta era hacer Uno, dos, tres… muchos Viet Nam; y no tantos maleconazos..
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