Eduardo del Llano es quizá el intelectual cubano contemporáneo más coherente en su manera de leer a Cuba y su modo de expresarse en diferentes formatos; aunque reconoce que es –esencialmente– un escritor que ama el Español.
CiberCuba quiso entrevistarlo y respondió de inmediato con vitalidad genuina, que es la de un ermitaño creativo instalado en la frontera claroscura de ser tolerado, pero no aceptado del todo, como demuestra su absurdo veto en la televisión cubana.
Crítico con el embargo norteamericano y con Donald Trump, cree que la escasez de recursos es un acicate para crear, incluso de manera independiente, como lleva haciendo desde hace años. Evaluará la próxima ley de cine cuando se promulgue, pues aunque reconoce que abre la puerta a nuevos escenarios, sabe que todo depende de cómo se aplique y lamenta que las autoridades hayan pasado de darle poca bola a ninguna al G-20, como bautizaron al grupo de cineastas que negociaría con el gobierno.
Nacer es azar y a ti te ocurrió en Moscú. ¿Por qué?
Junto a Humberto Pérez, Félix de la Uz y Roberto Toscano, mi padre integró el primer cuarteto de cubanos que, tras el triunfo de la revolución, fueron a Moscú a estudiar Economía Política del Socialismo. Era el lugar lógico para hacerlo, desde luego: Como mi padre era recién casado (tanto él como la vieja eran pinareños) se fueron juntos, pues los estudios serían cosa de años.
Y en Moscú hace frío.
La docencia universitaria fue quizá tu primer empleo remunerado. ¿Aquella etapa te sirvió como ensayo general para los vericuetos vitales que emprendiste después o hiciste un corte y reorientaste tu vida profesional?
Ambas cosas. En realidad, recién graduado de Historia del Arte (1985) trabajé en la Dirección de Aficionados del Ministerio de Cultura hasta 1988, que me presenté a oposición para una plaza de profesor en la facultad de Artes y Letras, y gané.
Además de muchas otras cosas, dar clases me entrenó en dar la cara, en actuar delante de un colectivo, en ser líder e impartir órdenes. Pero en 1995 pedí la baja: quería dedicarme por completo a escribir, y por demás estaba bastante claro que, aunque ser profesor me gustaba y creo haber sido razonablemente bueno, en treinta años iba a seguir en el mismo sitio, y yo odio eso.
Leyéndote creí advertir en ti un halo de nostalgia de NOS -Y- OTROS, ¿es una apreciación errónea o acertada?, ¿qué balance haces de esta etapa de humor?
Por supuesto que siento nostalgia por esa etapa de mi vida. En 1982, con diecinueve años, formé el grupo NOS-Y-OTROS (GNYO) junto a tres amigos, estudiantes como yo: Luis Felipe de Historia del Arte, José León de Periodismo y Aldo Busto de Información Científico-Técnica y Bibliotecología, que todo eso se estudiaba por entonces en la Facultad de Artes y Letras.
Durante quince años, hasta 1997, escribimos centenares de textos humorísticos, publicamos varios libros, actuamos en los teatros más importantes del país. La integración del grupo varió ligeramente, pero la idea era fundar una especie de ismo, un movimiento humorístico de referentes cultos y fuerte incidencia social que llegamos a bautizar humor metal, aunque del nombre sólo nos enteramos nosotros.
Fue una hermosa etapa de mi vida, de aprendizaje y también de elección de una familia, un inner circle, una cofradía. Todavía somos amigos y nos reunimos todos los años.
Quizá seas el coguionista más regular de los últimos años del cine cubano. ¿Cómo llegaste al cine y cómo conseguiste escribir para quizá los mejores directores?
Bueno, coguionista no es una profesión, sólo describe el hecho de que ocasionalmente trabajas con alguien más, por lo general el director (Daniel Díaz Torres, Fernando Pérez, Gerardo Chijona). Todas mis películas como director las escribí solo.
La cosa comenzó en 1987, cuando Daniel Díaz Torres leyó un cuento de GNYO en el periódico humorístico DDT (curiosa coincidencia de iniciales donde las haya, ¿no?) una historia titulada Usted es un hombre feliz, y llamó a la redacción para preguntar por los autores. Nos contactó, y sin muchos miramientos nos propuso colaborar con él en su nuevo proyecto.
De ahí salió Alicia en el pueblo de Maravillas (1991) nuestra primera película… y por poco la última. Aunque todos aportaron inicialmente al guion, poco a poco yo me quedé solo con Daniel, que tuvo la paciencia de convertirme en guionista sobre la marcha. Luego hicimos Kleines Tropikana (1997), Fernando Pérez me reclutó para La vida es silbar (1998), y así sucesivamente…
Tu saga de Nicanor O´Donell en Sex Machine la he seguido como aquel juego de las Candelitas, cuando fuimos fiñes, pues es como una Chismosa que va iluminando zonas dolorosas de la Cuba que vives. ¿Cómo construiste el universo Nicanor? ¿Es Nicanor un niño asombrado, un joven con inquietudes o un temba rumiante?
De los quince cortos de Nicanor, catorce se basan en cuentos míos preexistentes (la excepción es Arte, el número once, que fue escrito directamente como guion). Sucede que además soy escritor, de manera que a la hora de hacer un Nicanor el problema está, más bien, en escoger una historia entre muchas. Y fue saliendo sobre la marcha, no hubo una idea inicial de que fueran quince películas.
Nicanor, como personaje, ya estaba definido desde mi literatura como el cubano corriente, de a pie, que no es un héroe y debe enfrentar circunstancias absurdas como buenamente puede. Por otra parte, desde mi punto de vista la saga no es la crónica de las calamidades de Cuba: no es que salga una ley nueva y yo haga un Nicanor sobre eso. Intento hacer películas más esenciales, más profundas y menos coyunturales.
Como cada uno de nosotros lleva adentro un Nicanor, Nicanor es todo eso, niño, joven y temba a la vez.
¿Vas a jugar siempre en Corto o te veremos en largometraje?
He hecho dos largometrajes, Vinci (2011) y Omega 3 (2014), ambos con el ICAIC. El problema es que en Cuba, salvo excepciones, no les gustaron ni al público, ni a la crítica ni a los cineastas. Igual eso me toca los cojones, a mí me parecen geniales.
Una seña de identidad de tu cine, incluso de tus monólogos; y aún en aquellos personajes con jerga marginal, es el correcto uso del idioma, como si fuera una obsesión tuya, más que una herramienta. ¿Cómo construyes esos diálogos y frases? No me interesa una aproximación técnica, ni siquiera estética; sino saber cómo sabes que frase colocas a cada uno en escena. Por ejemplo, cuando el vendedor de libros en Photoshop dice “La historia nunca es urgente y tú lo sabes” (no sé si la frase es exacta).
Porque son cuentos antes de ser películas. Porque soy un lector voraz y trato de ser un escritor exigente. Porque adoro el idioma español.
Photoshop, por ejemplo, parte de un cuento llamado Los héroes, que forma parte del volumen de cuentos Sex Machine, publicado por Letras Cubanas en 2010. Sí, puede sorprender a muchos, pero la mayoría de los cuentos que dieron origen a los cortos están publicados en Cuba por editoriales institucionales, incluyendo el primero, Monte Rouge, que aparece en ese mismo libro.
Otro rasgo identitario de tu obra es la grafía que sueles usar en los créditos, que es muy dinámica, pero legible; aunque a veces juegas a hacer un trazo casi coreano. ¿Por qué?
Depende de la historia que cuento, de la estética que asumimos en cada caso el director de Fotografía, el editor, el equipo de posproducción y yo. En Pravda, que habla de graffitis, los créditos parecen tales; en Dominó están trazados en uno de esos papeles en que los jugadores anotan los tantos, etcétera.
¿Néstor Jiménez y Luis Alberto García tus actores fetiches?
Son los actores que hacen de Nicanor y Rodríguez. En otros cortos que no son de Nicanor (Casting, 2013; No somos nada, 2014) y en ambos largometrajes he trabajado mucho con Carlos Gonzalvo. Todos son mis amigos, todos son talentosos y leales.
Hace poco, Lola Calviño afirmaba en televisión que es preferible que se vean todas las películas y discutir aquellos aspectos que una parte del escenario cubano considere fallida o errónea, pero no ejercer la censura previa. ¿Cuál es tu visión de los encontronazos y roces entre creadores y poder?
Ese programa, como dices, salió hace poco, aunque había sido grabado un año y medio antes. Igual estoy cien por ciento de acuerdo con ella.
Los encontronazos son cíclicos e inevitables en todas las sociedades. Viví un año en Madrid (de diciembre de 2006 a diciembre de 2007) y recuerdo el escándalo –y el juicio– por una caricatura humorística del entonces Príncipe de Asturias. Acá son seguramente más frecuentes y, a la larga, frustrantes, pero por otra parte eso hace que valoremos cada metro, cada conquista ganada frente al pensamiento retrógrado.
Resulta asombroso que un intelectual de tu vitalidad y coherencia permanezca en una zona de claroscuro público. ¿Esa posición obedece a tu propia voluntad o a decisiones ajenas?
Soy bastante ermitaño, no tengo teléfono móvil, no sé lo que son las redes sociales, tengo Facebook porque me lo administra un fan japonés.
Por otro lado, tampoco es que las autoridades culturales cubanas salten de alegría cada vez que oyen mi nombre. Es complejo, porque no se trata de una prohibición: en la televisión no puedo aparecer, pero publico regularmente mis libros en editoriales del MINCULT, el ICAIC me tramita los viajes y me dispensa una ayuda para hacer mis películas: pequeña, pero es la que yo pido (filmar en el Foro de Cubanacán, que me preste elementos de vestuario y utilería, cosas así).
El dinero para rodar lo consigo yo. No desdeño la ayuda, pero trato de ser lo más independiente que pueda. Vaya, soy independiente incluso de los independientes.
Mira, en definitiva yo hago lo que hago tenga reconocimiento o no, simplemente porque no puedo dejar de hacerlo.
Llevamos tiempo oyendo hablar de una ley de cine y hace poco el Partido Comunista de Cuba emitió un documento sobre la Comunicación, refrendando viejos preceptos rectores y abriendo opciones nuevas como la producción artística privada. Poco antes se había producido el choque con un grupo de creadores por el decreto 349, que parece congelado. ¿Consideras necesario una ley de cine y, en caso afirmativo, cómo te gustaría que fuera la legislación en materia tan sensible?
Durante tres años los cineastas cubanos (y no sólo el G20, que era el brazo ejecutivo que elegimos en asamblea) elaboramos el proyecto de una ley de cine, pero las autoridades pasaron de darnos poca bola a no darnos ninguna. Ahora este decreto ley, que no Ley, recoge algunas de las cosas que pedíamos, pero no todas. Por otra parte, como sucede con todo, hay postulados que suenan bien pero todo depende de cómo se instrumentalicen en la práctica.
Cuba vive con un discurso oficial reiterativo en valores de los años 60 y una cotidianidad de país capitalista empobrecido. ¿Cómo influye esta contradicción en la creación artística y cómo afecta la pobreza al cine y a las artes en general?
Honestamente no creo que puedas excluir el bloqueo, o embargo, de ese resumen que haces de nuestra historia reciente. Sobre todo porque ahora es peor, con este bufón delirante que gobierna USA.
Mira, si eres millonario, gozas de una salud de hierro y ninguna mujer se te resiste, no escribes ni pintas ni compones ni filmas. El creador necesita conflicto, lucha, pasión e ideales. Y la pobreza aguza el ingenio. No es que me guste que nuestro país sea pobre, es que no lo veo como una excusa para dejar de crear.
¿Cómo concibes la cultura cubana en el siglo XXI?
Viviéndola.
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