El General de División Ulises Rosales del Toro acaba de emprender su particular viaje de vuelta a su natal El Cobre, cual regreso a Ítaca, tras el penúltimo desprecio sufrido a manos de Raúl Castro Ruz, a quien consideró su jefe y amigo.
El encargo de cuidar el cantero del compañero Fidel equivale a sepultar en vida a uno de los estrategas militares más brillantes de los últimos 50 años en Cuba, que no alcanzó el grado de General de Cuerpo de Ejército y se quedó a la altura de los camilitos y cadetes promovidos a jefes de ejército y armas, en los últimos años; pese a dirigir la modernización estratégica y táctica del ejército cubano en el período más difícil porque empezó con Reagan y acabó con Gorbachov.
Algunos de sus amigos vinculan el inicio de su descenso en la nomenklatura cubana al saturniano juicio contra Arnaldo Ochoa, donde ejerció como presidente del Tribunal de Honor; pero Ulises –discreto y disciplinado- elude cualquier alusión sobre el tema con un silencio elocuente y reiterado.
Designarlo Ministro del Azúcar (1997), cuando ya Fidel Castro había descuajeringado la principal empresa del país, carecía de toda racionalidad, salvo hallar un culpable propicio a quien endilgarle la responsabilidad por los errores del ¿invicto?, que hasta llegó a polemizar con Lula Da Silva por el desarrollo de la industria de biocombustibles en Brasil.
¡Quieren matar de hambre a los pobres, dedicando tierras a producir etanol!, dijo Castro y se quedó tan tranquilo, como aquella vez en que llegó a Río de Janeiro y soltó aquello de una especie está en peligro de extinción: el hombre. Y el coro multilateral y los exégetas aplaudieron a rabiar al hombre más dañino para el ecosistema cubano.
Ulises cargó con el dulce muerto, en obediencia debida, pero lo que no consiguieron Fidel ni Raúl Castro fue destruir la discreta admiración que sienten por él antiguos compañeros de armas y muchos subordinados.
Rosales del Toro sigue siendo un estratega brillante, que en Angola derrotó a sudafricanos y soviéticos y con la valentía necesaria para reconocer los aciertos de los yanquis en la negociaciones sobre el África austral, que culminó con el fin del apartheid, la independencia de Namibia y la integridad territorial de Angola.
“Angola me sirvió para descubrir las carencias de nuestra tropa y sus oficiales y no pocas veces discrepé con los soviéticos sobre los planteamientos combativos”, confiesa Ulises, pero sin ir más allá y sin atreverse a confirmar si ya ha terminado unas sabrosas Memorias que serian esenciales para entender el siglo XX cubano en el ámbito militar y político.
Cuando llegó a la jefatura del Estado Mayor General, en 1981, con Reagan en su apogeo y tras la bofetada de Moscú a Raúl Castro por el hartazgo del Kremlin con su hermano Fidel, la cadena de mando cubana estaba totalmente verticalizada y Ulises la horizontalizó y delegó decisiones operativas en jefes de ejército y de armas, y fue el principal aliado de Julio Casas en el impulso al sistema empresarial militar.
“Antes no, pero ahora puedo faltar 15 días y el sistema sigue funcionando”, comentaba el general a los más allegados; circunstancia que además le permitía visitar con regularidad a los electores de la circunscripción en la que había sido impuesto por la Comisión Electoral Nacional, y asistir disciplinadamente –junto a su esposa- a las reuniones de su CDR, en la barriada de Kholy.
“El General Ulises comenzó a ser incómodo para muchos. No es que él actuara así para dejar en evidencia a otros, sino que era su convicción la de cumplir con las misiones que le encomendaban”, recuerda un ex oficial del Estado Mayor General emigrado a Europa.
Pero antes, mucho antes, Ulises Rosales del Toro había sido expediente de Oro en la academia soviética Voroshilov; había ascendido desde soldado raso hasta Jefe de Estado Mayor General, había participado en misiones militares en Argelia, Venezuela y Angola y de todas esas experiencias había sacado lecciones militares y políticas, que complementaba con sus lecturas de Saladino, Clausewitz, Giap y Sun Tzu; entre otros.
Su inclusión en el equipo negociador de la paz en África austral le permitió conocer mejor a los negociadores norteamericanos que –tras la primera reunión cuatripartita- advirtieron a sudafricanos y cubanos, todavía calientes por la guerra reciente- ya ustedes se han gritado de todo, ahora hay que buscar el acuerdo.
Y los norteamericanos tenían razón, recordaba Ulises, porque luego se abrió el escenario que hizo posible el acuerdo, y nos animamos a decirles a los funcionarios de Estados Unidos que aprovecháramos la inercia para negociar temas nuestros, pero el Departamento de Estado congeló esos esfuerzos, aunque logramos establecer los encuentros periódicos entre la jefatura de la Base Naval de Guantánamo y nuestra Brigada Fronteriza, que desde 1994 se reúnen mensualmente en un lado y otro de la cerca y cooperan en algunas materias, precisaba.
Ahora, con 77 años, Ulises Rosales del Toro deberá cuidar el ideario vegetal del comandante en jefe, bautizado oficialmente como el Programa Proteico; otras astracanada del tardocastrismo injusto con la mayoría de los cubanos, incluidos relevantes como el General de División, que acatará la penúltima misión con disciplina marcial y sonriendo como aquel niño de El Cobre, que en 1957 visitó por primera vez La Habana, para representar a su escuela en los actos de homenaje a José Martí, por haber sido el primer expediente de su colegio.
Una de las hijas del General de División debe haber heredado las cualidades del abuelo Rosales Garcés, comerciante de origen español y propietario de una tienda mixta en El Cobre. Su nieta ha puesto un Circulo Infantil privado en la mansión familiar de Kholy, donde ofrece servicios a los niños del barrio y adyacentes, cuyos padres puedan pagar 100 CUC mensuales, que incluye el desayuno y el almuerzo, más el programa educativo.
Por si fallara la Moringa, ya uno de los generales más injustamente tratados por sus jefes, tiene un refugio, pues sabría organizar y gestionar el negocio familiar con rigor de Estado Mayor y cariño de abuelo.
El tardocastrismo emborronará la blogosfera vendiendo el arrinconamiento de Ulises como un acto de reconocimiento al cesado y renovador, pues el elegido para reemplazarlo como vicepresidente del Consejo de Ministros es cincuentón; así que no deben estar lejos la renovación de Raúl Castro y Machado Ventura, esos dos mozalbetes aguerridos que no cesan de trabajar por el bienestar de los cubanos.
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